La falta de coordinación del sistema financiero internacional permite que pocos fondos de inversión puedan desestabilizar la economía de un país. Esto quedó claro en la Argentina a partir de 2018. La apertura de la cuenta capital y el endeudamiento externo no pudieron sostenerse en el momento en que el mercado mundial de capitales cortó el financiamiento. La respuesta inmediata fue el ajuste y el deterioro notable en el bienestar de la población.
La crisis de la deuda local es un problema enorme pero también puede ser una oportunidad. El país tiene la decisión de renegociar con los bonistas y el FMI rompiendo con las lógicas perversas del sistema financiero internacional. El ministro de Economía, Martín Guzmán, afirma desde el primer día que la lógica del ajuste no puede continuar en un mercado interno en recesión. Esto no implica que desde la política económica se avale la imprudencia fiscal.
Es correcto el timming que se está mostrando en la negociación. “La liberalización y la desregulación financiera han hecho que el mundo sea mucho más desigual. Todos nos sentimos frustrados. Tenemos que reformar el capitalismo”. Estas palabras no fueron de universitarios con lectura progresista en un congreso de economía crítica. Fueron la conclusión de la directora de la Cepal, Alicia Bárcena, en representación de las Naciones Unidas en un foro de alcance mundial.
“El problema reside en que, para los países en desarrollo, que son los deudores, el ajuste es obligatorio, sin embargo, para los prestamistas (países desarrollados), el ajuste es voluntario. Esa es una gran asimetría”, explicó. Estas declaraciones de la funcionaria de la Cepal permiten repensar la crisis de la deuda argentina con una mirada global y de desequilibrios sistémicos.
Las economías pequeñas necesitan recuperar margen para hacer política propia. “Los países en desarrollo abrimos nuestras economías a las instituciones financieras para tratar de atraer capitales, pero nuestras economías son bastante más pequeñas que las de los países avanzados y nos hemos vuelto vulnerables a las decisiones de cartera en el primer mundo”, agregó Bárcena.
El sociólogo escocés Patrick Geddes popularizó a principio del siglo pasado la idea de "pensar global, actuar local". Esto implica que las decisiones que se toman en un espacio puntual, como un país, deben aportar soluciones a un problema de gran escala mundial. La Argentina tiene la responsabilidad de renegociar la deuda con los bonistas y el FMI con esta perspectiva.
La apuesta no es sólo resolver el desendeudamiento local sino ofrecer al mundo un ejemplo de renegociación en el que los sacrificios no recaigan sobre los sectores más vulnerables de la población. Las palabras de Guzmán apuntan en esta dirección: “Está claro que las cosas no están funcionando bien en términos globales. La arquitectura financiera internacional para la resolución de crisis de deuda es deficiente. No funciona aplicar la austeridad fiscal para pagar los bonos en una situación de deuda insostenible; al contrario, hace la situación peor, por lo que debemos cambiar ese camino”.
La tarea no será sencilla. Los inversores conocen a la perfección que la reestructuración es un juego de suma cero y los niveles de especulación en el mercado argentino se mueven en puntos extremos. La semana pasada ocurrieron dos eventos que dejaron esto en claro. En la provincia de Buenos Aires no se consiguió la aceptación necesaria para postergar el pago de capital de un bono por 250 millones de dólares. Los funcionarios provinciales decidieron cumplir el desembolso para evitar el default bonaerense.
El otro evento relevante fue el canje del AF20. Se trata de un bono en moneda local con vencimientos por 100 mil millones de pesos el 13 de febrero. La idea de la Secretaría de Finanzas había sido ofrecer cuatro instrumentos distintos para incentivar a los dueños de estos bonos a entrar en un canje. Los acreedores no se inmutaron y creen que le tomaron el pulso al Palacio de Hacienda. La aceptación de la propuesta fue menor al 10 por ciento.