He leído muchas notas del periodista Emilio Cicco. Siempre me atrajo su mirada border, esa audacia fronteriza demostrada en notas inverosímiles, como aquella sobre “la maldición de María Amuchástegui”. También me atraía, pero menos, la compulsión a escribir artículos “desde adentro” por medio de dramatizaciones con el solo fin de construir un buen relato. Así fue actor porno y sepulturero; así, tal vez, se convirtió al islam: para contarlo.
Rock and roll Islam es la irresistible crónica de esa conversión. Son historias que se vertebran en palabras exóticas a nuestros oídos como mawlana, ihsan, sunna, que en su narración conservan el espíritu de aquel pulso irreverente y pagano, entre la transgresión y la blasfemia.
El tránsito del joven periodista estrella de Noticias y Rolling Stone con una vida algo decadente de sexo, droga y rock and roll hacia el islam fue, parece, un camino de ida. Hace diez años Cicco dejó de ser Cicco para llamarse Abdul Wakil. Se mudó de la Capital a un pueblo perdido, abandonó el periodismo trash para dejar crecer su barba, aprendió a leer el Corán en árabe, se separó, se casó, tuvo más hijos, peregrinó a La Meca y comprobó cómo la gente lo juzgaba por su aspecto y lo veía como un sujeto amenazante, un fanático o un freak, capaz de detonarse como un kamikaze. Con afán pedagógico, rozando la teología, Rock and roll Islam ubica la lupa en los juicios y prejuicios que tiene Occidente con Oriente. Y en los grandes y pequeños relatos que se filtran en esa incomunicación atávica. No me interesa especialmente el islam (que, Cicco enseña, “no es una religión”) ni ningún dogma, pero siempre me resultaron fascinantes los cuentos sufí. El sufismo es la rama mística del islam y, curiosamente, además de boxeadores y actores y actrices de Hollywood, muchos músicos como Cat Stevens y Sinnead O’ Connor han abrevado en el sufismo. Cicco evoca unas reuniones que se hacían años ha en el marco de un grupo llamado Shah, al que iban Helena Tritek, Cristina Banegas, Luis Alberto Spinetta (“que pasó de largo”, aclara Cicco), Miguel Cantilo y Miguel Abuelo. “Que nadie me moleste –decía Miguel Abuelo-. Soy un bombón de Dios”. “En Europa –escribe el autor- Miguel había estado en contacto con sufíes más flexibles, que sabían que consumía ácido en las reuniones y lo dejaban ser. En Argentina, en cambio, lo tenían cortito, y a él le parecían unos amargos. Cada vez que iba a una reunión, les adelantaba a sus amigos: ‘Nos vemos en un rato. Me voy a la vinagrera”. Miguel Abuelo adoraba al poeta persa Rumi y el verso “Sobre la palma de mi lengua vive el himno de mi corazón / Siento la alianza más perfecta que en justicia me une a vos”, entre otros, es una evidencia de su influjo. Su tocayo Cantilo también ha frecuentado y vuelto canción alegorías del sufismo, como “La carroza”, que figuró en el extraordinario e inconseguible disco de los Apóstoles, grabado en 1975.
El título del libro, Rock and Roll Islam, es algo engañoso: no hay mayores apelaciones al rock. Se justifica en la data que aporta Cicco acerca de que la mayoría de los esclavos africanos que poblaron los campos de algodones de los Estados Unidos eran musulmanes. “El rock es tataranieto del islam, pues su origen se remonta al blues (…) Cantaban con el mismo lamento con el cual recitaban el Corán en las mezquitas de su Africa natal”, escribe. Pero el poderío de Cicco radica, más que en lo informativo, en la capacidad de exhumar leyendas, alegorías, símbolos, metáforas. Ese vigor narrativo vuelve al libro una pieza literaria.
El Capítulo 6 se titula “Toda reliquia tiene su guardián”. Y empieza:
“En la Patagonia hay una ciudad llamada El Bolsón. A 17.5 kilómetros de El Bolsón, por la ruta 40, hay otra ciudad más pequeña llamada Mallín Ahogado. En Mallín Ahogado hay un camino de tierra que se desprende de la ruta y serpentea entre pinos y corderitos, y llaman el camino del huesero. Al final de ese camino de tierra hay una tranquera. Y al otro lado de esa tranquera hay un predio de 23 hectáreas. Y en ese predio vive el huesero. Y el huesero vive en una casa de dos plantas. Y esa casa de dos plantas tiene un altillo. Y ese altillo tiene un dormitorio y un baño. Y en ese dormitorio hay una cajonera. Y sobre esa cajonera hay una foto de un maestro sufí y su esposa. Y detrás de esa foto hay una cajita de madera. Y en esa cajita de madera hay un pañuelo. Y ese pañuelo envuelve un frasco del tamaño de un dedo pulgar. Y ese frasco del tamaño de un dedo pulgar contiene un pelo. Y de ese pelo trata esta historia.
El pelo llegó en noviembre de 2016, en vuelo de la Turkish Airlanes, desde Estambul. Lo llevaba en el bolsillo mawlana sheikh Mehmet, líder mundial de la orden sufí naqshbandi. Lo mantuvo allí durante semanas hasta que, en Mallín Ahogado, lo extrajo del bolsillo y le dijo a su nuevo guardián.
-Tengo lo suyo.
El pelo se lo había dado al sheikh Mehmet su padre, mawlana sheikh Nazim. Y a mawlana sheikh Nazim se lo había entregado su propio maestro antes de morir. Y a su maestro se lo había entregado el suyo, que era su tío. Y así, a lo largo de 41 generaciones de maestros. Ese pelo tiene 1.400 años. Viajó de Medina, en Arabia Saudita, a Uzbekistán, de Uzbekistán a India, de India a Daguestán, de Daguestán a Siria, de Siria a Chipre, de Chipre a Estambul y de Estambul a Mallín Ahogado. Junto a él, se cree, viaja en custodia un ejército de ángeles que lo sigue donde sea que se mueva (…) La historia de cómo la reliquia llegó a Mallín Ahogado es, en buena medida, la historia de su guardián. Los guardianes atraen las reliquias, y las reliquias corren al encuentro de su guardián (…)”.
Esa clase de historias atraviesan Rock and Roll Islam. Cicco me manda un audio por whatsapp. “El objetivo del libro es que la gente se vuelva mística. Que entienda el propósito del alma, para qué uno viene al mundo. No me interesa que se convierta al islam, pero sí que abracen el misticismo”, dice, y soslaya así su mayor logro, la pura literatura, ese merodeo de musulmanes retratados magistralmente, acechados por el ritmo de la vida cotidiana, personajes que pueden ser taxistas, ex presidiarios, karatecas, artesanos o empleados bancarios.
No sé si alguien experimentará una crisis existencial o mística después de leer a Cicco. Sí pienso que el tono arrabalero de la prosa y el tufillo a Las mil y una noches que exudan algunos relatos, no le hubieran disgustado a Borges.