En el capítulo La cizaña de Asterix, la historieta de Goscinny y Uderzo, Julio César recurre a un experto en calumniar con el propósito de desunir al irreductible pueblito galo que el Imperio Romano no logra someter.

A quienes no conocen la historieta, además de recomendárselas, les cuento que la irreductibilidad (¡vaya palabra!), la debe el pueblito galo a una poción mágica que prepara su druida. Quien bebe de ella queda dotado, temporalmente, de una fuerza descomunal. Es así que gracias a la poción evitan -a sopapos limpios- todo intento de invasión romana.

Pues bien, el cizañero es un tal Detritus, una especie de Durán Barba del año 50 a.C. que, habiendo evitado su ejecución en el circo, fue enviado preso a perpetuidad. Tan virtuoso era el fulano en sus malas artes, que al momento de ser devorado por los leones, las fieras, envenenadas de su cizaña, se comieron entre sí. De las mazmorras lo rescataron para ofrecerle libertad, riquezas y honores a cambio de dividir y quebrar definitivamente la unidad que mantenía invenciblemente libres a los galos.

 

Detritus inicia su trabajo indagando sobre los habitantes. Averigua de sus sueños, sus fracasos, sus pequeñas mezquindades, las debilidades que atañen a los llamados pecados capitales… En fin, se lleva del apotegma que aconseja: conoce a tu enemigo. Con esa información opera para aguijonear la desconfianza que, de algún modo, preexistía dormida en sus consciencias a la espera de un despertador que les convalidara las sospechas.

La primera operación de Detritus consistió en entregar a Asterix, delante de todos, en nombre de Roma, un lujoso jarrón, por considerarlo el hombre más importante, cuando se suponía que el jefe lo era. Envidias, celos y dormidas sospechas comienzan a despertar para hacerlos pelear entre sí e instalar una mirada desconfiada hacia Asterix.

La esposa del jefe, engreída de un status inexistente, se ve desplazada de sus privilegios de primera dama y, herida en su amor propio, hace el resto del trabajo inoculando veneno con suspicacias fácilmente compartidas.

Luego, a instancias de una operación de “guerra psicológica”, logran que los desprevenidos habitantes, se convenzan que el druida y Asterix han vendido la fórmula de la poción a los romanos. Lo interesante es la escena que montan para que los desconfiados vean a sus enemigos beber una pseudo poción y una falsa demostración de fuerza que es parodia pura.

Bien, ahora traslademos la situación a la Argentina de hoy, con Alberto presidente y Cristina vicepresidenta. Resulta que el Detritus de nuestro tiempo gracias a Facebook, Instagram, twiter; a los espías de los sótanos y la alcahuetería profesional digitalizada, logra conocer bien a sus habitantes.

Saben que en nuestras filas hay aficionados a la economía con ínfulas de expertos; exvendedores de bonos de capitalización y ahorro que pergeñan planes de reactivación; hacedores de heroicas revoluciones en las redes sociales; juristas, lumpemproletarios de ley graduados con honores en la universidad de la calle; puristas de la moral y la ética que no obedecerían al mismísimo Dios si el diablo se los pidiera; dateros que tienen la precisa, susurrada por un mozo del bar que está frente al Congreso; sabedores de todas las roscas que se están cocinando en los gremios de acá a Reyes… En fin, casi todos nosotros.

Nuestro actual Detritus averiguó que para unos, haber ganado con el 48% resultó muy poco; que a otros les duele hasta el espasmo Milagro Salas; que muchos piensan (y repiten sin pensar) que la unidad es una bolsa Macris; que casi todos piensan que la sarta de delincuentes, integrantes del gobierno de Cambiemos, debe ir en cana ¡ya!; que muchos abominan de una deuda espuria y opinan que no debe pagarse o que la deben pagar los generadores de ese desbarajuste; que los cuatro años de Macri nos han dejado en un estado de ansiedad tal, que sólo lo contiene la razón de “no se puede arreglar en dos meses lo que se destruyó en cuatro años”, pero que, bueno, como sea, hay que revertir todo eso ya... En fin, casi todos nosotros.

Este Detritus de hoy, al servicio de la Roma de hoy, a las órdenes de los césares de Occidente, por el prodigio de las redes va en persona para zumbarnos al oído la mentira de que es verdad aquello y lo otro; por ejemplo que el 48 a 40 fue para “evitarles ‘una paliza electoral’ a cambio de un pacto de gobernabilidad”; que, “¿cómo, llegamos al gobierno y Milagro sigue en cana?”; que, “¿ha visto que esto era una bolsa de gatos?”; que Macri, Marquitos, la Vidal, Caputo y todos esos andan de vacaciones, riéndosenos en la cara, “¡esto es joda!”; que “¿Y vamo’ a pagá’ la deuda, vamo’? A la final, lo’ troskos tenían razón.”

Al igual que la esposa del jefe galo, el resto del trabajo lo va haciendo cada uno, un poquito entre todos, de red en red. ¡Una jugada redhonda!

La Cizaña no entraría en casa alguna si no contara con la Estupidez, siempre presta a abrirle la puerta al primer timbre. Nos pasamos cuatro años asombrados de los votantes de Cambiemos que repiten, repiten y repiten las mismas falacias, los mismos descabellados argumentos siempre. Hemos saturado las redes criticándolos, diciendo con una sonrisita irónica y un meneo de cabeza autosuficiente: “¡Pobrecitos los globertos! No aprenden más. No aprenden nunca más”.

Meter cizaña es una estrategia muy antigua. Los poderes sometedores la han utilizado desde siempre. En el año 195 a 194 a.C. el procónsul Marco Porcio Catón la utilizó contra unas tribus rebeldes de Hispania. Tito Libio y Plutarco narraron sobre el horror de las acciones militares y la falta de clemencia con la que Catón aplastó la insurgencia.

No hace mucho circuló que, en 2015 Scioli perdió porque Cristina así lo quería; que por soberbia dejó ganar a Cambiemos, a sabiendas de que el país se hundiría, para venir ella, después, a salvarnos y redimirnos. Perdónenme las reiteradas referencias ficcionales, pero éste es un argumento disparatado hasta para el Súper agente 86.

La Cizaña está siempre al servicio de los opresores. No es difícil ver la viscosidad verde de su veneno; basta con deponer un instante ese individualismo cacareador de los “a mí me gustaría” que a veces nos sale; razonar y, sobre todo, confiar en aquellos a quienes le hemos depositado nuestro voto. Resulta esquizofrénico dárselo a alguien y retirárselo al otro día porque hizo o no, tal o cual cosa que nosotros, sin más conocimientos que los suministrados por diarios e informativos, creemos acertado qué debiera hacerse o no.

Hay un plan para limar a este gobierno que se puso en marcha el mismo 27 de octubre. La cizaña hace su trabajo, y los opinadores y críticos apresurados propios están ayudando a propagarla. A este paso, en las próximas elecciones legislativas la derrota será una posibilidad muy cierta, y para 2023, Patricia Bullrich candidata a presidenta con chances, será el tiro Chocobar que nos habremos disparado.

En este contexto no hace falta un gran esfuerzo para imaginar a los propagadores de cizaña, frotándose las manos y riendo sarcásticamente ante el espectáculo de esta autodestrucción grotesca. Los veo levantando una copa de champagne mientras sueltan con la cadencia de una carcajada: “¡Pobrecitos los choriplaneros! No aprenden más. No aprenden nunca más”.

 

*Actor, autor.