Jairo está contento como nene con chiche nuevo. Le cuesta poco reírse, se sabe, pero menos aún cuando muestra la alegría que le produce tener “uno de esos equipitos nuevos”, cuyo sonido amplificado llega, prístino, hasta la vereda de su casa. Es el crepúsculo de un día de semana en Vicente López, y se lo escucha cantar “Canción de las pequeñas cosas”, de Isella-Tejada Gómez. Su caudal de voz, pese a los setenta años que carga, ha perdido poco y nada. Sorprende que, ya dentro y en medio de la entrevista con PáginaI12, diga que no la va a cantar en su nuevo arribo al Teatro Colón. “Es muy bonita la canción, sí, habla de las cosas perdidas. Pero no la voy a cantar ahí, la voy a cantar en Cosquín”. A cambio, promete otras que no le van en zaga. “Pensé en tomar una o dos canciones de cada disco, dedicarle un segmento a Yupanqui; algunas como 'Indio Toba', que ya canté en el Colón; o temas clave como 'El valle del volcán'", prevé el cantautor.
La excusa del concierto (el sábado 15 de febrero, 19.30 horas) radica en los cincuenta años que distan entre hoy y la primera vez que Jairo cantó como Jairo. “Los cincuenta años se cumplen a partir de Emociones, el primer disco que grabé como Jairo, en 1970”. Se presentará acompañado por su grupo, una orquesta sinfónica y dos invitados: Minino Garay y Juan Falú, junto a quien tocará las piezas de Yupanqui a guitarra y voz pelada. “Después de grabar el disco como Marito González (Muy juvenil, 1965) yo ya no cantaba”, retoma. “Me dedicaba a la pintura, hasta que Luis Aguilé me ofreció grabar en España. La idea era ir y volver, pero me terminé quedando porque “Por si tú quieres saber” pegó bien. Bueno, me quedé y grabé seis discos más, hasta que me fui a Francia”.
-Otra mudanza de alto impacto.
-Hermosa, sí. Entre otras cosas, porque conocí a Julio Cortázar, que era mi ídolo en literatura. Además, enseguida apareció la oportunidad de sacar el disco con poemas de Borges (Jairo canta a Borges, 1975), y ni hablar de las juntadas con Atahualpa, con Mercedes, con Piazzolla, en mi casa o en la de José Pons. Todo eso que se sabe.
-¿Algo que se sepa poco?
-Que a Yupanqui le gustaba el tenis (risas). Venía a ver partidos a mi casa, con mi mujer Teresa, a quien también le gustaba mucho ese deporte.
-Vamos a la “prehistoria”: ¿Qué hacías antes de la conversión en el nombre?
-Era un pibe de Cruz del Eje que de repente llegó a Buenos Aires y que lo único que hacía, antes de cantar, era comprar discos compulsivamente. Los de los Beatles eran joyas. Cuando los compraba, mi casa se llenaba de amigos para escucharlos… los escuchábamos setecientas millones de veces, igual que los primeros solistas de Lennon, o de McCartney. Hoy los conservo entre una colección que debe llegar a los mil vinilos…los escucho como una práctica nostálgica. Me gusta ese ruido, esa calidez.
-Además de ser un comprador compulsivo de vinilos, ya te presentabas como Marito González, también.
-Sí. Fueron cuatro o cinco años de aprendizaje de alto voltaje. Era mediados de la década del sesenta y recuerdo haber compartido escena en La Escala Musical con Sandro y los de Fuego, con Los Gatos Salvajes, ¡con los Shakers! También estuve en un concurso, en 1964, con Spinetta. Era la primera vez que cantaba en tv.
-Luis tres años antes de armar Almendra. ¿Qué recordás de esa secuencia?
-Que cantó “Sabor a nada”, de Palito Ortega. Y que, igual que yo, porque teníamos la misma edad, iba vestido con un saco y con un moñito. Era un poquito más alto, nomás.
-Podrías haber sido parte del origen del rock argentino por lo que contás. ¿Qué pasó que derivaste hacia otros rumbos?
--Es cierto que estaba justo en ese centro de acción, pero me gustaban mucho las canciones francesas y las italianas. Además, tuve el aval del productor del programa de Canal 12 de Córdoba, donde empecé a cantar. El siempre me decía que si tuviera plata me llevaría a cantar a Francia. ¿Qué visión la del tipo, no?... era un italiano. Bueno, por otros rumbos también me llevó que estaba muy solo acá, en Buenos Aires. Recuerdo que había alquilado un altillo en Palermo, cuando todavía había potreros, y no tenía “padrinos”, digamos. En esa época, las editoriales, como Fermata, te daban los arreglos para cantar en tv, en tu tonalidad. Te los regalaban, y eso para mí era una facilidad. Esa fue una causa. Otra fue que no tenía la ambición de meterme en un grupo de rock de vanguardia. Los escuchaba, sí, hablaba con ellos, pero nunca me integré a otro nivel. Después empecé a componer canciones a mi medida y el lugar me resultó cómodo.
-¿Te cerraba el círculo?
-Más o menos, porque siempre me pareció que los cantantes tienen que estar ahí, al borde del precipicio. La gente tiene que notarlo. Pero no tuve esa iniciativa, no tenía amigos que me llevaran por ahí.
-Lo estás restringiendo a esa época, porque se intuye que después, ya siendo Jairo, corriste algún riesgo.
-Por ejemplo cuando canté Schumann en un programa de varieté de la televisión francesa, en los ochenta. Había que cantar para siete millones de tipos (risas). Recuerdo que le pregunté a una profesora de canto si podía cantar Schumann y me dijo que sí, que me quedaría mejor Schubert, pero que podía cantarlo. Fue lo más osado y salió bastante bien… no hubo comentarios ni pegándome, ni jocosos. Otra osadía fue cantar “Señora de Juan Fernández”, de Facundo Cabral en el Club de tenis de San Sebastián, durante la dictadura franquista. Era un tema pícaro que, para los franquistas, significaba una trasgresión. De hecho, cuando lo canté me rajaron, me sacaron del escenario. Después vino un militar, me pidió disculpas, me dijo que los españoles "estaban perdiendo el sentido del humor" y me hizo escoltar hasta salir del lugar.
-¿Te pasó algo de ese orden durante la dictadura argentina?
-Si. En una multitudinaria conferencia de prensa en el Sheraton. La primera pregunta que me hicieron fue qué sentía por vivir en un país como Francia, donde se hablaba peste de la Argentina. Y, cuando la iba a contestar, saltó otro tipo a contestarle al que me había hecho esa pregunta y se empezaron a insultar entre ellos. Enseguida se armaron dos bandos para pelear, y yo me fui sin contestar ninguna pregunta. Me tuve que ir. Después armamos una ronda de entrevistas individuales para, por lo menos, contar lo que me pasaba. Hice cuatro, cinco notas y fue todo bien hasta que vino una pareja y empezó a preguntarme nombres, si conocía a tal, etc… parecía un interrogatorio. Después, un tal Garbarino que estaba conmigo, me llevó al dormitorio, me dijo que no contestara nada más porque eran de los servicios y la pareja tuvo que irse. Con los años, me enteré que estuve a punto de ser secuestrado. ¿Sabés quién me lo confirmó?: Raúl Alfonsín, acá en esta casa. “Lo que los tiró para atrás fue que eras muy conocido”, me dijo Raúl. Y sí, yo era de los argentinos que en Francia tiraba mierda contra la dictadura y pugnaba por la vuelta a la democracia. Recuerdo un programa de tv en el que debatimos con Cacho El Kadri, un peronista divino del que terminé siendo muy amigo, y le gané el debate porque, si bien él sabía más, yo contestaba en francés. (risas).
-Volviendo al siglo XXI. ¿qué balance hacés de la gira que encaraste con Baglietto?
-Hermosa fue. Tremenda. Mucha gente, mucho disfrute. Con un artista tan creativo como Juan se te facilitan mucho las cosas. Un placer. La verdad es que fue una gira para filmar como, salvando las distancias, hizo Bob Dylan con su gira interminable. Había lugares en los que literalmente copábamos el hotel.
-¿Cómo es eso?
-Claro. Había tan poca gente, que lo llenábamos nosotros. Llenábamos el restaurante del hotel, incluso íbamos al mercado, comprábamos mercadería y cocinaba Juan ¡Y la gente comía la comida que cocinaba él! (risas). Fue una gira rica en todo sentido, algo que no te pasa muchas veces en la vida.
Con Perón en Guardia de Hierro
La vida de Jairo es un arcón de sorpresas. Está hablando de Leonardo Favio y repentinamente recuerda un dato de alto impacto: “¿Saben que estuve con Perón en Guardia de Hierro?”, pregunta a fotógrafo y cronista. “Sí… fuimos una vez con mi mujer a entregarle una bovina, una cinta de una película que Osvaldo Papaleo le había dado a Aguilé, para que éste se la entregara en mano a Perón. Como Luis no quería llevársela porque no se quería meter en esas cosas, nosotros aprovechamos la volada y fuimos. Era el 24 de diciembre de 1970… inolvidable”, evoca. “Recuerdo que llegamos a Puerta de Hierro, nevaba muchísimo y no nos querían dejar entrar. Querían que dejáramos el paquete en vigilancia, hasta que se me ocurrió una coartada que dio resultado. Le dije al vigilante: 'si no lo entrego en mano, me lo llevo´… y al final me dejaron pasar”, se ríe Jairo.
-¿Qué vieron adentro, cómo fue el impacto de conocer a Perón?
-Empezamos a caminar por un senderito de lajas, y de repente vimos una figura dentro de un Porsche, y nos dimos cuenta de que era él cuando abrió los brazos. Cuestión que nos recibió, nos hizo pasar y nos quedamos cuatro horas y media hablando con él.
-¿Cuatro horas y media con Perón? Cuántos lo hubiesen deseado…
-Así es. Fuimos al despacho, donde tenía una biblioteca grande y, sobre el escritorio, una foto de Evita a un costado, y otra de Isabel en el otro. Las dos del mismo tamaño. Me llamó la atención eso.
-¿De qué hablaron?
-Casi nada de política. Perón hablaba de bueyes perdidos. Me preguntó cómo y por qué había caído en España. Después me empezó a aconsejar qué comer y qué no. Me dijo que le había tenido que enseñar platos argentinos al cocinero, porque allá cocinaban con mucho aceite… ese tipo de cosas. Después hablamos de algunos libros que tenía en la biblioteca. No sé… era como un viejito contándote cosas. También nos enseñó a hacer locro y empanadas, comidas criollas, digamos.
-¿Nada, nada de política?
-Solo nos dijo que la tercera guerra mundial estaba a la vuelta de la esquina. Después nos invitó a cenar, porque quería un poco de juventud en la mesa, pero era la primera vez que yo iba a cenar con mis suegros, y tuve que disculparme.
-¿Estaba López Rega?
-No. Perón estaba solo. Otra de las cosas que me dijo fue: "a vos te tengo visto". Se ve que me había visto en la tele española, no sé. Muchos años después, me llamaron de la oficina de Pergolini y me dijeron que habían ido a una subasta en la que vendían las pertenencias de Perón, y que se habían encontrado con discos míos, y de Leonardo Favio. Cuando se lo conté a Favio, se emocionó mucho.
La grieta radical
-¿De qué lado de la grieta radical quedaste, después de cuatro años de Cambiemos?
-Y… yo soy muy alfonsinista y, como tal, creo que el gobierno de Cambiemos hizo las cosas mal. Tengo expectativas en esta nueva etapa que se abre. No sé. En algunas cosas estoy de acuerdo con Ricardo Alfonsín, en otras no, pero yo soy radical de Illia.
-¿Quién es tu amigo peronista, además de El Kadri?
-(risas) Muchos. Falú es uno de ellos, Favio… más peronista que él no había. El moría por Perón. Una vez le pregunté por qué tenía ese sentimiento tan arraigado y me contestó que Perón era como el padre, que cada vez que lo escuchaba, escuchaba la voz de su padre. Mi viejo era peronista, también. Bueno, sí, gran tipo Favio, igual que Facundo Cabral, que Alberto Cortez. Todos ellos me arropaban, me cuidaban, igual que Yupanqui.
-¿Y Piazzolla?
-¡También!, incluso con él tenía una afinidad un poco más generacional.