Así se llama y se llamó siempre, incluso durante las décadas en las que se la dio por perdida, la monumental obra subacuática del muralista mexicano Diego Rivera que ahora emergió de las profundidades ya intacta, después de años de trabajo de restauración a cargo de expertos del Museo de Bellas Artes. Hay azares que nos fuerzan a creer en algo más sincronizado que el azar, que transforman al tiempo pasado no en algo ido sino el algo que está y que permanece. Hay azares que parecen señales.
La belleza de la obra, que fue encontrada hace tiempo y desde los 90 estaba siendo restaurada, aunque tomó impulso reciente, ya vuelve a lucir su fuerza indescriptible, sus colores fuertes, sus imágenes simbólicas, que es increíble tanto como su dimensión: hay más de 270 metros cuadrados pintados.
Rivera la terminó en 1951, en un sector del bosque de Chapultepec. Fue para celebrar la llegada a término de un gigantesco acueducto que llevaría el agua potable hasta la ciudad de México. Está ubicada en el Cárcamo de Dolores, el depósito donde finaliza el acueducto de 62 kilómetros de largo que transporta el agua por el río Lerma hasta la mega urbe. Cuando la hizo, dijo que era “el más fascinante encargo de toda su carrera”. Porque sería una obra ubicada no a la vista, sino en las profundidades, en los secretos de los caminos del agua hacia la población. Una obra destinada no a ser vista, sino a latir.
Ahora, que ya se sabía de su existencia, el Centro Nacional de Obras Artísticas logró desviar el curso del agua para verla. La encontraron intacta, pero más allá de la pericia técnica y la pizca de delirio de Rivera para la pintura subacuática, el texto que trae el enorme mural le habla al mundo de hoy tanto o más que al de hace cuarenta años.
Rivera trabajó con Ricardo Rivas y Ariel Guzik, diseñadores del edificio y compañeros del muralista. El mural se extiende a los túneles y a los espacios internos del túnel. «El agua, el origen de la vida», incluye las cuatro caras del tanque interior. Fue pintada de forma tal que desde donde se la mire, se pueda distinguir el sentido. Es un conjunto, sin principio ni final. En la parte inferior y en el suelo, Rivera ubicó microorganismos, mientras a medida que la mirada asciende las formas se van haciendo más estilizadas. Las manos se presume que son las del dios Tlaloc, señor de la lluvia. Hay una idea evolutiva en la pintura. Y hay una pareja solamente: él tiene rasgos africanos y ella, orientales.
En la salida del túnel, Rivera pintó dos enormes manos dando el agua. Dos manos morenas, mexicanas, pintadas en posición de dar todo lo que fluye, todo lo que viene, todo lo necesario. Es estremecedor pensar en estas sincronías del arte, de la percepción y del azar, porque esas manos hoy no dicen que México ya tiene agua potable, como cuando fue encargada, sino que es en nombre de ese elemento puro, claro, filtrado, inocente, que en los últimos años se han desatado guerras, que mueren acribillados líderes ambientales, que son apedreados y secuestrados los guardianes del agua y de los bosques, como Berta Cáceres en Honduras, o como los peregrinos hacia el Lago Escondido en la Patagonia argentina. Problemáticas totalmente diferentes, pero unidas por el reclamo del agua.
En el nombre del agua que se reclama que el fracking se detenga, que la palabra “sustentable” no sea decorativa, que no se fumigue más sobre poblados, y tampoco sobre campos hartos de ser transmutados en algo que no es fruta ni verdura, sino commodities y veneno. En algunos lugares, hasta el agua de lluvia tiene glifosato. Esta semana en la Antártida, una de las reservas globales de agua, la temperatura trepó a 20 grados. Esta semana circuló la foto de osos polares comiendo plástico. Esta semana en Colombia fueron asesinados tres activistas más que intentan frenar las represas, la producción a gran escala, la fumigación sobre los bosques que luego va a parar a los ríos.
Cuando Rivera pintó su fabuloso mural, a Nestlé todavía no se le había ocurrido que el agua no es un derecho, y que el mundo debe avanzar hacia el agua embotellada y con precio. Ya están remarcando nuestra sed. En decenas de países y de diversas maneras están haciendo negocios con el agua, olvidándose que es el origen de la vida.
Y en la Argentina, nos estamos preparando para la reacción que generarán las leyes de municipales, provinciales y nacionales para ponerle un límite no sólo al ataque a la naturaleza, sino también a los vecinos de pueblos fumigados, a los vecinos de pequeñas ciudades, a las comunidades a las que un puñado de ricos impide el acceso al río como si las propiedades se compraran sin servidumbre de paso, como si en este país las tierras se vendieran como feudos.
En ese contexto es que resurgen del pasado, de otras luchas, otras conquistas, del mismo idioma, esas manos benditas que en posición de dar, son un continente para el agua limpia que llegará a las bocas del pueblo.