Entre todos los lugares comunes, las tonterías, las operaciones, las manipulaciones, las mentiras y los simplificaciones que atravesaron esta semana social y políticamente picante, hay una que probablemente englobe a las demás: “Yo estoy de acuerdo con reivindicar los derechos –de los docentes, de los trabajadores en general, de las mujeres--. Lo que no me gusta es que se politicen los reclamos”. Lo dijeron funcionarios –es entendible: están ejerciendo su derecho al cinismo--, periodistas y el portero de la esquina.
Quizás, si elevaran un poco la puntería en el manejo del lenguaje, podrían sustituir la frase “no me gusta que se politicen los reclamos” por esta otra: “no me gusta la utilización partidaria de los reclamos”, lo que habilitaría otro tipo de discusión. Pero la opción por la primera frase no es –al menos desde donde se propaga la idea-- inocente. Reclama para sí el monopolio del “sentido común” (¿quién puede estar en contra de que los docentes ganen bien?) en detrimento de un supuesto aprovechamiento espurio por parte de “la política” (que le jode la vida a la gente). Desde esa óptica, las medidas de gobierno –la no apertura de paritarias, la disminución del presupuesto para combatir la violencia de género, los despidos de trabajadores públicos, y un larguísimo etcétera-- son decisiones “técnicas” para estabilizar el sistema y así aspirar a un futuro venturoso, en tanto las reacciones opositoras son “políticas” y quieren llevarnos de nuevo al pasado.
Es también un lugar común tener que aclarar a esta altura del partido que no solo las marchas de esta semana, sino también la decisión de no marchar, la de no marchar pero adherir, la de marchar y disentir, las justificaciones pretendidamente asépticas del Gobierno, el odio explícito desplegado por los fachos, las manipulaciones mediáticas e inclusive la imbecilidad de esa frase citada al principio tienen una carga profundamente política.
La lista de lugares comunes es amplia. Por lo general apelan a una falsa neutralidad (cuando alguien dice “esto no es ni de derecha ni de izquierda”, casi siempre es de derecha). O a una disolución del lugar político de enunciación en favor de una identificación emocional, como cuando una gobernadora mira a la cámara y dispara: “esto no lo digo como funcionaria, lo digo como mamá”.
Ese razonamiento aparentemente pueril es producto de una mente brillante (que no es la de la gobernadora, claro) y tiene una fuerte carga ideológica. Induce a que, cuando un movilero le pregunta a una persona en la calle: “¿usted está de acuerdo con que los docentes levanten el paro y las clases empiecen de una vez por todas?” le contesten: “Por supuesto, es por el bien de nuestros hijos”. Pero si el mismo periodista desmontara su propio lugar común y preguntara: “¿usted está de acuerdo con que los hijos de los docentes no puedan alimentarse bien, ni vestirse bien porque les ofrecen un aumento que ni siquiera contempla lo perdido el año pasado por la inflación?”, es probable que la respuesta fuera: “Mire, no sé, yo no me meto en política”.