Sigo Aquí arranca con un poema de Sylvia Plath. No es casual la referencia a esa poeta intensa, que terminó trágicamente con su vida. Aquí se trata de otra escritora intensa, que decidió seguir con su vida, pese a una cantidad impresionante de eventos que la pusieron al borde, casi a punto de salirse de ella. Se trata de un libro de memorias de Maggie O'Farrell (Corelaine, 1972) escritora clave de la literatura contemporánea de Irlanda. Hasta el momento O’Farrell había escrito siete novelas y había declarado en más de una oportunidad que no le interesaba particularmente la autoficción. “A mí la literatura me sirve de evasión, recreo universos muy ajenos a mí y a mi circunstancia porque me aburre escribir sobre mi propia vida. Pero es indudable que los personajes que creo pueden tener rasgos míos o de alguien cercano a mí, y las relaciones que describo pueden partir de algún hecho real conocido por mí.” Algo debe haberla hecho cambiar de perecer, aunque no del todo. Sigo aquí es un libro de relatos en el que la protagonista siempre es la propia autora, pero la manera en que los episodios se entrelazan y tensionan, con un ritmo vertiginoso y acumulativo, sin duda fueron tomados prestados de la ficción y van construyendo, además de una vida, una novela conmovedora.
Intentar relatar una vida, pero solo a través de experiencias cercanas a la muerte. Ese parece ser el objetivo de este texto que en sus momentos más agudos coquetea con el thriller, a la vez que se distancia, porque nunca deja de ser claro que quién vivió esos acontecimientos es la propia autora, por lo que de algún modo consiguió no sucumbir. Al tratarse de esa zona liminar entre la vida y la muerte, el gran protagonista de Sigo aquí es el cuerpo. Y es el cuerpo el que estructura los diecisiete relatos. Se titulan "Cuello", "Pulmones", "Cabeza", "Intestinos", "Sangre", y así hasta llegar a diecisiete. Cada uno de ellos posee una carátula con un delicado grabado antiguo, que coloca el título en un territorio cercano a la Medicina, pero también a la Historia, al estudio del pasado. Podría ser una especie de historia clínica, pero más amplia, porque no todas las experiencias están provocadas por una falla autogenerada, sino que muchas veces es el mundo el que atenta contra su cuerpo, de modo frontal.
El libro empieza narrando una tarde en la que un medio de un solitario paseo frente a un lago rodeado de montañas se topó con un hombre que le puso una correa de prismáticos en el cuello. Tenía 18 años y estaba trabajando en un hotel en las cercanías, juntando dinero para sus estudios. Disimuló su terror, utilizó todo tipo de estrategias de distracción y huyó de ese hombre que una semana más tarde asfixiaría a una chica con la misma correa. “Me doy cuenta de que este es otro de esos momentos que he tenido en mi vida”, dice O’Farrell en algún momento del texto “Como si el mundo estuviera más cerca y fuera mas tangible que nunca.” Momentos como ese, en el que una biografía puede quedar marcada para siempre, son la materia prima de esta narradora. Y los escribe en escenas cargadas de sensorialidad. Casi como pudiéramos estar ahí, percibiendo la misma temperatura.
Sin seguir un orden cronológico el libro avanza con diversos episodios vividos por la autora, todos recorridos por una electricidad que tarde o temprano va a generar un cortocircuito. Una noche en el que movida por un hastío adolescente, un deseo agobiante de hacer algo que la librara de la rutina de pueblo en la que estaba metida, se tiró al mar vestida desde una altura considerable y no pudo salir. La autora se enfrenta con aquella chica rebelde y aturdida que se lleva al extremo, y describe su accionar como si se tratara de un personaje lejano al que intenta comprender. Otro relato narra un viaje a Chile con su novio, en el que le apoyan un machete en la garganta, durante los minutos más largos de su vida. En el cuento titulado "Todo el cuerpo ocurre en un avión" la protagonista está en uno de esos momentos bisagra: tiene 21 años, después de mucho tiempo y tesón dedicado a la vida académica, le niegan una beca que le iba a permitir continuar sus estudios en Cambridge. Una serie de eventos que no vienen al caso la unen con un destino improbable: Hong Kong. Marcharse con una mochila hacia el otro extremo del mundo, sin dinero, le parece la mejor opción para atravesar esa crisis. Y es ahí donde la encontramos, en el mismo avión que la lleva hacia un nuevo inicio, cuando inesperadamente un ruido sordo y metálico aturde a los pasajeros y el avión empieza a caer en picada como una piedra arrojada desde un balcón. El anteúltimo relato da sentido a todo lo anterior. Como si la autora se hubiera guardado para el final el episodio inicial y más duro. Cuando a los ocho años se le diagnosticó una encefalitis en apariencia incurable, por la que pasó meses internada, un año en silla de ruedas y cuyas secuelas perduran hasta el presente.
“Las experiencias cercanas a la muerte no son nada único ni excepcional. No son tan raras; me atrevería a afirmar que todo el mundo las ha tenido en algún momento, aunque no se diera cuenta (...) Percibir esos momentos te cambia”, escribe O’Farrell.
Si bien a todo el mundo pueden ocurrirle experiencias de ese tipo, no es sencillo poder extraer de ellas algo más que padecimiento, y es allí donde la autora enhebra su experiencia para construir algo mayor. La atención profunda al cuerpo, a sus señales y la escritura atenta a describirlo, son modos de procesarlas. En ese sentido el libro de Maggie O’Farrell, muy lejos de ser una sucesión de eventos desafortunados es vitalista. Escribir – como viajar, nadar, tener hijos, caminar por una playa, por un bosque, trabajar de algo que no nos destruya, no ceder ante el miedo y muchas otras cosas -- es un modo de la insistencia. “Respiré hondo y oí la consabida fanfarroneada de mi corazón. Sigo aquí, sigo aquí, sigo aquí.”, dice Sylvia Plath al abrir el libro. Difícil silenciar ese eco y la energía que carga. Un modo del vivir para contarlo.