El afiche de Jimena Barón, su foto con la secretaria general de Ammar, Georgina Orellano, volvieron a encender el fuego de un debate nunca saldado en los feminismos argentinos, que se reaviva con la potencia que nuevas sujetas políticas traen a la discusión pública. La “división” que se agita como una forma de restarle potencia al movimiento más transformador de la Argentina es en realidad, también, su posibilidad de alojar –con tensiones a veces insoportables- experiencias políticas divergentes. La violencia deja afuera a muchas personas que prefieren escuchar sin elegir trincheras ni consignas. ¿Qué se juega en el debate entre trabajo sexual y abolicionismo? Para unas, como lo expresó la escritora cordobesa Camila Sosa Villada, la mera supervivencia (“La diferencia en tener derechos o no tenerlos, es la muerte. Las travas bien lo sabemos”, escribió); para otras, la impugnación a un sistema prostituyente que degrada y explota a los cuerpos como objetos, en la base misma del patriarcado. ¿Hay diálogo posible? ¿Se pueden escuchar tanto las voces de las que reclaman sus derechos como trabajadoras sexuales sin que las acusen de proxenetas, como las de quienes se declaran sobrevivientes de una explotación deshumanizante sin que las tilden de punitivistas? Esas voces conviven en los feminismos argentinos y por eso la apuesta, aunque hoy parezca imposible.
“No considero haber sido víctima de trata por haberme parado en una esquina. Y decidía cuándo quería ir, cuando no quería ir”, dice Eugenia Aravena, secretaria general de Ammar Córdoba. “Hay algunas que son tan fundamentalistas, que de hecho marcan que no conocen la problemática, no nos conocen. No conocen la cantidad de personas que ejercen, la cantidad de diversidad que hay, es increíble, hay personas que tienen niveles educativos altos. Querer decir que las trabajadoras sexuales somos todas pobres, ignorantes, alienadas, que no podemos, no elegimos, es desconocer todo el trabajo sexual que existe en Argentina, vip, de páginas, de modelos, ¿Qué diríamos, que no eligen? ¿Por qué están ahí? Parece que nadie elige. Las únicas que eligen son las abolicionistas. Eligen hablar en nuestro nombre. Para mí, es muy fuerte que las personas hablen en tu nombre, y ni siquiera te hayan escuchado nunca”, subraya Aravena, con su marcadísimo tono cordobés. Separada hace diez años de la organización nacional, considera “fantástico que se escuchen otras voces, porque se centra todo como siempre en Buenos Aires, en la capital de la Argentina, desconociendo otras organizaciones que existen en las provincias”.
Entre las voces del abolicionismo, se encuentran quienes pasaron por la experiencia de estar en situación de prostitución y sobrevivieron. Así se define Graciela Collantes, integrante de la Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos (Amadh). Graciela es reticente a participar en una nota donde las voces se pongan en pie de igualdad, y lo explica. “La lucha nuestra se centra en desnaturalizar un sistema, que estaba preparado de captaciones, de vulnerabilidades, de poderes para captar, no es tan sólo cuando se pone una pistola en la cabeza y se secuestra o te obligan a prostituirse, también la miseria, la falta de laburo, la falta de oportunidades, también es una forma de captación para el sistema prostituyente. Hace años que me corrí del debate. Nosotras estamos contra un sistema, yo no voy a cuestionar cómo se llama o como se autodefina la compañera. Ella se puede autodefinir como defina, si a ella la hace sentir mejor, ese cartelito de trabajadora sexual para no decirse prostituta, que es más fuerte. Ahora, nosotras como organización lo que planteamos es la complejidad y la profundidad de esta problemática social, que no es tan liviana. Nosotras no podemos estar con gente que dice que el trabajo sexual es maravilloso, que en la prostitución los clientes son todos buenos, cuando en realidad sabemos que es un sistema que está dominado por varones”, apunta Collantes, para dar cuenta del corazón de su posición. “El trabajo sexual busca reforzar este mismo sistema que nosotras desnaturalizamos”, dice para explicar por qué no cree posible la convivencia o el diálogo en el feminismo. Desde 1936, Argentina es un país abolicionista, que no condena al ejercicio de la prostitución sino su explotación. En los hechos, códigos contravencionales y edictos policiales siempre dejaron a las mujeres –trabajadoras sexuales o en ejercicio de la prostitución, en especial a las más vulnerables, las que están en las esquinas- a expensas de la arbitrariedad policial.
Elena Moncada, santafesina, autora de dos libros, se define también sobreviviente de explotación sexual. En “Yo elijo contar mi historia”, relata su vida y en noviembre pasado publicó “Después, la libertad”. Recorre las escuelas de distintos lugares del país para difundir su historia. “La trata de personas con la explotación sexual es la cara de la misma moneda”, asegura y remite a la película Alanis, de Anahí Berneri. “Esa película es pura violencia. Hay una piba mostrando las tetas, una piba corriendo por una calle de Once como lo hemos hecho todas nosotras. ¿De qué trabajo sexual me hablás?”, dice Elena, yendo a contramano de la intención de la película. “Ninguna de mis compañeras de Santa Fe en las recorridas nocturnas que hacemos dice para mí esto es un trabajo, todas quisieran estar en sus casas, con sus hijos”, concluye. Para Moncada, “es imposible el diálogo, nosotras nos unimos en su momento para derogar los edictos policiales, que nos llevaban 21 días presas. Es la única unión que podemos tener posible, porque vos fíjate que tenemos cuatro mujeres de Ammar CTA presas por trata de personas”, blande un argumento que desde Ammar rechazan, al considerar que esas mujeres son criminalizadas por la ley vigente, que asimila trata y explotación sexual, sin dejar lugar al consentimiento. “Acá hay una embestida reglamentarista”, asegura Moncada.
Justamente, para responder a las acusaciones de proxeneta que se multiplican en las redes, Georgina Orellano, dirigente que le ha dado masividad y visibilidad a Ammar, el viernes publicó un certificado donde se acredita que no tiene antecedentes penales. “Refuerzan el estigma y el odio hacia nosotras para que no se escuche que queremos un reconocimiento de derechos”, expresó Orellano. La polémica trajo también las voces de cientos de mujeres que forman parte de la organización y se consideran trabajadoras sexuales, quienes salieron a contar sus experiencias en las redes. Sus vidas, sus palabras, son parte de los feminismos que hoy existen.
En Rosario, la ciudad donde el 27 de enero de 2003 asesinaron a la dirigente de Ammar Sandra Cabrera, en un crimen todavía impune, la secretaria adjunta de Ammar Gabriela Hemela plantea que “no se trata de reglamentarismo, me parece que pasaría por buscar el marco más legal. Queremos derechos laborales, organizarnos a través de las cooperativas, para construir una alternativa, poder evitar estos prejuicios sociales y tener nuestros derechos a jubilación, a obra social”. Hemela considera que las posiciones abolicionistas “mezclan todo con la trata y el trabajo sexual, y nos quieren hacer cargo. Nos toman como si fuésemos nosotras las que tenemos que ir a salvar a las pibas que están en la red de trata. Cuando ellas saben a quiénes tienen que apuntar: a la policía, al estado, eso nos limita a que podamos construir diálogos y consensos, porque ellas terminan el debate”. Para Hemela, “les molesta el empoderamiento de las putas. Existe una cuestión de clase, está la privilegiada, la burguesa, la académica, que pareciera que fuese palabra mayor, como una verdad absoluta, y acá no hay verdades absolutas. Acá hay un abanico de realidades distintas y diferentes, y eso jode porque subestima a otras mujeres que estamos luchando por una igualdad social, justamente eso”.