El sonido a lija gruesa de la púa se mezcla con una lluvia poco prometedora. Oscura, con truenos y campanas, y que levanta un hedor mortuorio. No es bueno el presagio. Detrás, emerge un riff pesado, uno de los más pesados en una época en que el heavy estaba en pañales. Había que darle un tiempo de maceración al final del sueño “flower-power”, claro. El tema se llama igual que la banda y que el disco: Black Sabbath. Cargadito el nombre... Al tipo del riff, Tony Iommi, le falla la motricidad de dos dedos de su mano derecha, a causa de un accidente laboral. El calmo Geezer Butler, bajista y autor de la letra, es quien imprime al tema la estructura precisa. Al baterista Bill Ward no hay nada que reprocharle: va en línea con el tritono y el tempo exigido por una guitarra lenta, fantasmal y grave. Al tipo que canta, Ozzy Osbourne, no se le escapa una nota: es monocorde, viscoso y singular. De su voz emerge una figura de negro con ojos de fuego que lo señala y viene a buscarlo. Habla de un Luzbel sonriente que no solo se lo quiere llevar a él sino a la gente del barrio.
Escuchar esta historia de cine clase Z hoy, bueno, es como creer en Adán y Eva. Pero en 1970 cargaba con una contundencia onírica que el rock and roll aún no había abordado y que, dada las ausencias de un Capussotto y de una industria cinéfila destinada a asustar niños en masa -o incluso del tardío sinceramiento de los músicos-, proponía una mística de alteraciones, alucinaciones, ácidos y miedos posta. Bien en conexión con el momento iniciático en que se creó. Exactos cincuenta años atrás, porque fue el 13 de febrero de 1970 cuando salió a la luz esa ópera primera de Black Sabbath, destinada a pegar un tremendo volantazo en la historia del rock.
Entonces, la banda llevaba poco de andar y, tal como sus contemporáneos Deep Purple, había nacido bajo una impronta indefinida, onda Move, casi en las antípodas de la identidad por descubrir. Alguito de agua tuvo que correr bajo el puente para que el nombre de la banda mutara, también. Para que Osbourne, Iommi, Butler y Ward fundieran nervios, y fundaran un estilo que marcaría a fuego miles de bandas, entre el hard rock, el doom metal y el dark, pasando por todo lo que hay en el medio. Eran casi chiquitos cuando sucedió. El guitarrista tenía 16 años y el baterista 19 cuando armaron Mythology en Aston, un barrio obrero de Birmingham que por entonces habitaban no más de veinte mil personas.
Osbourne tenía 21 y Butler dos menos cuando se encontraron con aquellos, previo paso por otra banda de garage: Rare Breed. Uno más tenían todos cuando, subidos al vértigo que proponía el rock de entonces a caballo del tándem Beatles-Stones, formaron la fugaz The Polka Tulk Blues Company (luego Earth). Y dos más cuando Iommi, desencantado de un breve paso por Jethro Tull, decidió ponerse definitivamente los largos y refundar la banda bajo un nuevo nombre que, casual y causalmente, era el de una película de terror. Ya no había marcha atrás: el miedo era la clave del éxito.
Lo aciago, que no solo suena y se lee en el tema epónimo, sino en todo el resto del disco. ¿Qué representa “Sleeping Village”, acaso, sino la voluminosa espesura que el rock and roll necesitaba para bañar con petróleo las buenas ondas hiponas? ¿Qué “The Wizard”, sino el albedrío de utilizar una herramienta folkie como la armónica, pero con fines contrarios? ¿Qué “Behind the Wall of Sleep”, sino una sinergia irrompible entre voz y riff que bandas como Led Zeppelin o Steepenwolf depurarían durante los tormentosos '70? ¿Qué la misteriosa "N.I.B.", otra con letra de Butler, sino la esencia de un sonido valvular que sería bandera y consigna de rockeros refractarios por los años de los años? ¿Qué la versión de “Evil Woman”, sino ponerle los puntos, salvar del anonimato a Minneapolis Crow, sus ignotos creadores?
¿Y qué, fundamentalmente, de “Warning”, lejos el mejor tema del disco, en el sentido de su tacto intrínseco, tal vez subconsciente, para compendiar con densidad adecuada todo lo antedicho? Poca duda cabe que en esta pieza, que en el disco original aparece junto a “Sleeping…” como un solo tema, se halla todo el mundo Sabbath en una canción. La forma intrincada, poco convencional, “única”, de Iommi tocando la guitarra. La psicodelia pintada de negro. La fuerza motriz de Ward. El bajo arquitectónico de Butler. Ese Ozzy nasal, casi narrando, poniendo un poco de sosiego al infierno, con una letra algo menos ingenua que la del tema que abre el disco. “Ahora, todo el mundo está moviéndose porque hay hierro en mi corazón/ No puedo evitar llorar porque decís que tenemos que separarnos/ La tristeza se apodera de mi voz mientras estoy aquí sola/ Y te veo alejarte lentamente, un amor que nunca he conocido”.
El tema, cuya composición pertenece a otra banda que se perdió en la noche de los tiempos (The Aynsley Dunbar Retaliation) es incluso el que mejor ilustra musicalmente aquella tapa de alto impacto. La de la hermosa pero tenebrosa mujer (Louise) vestida de negro con un gato a upa, secundada por un molino medieval, y figuras del ángel caído y de otro de los que no, merodeando el árbol de atrás. Esa leyenda de que la mujer apareció en el revelado es puro verso, claro.
El disco, cuyo sonido terminó de aniquilar al sueño de los '60, fue publicado por Vertigo Records, subsidiaria de Phillips destinada a editar rock progresivo. Lo produjo Rodger Bain, quien haría lo mismo con Rocka Rolla, el primero de Judas Priest, y la nota central de la grabación fue que se hizo casi en directo, de una toma. El impacto de Black Sabbath en la prensa especializada fue pésimo, al punto de impedir que los siete temas del disco se pasaran en la radio. Pero no ocurrió lo mismo con el público. Se vería bien pronto, apenas medio año después, cuando ciertos temitas llamados “Paranoid” o “Iron Man” le escupieron la cara a más de un escéptico. Un plan turbulento, renegado y genial estaba en marcha: el de las cruces plateadas y su resplandor. Cincuenta años después, escucharlo resulta un goce reciclado y, por lo tanto, imprescindible.
Otras voces
Claudio "Tano" Marciello: “El primer disco de Sabbath tiene un sonido pesado, y además demuestra que la agrupación ya venía con sus cambios de ritmo y obviamente con los climas, algo muy destacable que se iba a profundizar en los discos futuros. Lo que destaco también de él es la incursión del grupo dentro del blues y obviamente el sonido denso de la guitarra de Iommi, que es fundamental. Black Sabbath fue un disco que marcó una nueva apertura en la historia del metal pesado, la ventana al comienzo de nuevas generaciones para componer este tipo de música.”
Gustavo Rowek: “Hablar de Black Sabbath es hablar de una parte de mi vida, porque si hay una banda me marcó en mi vida, además de los Beatles, fue Sabbath. Eran geniales. Cuando me puse a escuchar de nuevo el disco, ayer, dije '¡Guau! Esto podría ser Alice in Chains o Judas Priest". O la que sea, porque todas las bandas le chorearon algo. Cualquiera daría por tener un tema como 'N.I.B' o 'The Wizard'. El primer contacto con Sabbath fue a través del Beto Zamarbide. Antes de V8, yo escuchaba más rock progresivo inglés y Beto me hizo escuchar Sabotage. Me rompió tanto la cabeza ese disco que empecé a investigar y llegué a aquel disco debut. Me maravillaron esa oscuridad, esos climas... Era una banda que te daba miedo, literalmente. Un infierno de banda, muy creativa, sobre todo porque antes de ellos no había casi nada de eso. Y en lo puntual del instrumento, Bill Ward es uno de los tipos que me formó.”
Andrea Álvarez: “Me inicié con Black Sabbath escuchando Paranoid, uno de mis discos recurrentes y a los que vuelvo seguido. Tiempo después llegué al primero. Oscuridad, riffs interminables, stoner, metal y delirio son las primeras cosas que se me vienen a la cabeza cuando pienso en ese disco. Todo es genial. De hecho, me lo paso afanándole cosas a Bill Ward, quien en este disco por primera vez se mandó muchísimos de sus fills y ritmos que son su marca registrada. No puedo creer que hace tantos años unos pibes compusieron esta música y sigue siendo actual. La manera en que cada sonido está dispuesto en el aire es aún utilizada por muchísimas bandas de rock moderno. Y el relato de un mundo que se cae, se destruye, y de sobrevivientes del caos que renacen de las cenizas… El elegido que te muestra que ese lugar que todos conocen no es la única opción y hay algo que está mejor aunque dé un poco de miedo. Eso es el rock en estado puro. El rock que nos gusta a los que nos gusta el rock.
Walter Meza (Horcas): “Mi primer contacto con este disco fue a través de mis amigos mayores de Villa Constructora, un barrio de obreros metalúrgicos de San Justo. Cuando lo escuché, marcó un cambio profundo, porque venía escuchando un rock más clásico. Tenía 13 años y me impresionó ese sonido completamente diferente para la época en que se hizo, y también para el momento en que yo empecé a escuchar música. Sus letras, sus matices oscuros, el bajo distorsionado en 'N.I.B'... Era otra cosa. Black Sabbath fue quien marcó una definición del heavy metal y fue la influencia más marcada que tuve, porque este disco me acompañó durante mucha horas cuando era adolescente y luego en las giras por el país, durante las noches oscuras y solitarias. Black Sabbath me definió, me hizo ser lo que soy”.
Baltasar Comotto: “Hace poco estuve escuchando Black Sabbath y reviví el sonido del disco más importante de metal de todos los tiempos. Me acordé de la sensación que me produjo escucharlo por primera vez. En el comienzo del disco se puede apreciar la lluvia de una tormenta, la campana, el lamento de quién canta, un riff oculto hipnótico y oscuro. Temas como 'Black Sabbath', 'The Wizard', 'N.I.B' o 'Warning' desatan una tempestad de sonido que se asemeja al fin. A cincuenta años de su creación, sigue siendo un disco clave en los oyentes del estilo”.
Alejandro Pont Lezica (director de Radio Nacional): “Escuché por primera vez a Black Sabbath en un álbum doble de varios intérpretes del sello Vertigo. El lado A del disco 2 abría con 'Detrás de las paredes del sueño'. Bastó escucharlo una vez para que se transformara en algo fascinante, hipnótico, y para que saliera corriendo a buscar el álbum. ¡Tenía que tener ese primer disco, que comienza con las campanas llamando a un entierro! Que tiene un sonido sólido, contundente, emanado del blues. Los riffs filosos de Iommi junto a la identidad vocal de Ozzy inventan un espacio original que es la puerta de entrada a lo que más tarde se llamaría heavy metal. Black Sabbath fue también el reflejo sonoro del género de terror que en el cine nos mostraban Boris Karloff, Peter Cushing y nuestro Narciso Ibañez Menta. La temática lírica surgida de la pasión de Geezer y Ozzy por los cuentos de terror sembró para siempre en el rock una cultura. Black Sabbath, junto a las historietas de Breccia, despertaron mi interés en leer a Lovercraft o a Poe. Si bien soy un fan incurable del Purple de Blackmore y considero a Zeppelin junto a los Beatles como las más grandes bandas extranjeras de todos los tiempos reconozco que el Sabbath original forma parte de esas bandas que revolucionaron e iluminaron el camino de todo el rock".
Norberto Cambiasso (crítico musical): “Recuerdo haber escuchado ese primer disco de Black Sabbath cuando era adolescente. Solía ir a la casa de un compañero de secundaria que compraba gran parte de los discos clásicos de los '70: Pink Floyd, Genesis, Led Zeppelin, Yes, Deep Purple, etc. En aquel momento, mi gusto estaba mucho más cerca del rock sinfónico (o lo que nos llegaba acá). Yo era especialmente fan de Genesis y Queen, así que me pasó lo mismo que con Zeppelin: a Sabbath lo redescubrí de grande, ya dedicado al periodismo musical. Y lo redescubrí con ese mismo primer disco. Entendí todo lo que significaba, no solo para el heavy y todas sus variantes hasta el doom metal, sino también para cosas en apariencia tan alejadas de su sonido como el folk pagano o el gótico. Por supuesto, aprendí a apreciar lo impresionante que era Iommi como guitarrista. Y comprendí que se trataba de un nuevo sonido que, particularmente en su magnífico primer track, se construía a través de una ralentización del blues y una vuelta de tuerca a lo que habían significado bandas como Cream”.