Las piernas rosas que cuelgan de la cornisa se vuelven negras cuando las sombras las multiplican. Ella está en un colectivo pero no hay realismo en la escena. La vemos tapada por la luz y su voz parece la de una niña del conurbano maltratada por esa ruta, por ese micro que mientras anda a los tumbos la obliga a soltar su poesía orillera. Un fluir de la conciencia que es la narración de Ametralladora, el relato de un accidente. Estampida, ave negra que denota la desgracia, el fuego de lxs humildes como la máxima atracción en un camino donde las niñas se apretujan entre sus placeres pobres.
Un surrealismo conurbano es el que trae Laura Sbdar. Una dramaturgia que se escribe como el fraseo amotinado, como la preparación, como un diálogo interno que en Ametralladora encuentra su dimensión colectiva. Un lenguaje que se deja habitar por las imágenes del tango como esa que evoca un coro de fantasmas cuando las niñas llegan a un hospital público y la descripción parece una forma nueva del esperpento. Pasillos llenos de gatos, enfermeras empastilladas que se atragantan con harinas y el suero que funciona como una caricia triste. Cómo no revelarse frente a esa orfandad de la pobreza devenida en manchones sucios, en gritos precipitados que se acercan tanto a la rebelión.
Las criaturas de Laura Sbdar hacen de la hostilidad el impulso de una inspiración, de una lengua que las saca de la opresión para darles un lugar de pequeñas heroínas. Esa sublevación siempre parece fantástica, como ocurría en Turba, la anterior obra de Sbdar, pero el verdadero conflicto está en la relación que los personajes establecen entre las condiciones concretas que deben atravesar y la palabra que funciona como una instancia emancipada. Es allí donde aparece la política contagiada de una sabiduría dislocada. Los textos de Sbdar dialogan con la poesía de Diego Valeriano, un autor que suele escribir en el blog Lobo Suelto y que señala en ese atropello de lxs jóvenes del conurbano una ideología poco explorada que en Ametralladora estaría contenida en la actuación de Nicolás Goldschmidt.
El escenario es el lugar del descubrimiento. Allí su criatura se transforma. El cuerpo es una materia esquiva. La voz es la corporalidad del personaje durante buena parte de la obra en alianza con la iluminación de Matías Sendón que es cómplice del camuflaje. El centro del escenario permanece vacío y la acción ocurre arriba, en los costados hasta que la figura de Goldschmidt se ve por completo. En ese tiempo donde la actuación no está pensada para definir una identidad sino para hacer del personaje un ser permeable, habitado por múltiples fuerzas, tenemos la sensación que la niña ha crecido, que el género entra en ese umbral ambiguo de los sexos.
Como en Vigilante y Turba hay un mundo, una serie de situaciones que solo conocemos por el relato de las protagonistas, territorio de imaginación salpicado de una realidad trágica que deviene en revuelta. Si la mujer de la garita en Vigilante terminaba mascullada por esa violencia, todavía un tanto incauta sobre sus condiciones de clase, en Turba y mucho más con esta última obra, Ametralladora, las mujeres apiladas en ese montón a donde van a caer lxs desafortunadxs ya no descubren su salvación en el reclamo o la consigna. Es allí donde Sbdar se encuentra con Valeriano, el filosofo poeta que identifica en la actitud altanera de las chicas de la villa con zapatillas nuevas, en la exaltación del colectivo a las tres de la mañana y en la fiesta desatada una apropiación de la política en los términos de un goce sedicioso. En Sbdar esto se traduce en un lenguaje que se afirma en una condición desclasada para encontrar allí, en lo que molesta, un barroco de situaciones rotas.
Ametralladora se presenta los viernes a las 22:30 en Espacio Callejón