Una cosa es mirar porno y otra cosa es lo que hago yo:  miro porno y me enamoro del porno. Cuando me bajo la bragueta frente a un video XXX me salen emojis de lluvia de corazoncitos. Soy pornográficamente cursi: pienso que para hacerse la paja es mejor estar enamorado. Me pongo de novio con el mundo XXX.

SAN VALENTIN 1: MI NOVIO ES HETERO

Mi enamoramiento más duradero fue con Roberto Malone. No creo que esto sea original, porque esa estrella italiana del porno hétero, quien hizo una cantidad obscena de películas, es un bestial sex symbol globalizado, con su porte de tano cabrío y su considerable poronga venosa. El Malone con el que me comprometí es el maduro, después de los cuarenta y pico de años, cuando ya era calvo y había desarrollado una panza consistente. Es una estrella que se lo puede ver envejecer a lo largo de sus performances sexuales, en algún momento alrededor de los 50 años, comenzó un período que le costaba desnudarse del todo porque parecía que le daba vergüenza exponer toda su flamante panza. A veces se quedaba la camisa puesta, o usaba distintas estratagemas para no mostrar el torso mientras fifaba. Ese pudor dentro de la industria de la sobreexposición del cuerpo me producía electricidad. Algunos de sus  videos se transformaban en historias de suspenso: cuando finalmente se dejaba ver la panza en su totalidad era el verdadero orgasmo para mí. Malone es el principal responsable de mi amor por el porno hétero: de su mano aprendí a masturbarme con escenas entre hombres y mujeres entregadas al placer. Algunos años me dediqué con fidelidad absoluta a mi novio Malone, a sus sobreactuaciones, a su porno profesional decadente. Un día alguien me reveló que lo había visto usando un dildo en un video. Fue difícil encontrar esas imágenes pero cuando lo hice fue el momento cúlmine de mi romance con Malone. En realidad era una registro de una cámara web, la primera vez que veía a Malone solo, sin partenaire sexual, y sin los artificios del porno industrial. Ya estaba más envejecido y actuando para la cámara de su computadora: se levantaba de una silla sin estar erecto y se metía un dildo considerable por el culo. Luego se sentaba y seguía chateando. Fue un acto casi rutinario, no hizo mucho esfuerzo. Era hermoso verlo abrirse de piernas y meterse el dildo con lentitud pero sin pausa, sin que eso provocase su erección, su pene colgaba tan blando como  su panza. El rey del porno itálico y fálico se daba vuelta con una performance íntima donde solo usaba el culo. Un total y suficiente goce anal. Para mí ese video era un poema romántico, una perfecta carta de amor.

SAN VALENTIN 2: MI NOVIO ES UN PASTOR HOMOFOBICO

Mi segundo noviazgo porno fue con Capitán Bob. Este creo que fue más íntimo, tal vez haya tenido más bien poca popularidad en el ambiente XXX. Lo vi en un dvd que compré en la calle Corrientes del subgénero hétero de hombres maduros y mujeres jóvenes (old dicks & young chicks, en el slang inglés). Lo compré porque la carátula prometía un tipo de cuerpos de maduros sin gimnasio ni estilización que es difícil de conseguir en otros subgéneros. De la media docena de hombres del video, Capitán Bob era el único que me excitaba. Era estadounidense, pasaba los 50 años, tenía la cara un poco poceada, bigote cepillo canoso, el pelo raleado de una calvicie que avanzaba y ningún otro rasgo característico muy particular. Era más carnoso que gordo. Su principal cualidad era que se desenvolvía muy naturalmente en sus performances sexuales, era como una suerte de perfecto intérprete del porno amateur. Y su máxima virtud, y lo que más me erotizaba, era que hablaba mientras tenía sexo, nada de la música horrible omnipresente del porno industrial, la banda de sonido eran sus propios parlamentos. No había ese guión clishé de gemidos y onomatopeyas, ningún “oh, yeah, come on”, ni nada por el estilo. No era de los charlatanes que tratan de generar morbo diciendo obscenidades o contando historias perversitas. Hablaba tranquilamente con la joven mientras cogían, dialogando lo que iban a hacer, comentando lo que sentía, todo pedestre sin subrayado, sin que parezca que quería que el juego sexual fuera más erótico sino que tuviera más gracia, que fuera menos teatral y más cariñoso. Había mucho de espontaneidad entre ambos, algo que hacía todo menos rígido y más casual. Captian Bob no parecía una estrella porno, y lograba lo mejor del amateur: era como espiar a un vecino teniendo sexo. Eso me producía un morbo infinito, y así es que desarrollé una obsesión con Capitán Bob. Tanto que hasta pensaba escenas de sexo cotidianas con él en distintos lugares, un guion imaginario de nuestro noviazgo mientras me masturbaba. Como se ocultaba atrás de un evidente seudónimo, no creía que pudiese averiguar nada de su vida real, así que solo lo conocía a través de sus actos sexuales y de mi biografía inventada. Un día descubrí un dato que cambió nuestra relación: ¡Capitán Bob era un ex pastor! Ahora todo explicaba su capacidad verbal en las escenas porno, su práctica en los sermones lo había vuelto un experto en oratoria y usaba su don para sumar sex appeal. Pensé, parafraseando a John Waters, que entonces es valioso que haya tenido una profesión religiosa, porque todo el sexo que practica ahora será más perverso. Punto bonus de nuestro noviazgo. Nuestros encuentros ahora eran más potentes, orgásmicamente hablando. Pero otro dato más surgió, por culpa del google: mientras buscaba más videos eróticos para seguir mi pasíón por él, apareció un libro de su autoría donde, según las reseñas y comentarios, había escrito contra la diversidad sexual con esa ideología de odio muy propia de ciertos hombres de fe. Ahora eso cambiaba el panorama, pero no iba a dejar de noviar con él, sino que ahora me sentía que mis pajas eran más políticas, porque el es el responsable que su porno heterosexista provoque mi placer queer, y no puede hacer nada para evitarlo. Y tampoco le produce más ganancia, porque lo miro gratis por internet. El placer es todo mío, el odio solo de él.

Después de uno de mis primeros polvos en mi adolescencia, cuando dije que me iba a “limpiar” , mi partenaire sexual me respondió: “No tenés que limpiar nada, porque la guasca bendice no ensucia.” Sabias palabras. Al actor porno Capitán Bob lo bendije tantas veces que ya debería ser una santa marica.