Apenas 10 de la mañana y ni un perro bono en el bolsillo para dejar la caja y e ir al baño a satisfacer sus necesidades, se palpa el delantal como si la mano no terminara de convencerse, y frente a sí la lucha de apurarse con los productos que suma a la cuenta de esa compradora que hierve con sus "¿para cuándo?", la panza le aguijonea a Teresa y no, ni un bono, se gastó el cupo de la jornada, tres mezquinos, míseros pases que les asignan para evacuar en el sanitario ¿qué quieren que haga? sabe qué quieren que haga, pero ella no se prestará a la solución que le dieron a Lucía, no.
Sacude la cabeza para evadirse y chupar algo de aire, enterrada bajo la avalancha de hostilidad conque la sepulta la mujer de la fila de pago, el lector óptico no reconoce un precio y hay que recurrir a la encargada, "no se trata de subir al Gólgota, señora, cálmese, sólo tomará un momento determinar cuánto cuesta su jabón2, tres perros bonos, se vuelve hacia la caja de la izquierda, agita la clave a Carlota, la seña del tres, la santísima trinidad, "necesito uno bono más", se friega la panza pero la compañera le sacude el cogote, que no, que una vez de tanto en tanto vaya y pase, pero toda una semana del mismo baile en qué cabeza cabe, ya se metió en problemas, y por otro lado ¿ella, Carlota, cómo se las va a arreglar? ni siquiera se llegó al mediodía, hay que tomar precauciones. Sí, arribar a la meta de las diecisiete, hora de salida, corredoras en la cancha que cortan la cinta de llegada. Se aprieta la entrepierna. La aguja baja por la esfera y por su vientre, baja baja, hincando, "no lo intentes", le aconseja la encargada de cajas, "te tienen fichada", "cubrime, Lola", "ni lo sueñes, arreglate como Lucía", tres bonos, uno para la mañana, otro para la tarde, y el tercero obsequio de la empresa si surge una emergencia, tres bonos sellados que vuelven a sellarse cuando se ingresa al baño para usarlos. Sin bono no gira el molinete de ingreso; gira, observa a Lucía, no es la única que agacha el lomo, pese a rechazar la cosa.
No da más. Se levanta. Se para al lado del taburete.
Desdeña a la cliente que se raja en alaridos porque la cajera deja de facturarle y desatiende a quienes le dan de comer, ellos compradores, que le ponen en la boca el pan nuestro de cada día. Que se desgañite. Abandona la silla de San Pedro. Decisión: no puede seguir con el racionamiento impuesto ni el orinar auditado.
Ya no aguanta con las piernas fruncidas. De pie, rígida, se vuelve más visible ¿intencionalmente? ¿o porque no le queda otra?. Brazos pegados al cuerpo, atrae la atención colectiva y ésta se centra en el líquido que corre por sus piernas, más la viscosa colitis de bulla levemente olorosa que van formando un laguito a su pies.
Los guardias de seguridad la alzan como a una bolsa, la transportan entre el séquito de "mirá lo que te va a costar esto por idiota, por qué no te pusiste el el pañal como Lucía". No se da vuelta a ver cómo la encargada toma su lugar e intenta calmar a los indignados para que vuelvan al redil.
Alza el rostro y disimula el lagrimeo. No termina de consolarla el hecho que de ahora en adelante no pagará más el peaje de la humillación. Alto precio el que acaban de facturarle. Y no de saldo en una sola cuota. En este momento la meten en el baño y la fusilan a manguerazos. Luego seguirán sermones, abogados, despido, actas, denuncias policiales. Ella comienza a repetir para sí su nombre con un agregado: "Teresa Restrepo. Y no para servirles". No sierva ni servidumbre. De a poco intenta ir recogiendo aquí y allá, una a una las migajas de su dignidad.
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Fuentes: se han presentado una serie de denuncias, por el problema descripto, en distintos países y provenientes de diferentes tipos de empresas.
Así: "Obligan a cajeras de supermercado argentino a usar pañales. Carlos Tomada, ministro de trabajo en ese momento, admitió la denuncia de que en supermercados de Mendoza se obligaría a las cajeras a usar pañales para que no vayan al baño. La denuncia fue lanzada por el titular de la CGT mendocina".
Por su parte, la fábrica de calzados Sáenz Hnos, también de Mendoza, en 1994 debió retirar del baño de empleadas una cámara de video y un reloj donde las obligaba a fichar.
En otros lugares del país, concesionarios de transporte fueron denunciados por impedir que las empleadas de boletería fueran al baño. (Fuente: www.lr21.com.uy.)
En Chile, el Sindicato del Metro de Santiago señala: "no es posible que las cajeras deban orinarse en sus puestos". (Fuente: www.gamba.cl)
Y sigue la lista de denuncias semejantes sobre esta situación humillante y vergonzosa.