El comandante vampiro ordena la carga pero intuye que fue un error. Los jinetes arqueros elfos huyen metódicamente y, alrededor de la mesa de juego, los espectadores sonríen. Enfrente, quien dirige a los elfos silvanos no puede ocultar la ansiedad: tiene a la principal unidad del rival a distancia de carga de sus mejores miniaturas. Lleva tres turnos planeando esa trampa. Ruedan sus dados y se escucha: “Man, no podés tener tanta mala leche”. Los 1 y los 2 son mayoría, los 3 –que tampoco alcanzan para herir a los jinetes oscuros– abundan. Apenas entran golpes en las filas vampíricas. Hay un motivo por el que los elfos dependen de la táctica quirúrgica: no resisten muchos ataques. Y ahora tienen por delante un castigo difícil de tolerar.
Wargames, el vicio de las miniaturas
La escena anterior le es familiar a cualquiera que haya jugado Warhammer, que desde hace décadas es uno de los wargames más populares. ¿Qué es un wargame? Literalmente significa “juego de guerra” y deriva de viejos ejercicios teóricos con los que los aspirantes a generales ensayaban estrategias para la batalla. Eso devino en un hobby donde los jugadores compran, arman y la mayoría de las veces pintan miniaturas. Esas “minis” luego van a un campo de batalla (un piso sin obstáculos o una mesa amplia) que a veces tiene escenografía que representa accidentes del terreno, objetivos a cumplir y que agrega algo de picante a la partida.
Cada tipo de unidad tiene sus características (movimiento, ataque, habilidades especiales, etcétera) y los resultados suelen determinarse por tiradas de dados (muchos). En general la temática de fantasía épica y ciencia ficción domina el panorama, aunque hay juegos de horror (mucho zombi, de un tiempo a esta parte) e históricos (Antigüedad, Segunda Guerra Mundial). Las partidas y juegos pueden ir desde unas pocas unidades (en “bandas”, y esos juegos son conocidos como “de escaramuzas”) o grandes ejércitos de centenares de miniaturas por bando.
En Argentina el más popular es Warhammer, aunque en los últimos años ganó preeminencia su versión de escaramuzas con un corte futurista, Warhammer 40k. Claro que siempre hay alternativas que siguen vigentes, como el descatalogado Morheim o el deportivo BloodBowl (uno de los pocos que usa tablero y que podría ser considerado más juego de mesa o de miniaturas que estrictamente un wargame). Ambos son de la misma marca (Games Workshop), pero abundan títulos de otras compañías, como Kings of War, o el de naves de Star Wars. Con todo, es difícil destronar un juego en el que sus fans invirtieron tanto dinero.
Vale advertirlo, el vicio de los wargames no es barato. Exige una inversión inicial intensa, aunque con el tiempo se amortice. “Por una caja de iniciación barata, para un jugador, hoy estamos hablando de 5000, 5500 pesos”, señala Federico, responsable de Imaginario Games, en Belgrano. Fernando, su colega de El Abismo de Helm, por Primera Junta, matiza la cuestión: “Hay cajas para varios jugadores que se pueden comprar entre varios y se vuelve más accesible”, explica. Ambos son vendedores oficiales de Games Workshop y conocen bien a la clientela: ellos mismos son consumidores desde hace décadas.
Aunque en los últimos meses las cuestiones cambiarias encarecieron los productos –primero el berrinche devaluatorio del macrismo, luego el impuesto solidario del actual gobierno–, saben que el fan hace un esfuerzo y sigue gastando. En todo caso, los últimos años vieron una migración a los juegos de escaramuzas, que requieren invertir en menos miniaturas por jugador. “Igual se está volviendo a los juegos de ejército porque al fan le gustan mucho”, observa Fernando.
Cómo jugar wargames sin vender un riñón
¿Se puede jugar barato? Aunque la definición de “barato” depende del bolsillo de cada uno, hay estrategias para gastar menos plata. Sobre todo si uno quiere meterse a probar y no quiere andar soltando billetes naranjas de una. Por lo pronto, los jugadores novatos pueden curtirse con las reglas usando “proxies”. Es decir, reemplazos. Una cartulina o cartón cortada del tamaño apropiado puede oficiar de peana y simular una unidad sobre la mesa. Tarde o temprano, sin embargo, la materialidad de las miniaturas se impone en la cabeza de los jugadores: no es lo mismo estrellar una unidad de caballería contra un bloque de lanceros que hacer chocar un cartón rectangular contra otro cuadrado con dos chapitas encima.
Para ahorrar hay alternativas, siempre. En Argentina no hay producción nacional de juegos (aunque hubo un par de intentos) porque el mercado es demasiado chico para sostener el negocio en toda su cadena de producción. Sí hay réplicas en resina y en plomo, que aunque no alcanzan la calidad de las originales originales, para muchos jugadores son suficientes. Si un jugador es riguroso y “estudia” el juego, planifica bien sus compras, con una combinación de cajas oficiales (las de iniciación suelen tener una buena relación costo-miniaturas) y réplicas pueden armar un buen ejército.
Desde luego, también hay jugadores que prefieren los juegos más baratos o utilizan las miniaturas de compañías menos onerosas para sus contrapartidas. Por ejemplo, aunque el rango de miniaturas que ofrece Kings of War no es tan variado como el de Warhammer, como están hechos en la misma escala, muchos de sus productos pueden adaptarse sin mucho esfuerzo a los ejércitos de este último. Las marcas y juegos alternativos suelen tener una ventaja adicional: en general las empresas suben gratuitamente los manuales de juego para estimular la migración de los jugadores.
La recomendación indispensable para estos casos es buscar grupos de juego ya armados. Incluso hay clubes que se juntan regularmente y que pueden orientar al aspirante a jugador. Aquí, lo de siempre: las redes sociales hacen accesible el panorama. También sirve preguntar por estos grupos en comiquerías y locales especializados: si te picó la curiosidad, seguro ya ubicaste algún lugar para comprar las primeras miniaturas. Escuchar recomendaciones de quienes ya juegan puede evitar gastos innecesarios al comienzo –esos vienen solos y gustosos cuando uno ya está enganchado– e incluso puede darse el caso de que alguien quiera cambiar de juego o de ejército y venda sus miniaturas a precio más que razonable.
Pincel, acrílico y Google: el taller del jugador
Lo que es muy difícil de evitar es la inversión en pinceles (bien, bien finitos, para no empastar los detalles más minúsculos) y acrílicos. Aquí también hay discusión y aunque muchos se arreglan con las marcas nacionales, de las que se consiguen en cualquier librería, los negocios especializados ofrecen una gama de importados que puede resultar abrumadora. “Nosotros vendemos unos que son españoles, que recomiendo cuando doy clases de pintura”, explica Federico. “Son más caros y pueden reemplazarse por los nacionales, pero lo que sí sugiero es gastar algún peso más por los metalizados y el amarillo, que no cubre bien con ninguna marca argentina”, explica.
Finalmente, si alguien tiene la fortuna de acceder a una impresora 3D, en internet hay páginas que ofrecen modelos para descargar, muchas veces hasta gratis (cgtrader.com tiene miles de alternativas ). Puede no ser la mejor opción para poner sobre la mesa 80 guerreros orcos o 200 esqueletos, pero quizás salve las 20 o 30 libras esterlinas de un monstruo más grandote.
Y si los juegos tradicionales no convencen o pintan las alternativas más delirantes, los amantes del googleo intensivo también pueden encontrar otras opciones. Una, en particular, gustó mucho en el NO: el clásico Clay-o-rama (disponible en español) donde los propios jugadores montan sus miniaturas para la batalla a partir de... ¡plastilina! Porque al cabo no importa de qué estén hechas las miniaturas, sino que las unidades rivales estén a distancia de carga y que los dados acompañen.