El así llamado “mercado”, léase los actores económicos vinculados directa o indirectamente al poder financiero, como por ejemplo los bancos y sus economistas, los propios y los de “las consultoras de la city”, están muy nerviosos con el ministro Martín Guzmán. Alcanza con recorrer superficialmente la prensa que apoyaba al macrismo para ver cómo se repiten las viejas ideas de “falta de confianza”, creación de “malas expectativas” y el latiguillo más común: “no existe un plan económico”.
¿Cuál es la razón de tanta ansiedad y nerviosismo? La respuesta es unívoca: el ministro no muestra las cartas de la renegociación de la deuda. Entre tanto funcionario proveniente de ámbitos académicos antes que de la experiencia del tira y afloje del mundo de los traders, es decir de la ausencia de “Totos de la Champions League” en el staff, hay inversores que no son atendidos y acreedores muy fuertes a los que no se les abren las puertas de los despachos oficiales. Incluso dentro del mismo gobierno no faltan los altos funcionarios que explican en off que la estrategia de renegociación de la deuda, un dato clave del futuro económico, la conocen sólo dos personas: “Guzmán y Alberto”. Si quieren saber más los “financistas” tendrán que esperar hasta que se designen los bancos negociadores, tanto los que explotarán las divergencias al interior del FMI y de Wall Street, como los que tendrán la también ardua tarea de identificar a los tenedores de los bonos.
Sin embargo, para quien sepa leer, los indicios sobre los planes oficiales están todos sobre la mesa. Más después de la presentación de esta semana de Guzmán en el Congreso, donde el ministro pronunció una gran herejía para el discurso económico del mundo de las finanzas. Sostuvo que “de las recesiones no se sale con ajuste fiscal”. Se trata de una verdad económica de Perogrullo, de hecho es el gran aporte de la teoría económica del siglo XX aunque mejor formalizada por la vía de “la teoría de la demanda efectiva en el largo plazo”, ya que hasta los faraones sabían que construir pirámides promovía la actividad y que no necesitaban ahorrar moneda ni cobrar impuestos antes de construirlas.
Además, también es la política que practican, aunque no predican, los países más desarrollados, permanentemente en déficit interno y, en casos como el estadounidense, también externo. No obstante, la mueca de horror del establishment ante las palabras del ministro fue una sola a lo largo y ancho de la república: “Giró a la izquierda”, se escandalizaron, “fue un discurso de cabotaje”. Para colmo Guzmán dijo todavía más. Sostuvo que no era esperable alcanzar un superávit interno antes de 2023, lo que deja entrever cuáles son los años de gracia que tiene en mente en materia de pagos. Agregó también que es una alternativa que están hablando con el FMI. Si ello es así, si efectivamente existe la aquiescencia del Fondo, hasta podrían existir sorpresas cuando se conozca la meta de déficit para 2020, la que estaría bien por encima de lo previsto, un buen dato para el nivel de actividad.
"Ni agresiva ni amistosa"
El segundo componente fuerte de la exposición de Guzmán fue insistir en lo que para él es una vieja idea: lograr una renegociación sustentable. “Ni agresiva ni amistosa, sustentable”, detalló. Si bien en tiempos recientes la palabra “sustentable” fue desgastada en malos trámites, se necesita ahondar en el contexto para comprender mejor el significado del concepto en boca del ministro.
Quien se haya tomado la tarea de leer sus escritos académicos sobre reestructuraciones soberanas habrá encontrado que el novel funcionario hablaba de plazos de gracia, quitas de capital y de nivel de intereses, pero también insistía en la “sustentabilidad” como la clave para una renegociación exitosa, es decir una que no obligue a renegociar al poco tiempo. Si se piensa dos veces, se trata de una meta que sólo puede lograrse relacionando las obligaciones futuras con una visión realista sobre la capacidad esperada de la economía para generar dólares. Más allá de la palabra oficial, eso sólo es posible con una renegociación agresiva. Es aquí donde entran las relaciones de poder.
La estrategia que dejó ver hasta ahora el gobierno es “con el FMI adentro” y sin agitar la posibilidad de otras alianzas extra Occidente. Para muestra basta la “simpática” gira europea del presidente que recordó, sin maldad, a los años 90 o al Macri del G20. Otra muestra, ya con maldad, fue la innecesaria foto con Bolsonaro “para que ayude en la renegociación con el FMI”, como si Brasil tuviese real injerencia. Hablando mal y pronto, la apuesta a acordar con el FMI significa que la palabra última sobre subirle o bajarle el pulgar a la Argentina la tiene el presidente de Estados Unidos. Gracias al súper endeudamiento macrista, que la salida de la recesión sea ordenada o caótica es hoy un dato exógeno, que no depende de la voluntad interna. El problema es que el rol central del Fondo siempre fue alinear a los países a los intereses estratégicos estadounidenses. El secundario, más allá de la abierta contradicción con la letra impresa sobre sus funciones, fue financiar la salida de capitales de los países con crisis de balance de pagos, exactamente lo que volvió a hacer en Argentina a partir de abril de 2018: poner los dólares para la salida de los capitales especulativos.
CFK y el FMI
La crítica de los medios frente a las palabras de CFK respecto al rol reciente del organismo en Argentina habló de ruidos y contradicciones entre el presidente Alberto Fernández y su vice, una verdadera zoncera sobre un supuesto enfrentamiento entre un moderado y una extremista. Muy por el contrario, la ex presidenta cumplió el rol de poner en evidencia que la posibilidad de una quita sobre la deuda no es ir contra una palabra santa. Que “no puede haber quitas con el FMI” es una verdad tan relativa como que sus préstamos no se pueden ir por la canaleta de la fuga. Y si es una verdad relativa significa que también podría tratarse en forma relativa. El Fondo podría hacer una quita sin hacerla, por ejemplo otorgando un plazo de gracia sin cobrar intereses y facilitando y legitimando en el frente externo un arreglo con los privados. Esta es la optimista apuesta oficial que, según Guzmán, habría encontrado eco en el organismo.
Pero en materia económica, en este caso de dinero, no existe la buena o la mala voluntad, sólo relaciones de poder y lógicas históricas de comportamiento de los actores. ¿Tiene Argentina elementos para presionar al FMI? Relativamente. Si el país entrase en default con el Fondo sería un fracaso para la institución que destinó al gobierno de Mauricio Macri uno de sus mayores préstamos desde los acuerdos de Breton Woods. Pero además, ello obligaría al resto de los socios a una recapitalización. Y no debe olvidarse que en la administración republicana no son pocos quienes ven a los organismos financieros como un dispendio.
A diferencia de lo que ocurrió hasta ahora, es posible que un default argentino sí provoque miles de despidos en la institución. Un default es malo para Argentina porque significa una salida más larga y caótica de la recesión, pero también es malo para el FMI. Esto también forma parte de la optimista apuesta oficial. El lado pesimista, que nadie relata, es que una salida caótica significaría una fuerte pérdida de legitimidad política del nuevo oficialismo, que debe revalidarse tan pronto como el año próximo. Y las blancas también juegan. Lo que también es cierto es que elegir la vía de más ajuste sería todavía peor.
Cambio de rumbo
Finalmente queda la crítica sobre la ausencia de un plan económico, otra zoncera mediática. Es verdad que el Presupuesto 2020, donde estarán los detalles, sólo se conocerá cuando se aclare el panorama de la renegociación de la deuda, pero la baja de la inflación de enero, con política monetaria expansiva, inyección de recursos, en paralelo a la contención de precios básicos, especialmente tarifas y dólar, marcan un fuerte cambio de rumbo. También demuestra, una vez más por si hiciera falta, que la hipótesis de la inflación monetaria es un fiasco.
Al mismo tiempo, todavía faltan datos para hacer proyecciones de crecimiento, es decir, para saber cuál será el comportamiento real de cada uno de los componentes de la demanda agregada. En principio, el freno del comercio mundial y de la economía brasileña no son una buena noticia para las exportaciones, el componente que marca hasta dónde es posible “crecer con lo nuestro”. La alternativa sigue siendo el Consumo y el Gasto, que en un contexto recesivo están altamente correlacionados. La inversión, mientras tanto, es siempre una variable subordinada a la evolución del PIB. Como señaló el ministro Guzmán para sorpresa del auditorio, de las recesiones se sale gastando, no ahorrando.-