Perennes durmientes de la neoyorkina Elizabeth Heyert han vuelto a despertar, en UK, gracias a una recientísima muestra, Occupy the Void, parte de la programación del prestigioso London Art Fair. Para la ocasión, reunió la curadora -la galerista Laura Noble- las primeras obras de acreditadas artistas de más de 50 pirulos que antaño supieron hacerse un lugar en un ámbito -la fotografía- tradicionalmente dominado por hombres. Entre la selección, The Sleepers, como dos décadas atrás titulase Heyert a su hipnótica obra, que empezó como una exploración voyerista pero acabó “capturando cierta esencia abstracta y atemporal de la humanidad”. Por aquel entonces, invitó Elizabeth a personas conocidas y anónimas a dormir la mona. Desnudas, solas o en pareja, dejó que el sopor las venciese previo a observar y gatillar. Allí, sobre un fondo negro, en estado conmovedoramente vulnerable, reposaban sus durmientes mientras ella atestiguaba -durante dos, tres horas- “una transformación extraordinaria”. “Parecían estar volando, en estado de éxtasis o tormento”, rememora E.H.: “Liberados del cotidiano, sutiles sus movimientos, flotaban”.
Apenas el primer paso de The Sleepers, porque -no conforme con hacerse de tan privado, tan primario registro-, procedió a viajar a un pueblo fantasma de Sicilia, Poggioreale, desierto desde que fuera azotado por un fortísimo terremoto en 1968. Sin público presente, sobre las paredes “infinitas y hermosas”, antiguas murallas en ruinas, proyectó las fotos de sus durmientes. Fotos que, intervenidas por las ricas texturas de las grietas de la piedra saturada de historia, volvió a gatillar. Más dramáticas, dicho sea de paso, devenidas -en palabras de Heyert- “épicas, inmortales”, con carácter escultórico. “Lo atemporal de la piedra potenció la emoción de las figuras, y a su vez, borró su especificidad, las alejó de lo personal”, repasa quien solo recuerda un intríngulis en su proyecto: “Aunque hacía los preparativos durante el día, sacaba las fotos por la noche, y en varias ocasiones aparecieron pastores de las cercanías… con sus 500 ovejas”. Un despiole, sin más, al que suma el cuiqui de la profunda oscuridad: “Sentía que estaba siendo una entrometida, molestando a algún espíritu ancestral de Poggioreale, donde vivieron personas durante siglos y, de la noche a la mañana, tantos tuvieron que escapar”.