El establishment financiero busca condicionar la reestructuración de la pesada deuda que nos dejó como herencia el gobierno de Mauricio Macri. El fantasma del default se agita para aterrorizar a la opinión pública con la posibilidad de que las negociaciones con los acreedores no lleguen a buen puerto. De esa manera, se presiona para que el gobierno encare una negociación “amigable” con los acreedores, con módicas quitas y en el marco de un programa de austeridad afín a las recomendación del FMI. Esa sería la supuesta condición (poco fiable, ante el impredecible comportamiento de Donald Trump y de los fondos privados) para que el organismo financiero y los demás acreedores acepten la oferta de reestructuración del gobierno argentino.
Conocer los peligros reales de un default ayudaría a encarar una negociación sensata, basada en una evaluación serena de los pros y los contras de los distintos escenarios. Al respecto, el primer efecto del default sería el de mantener cerrado el mercado de crédito internacional, tal como se encuentra desde febrero de 2018. Por otro lado, el reducido crédito de los organismos internacionales al que se podría acceder luego del megacrédito tomado por Macri con el FMI, sólo serviría para afrontar una parte de los vencimientos que se tiene con dichos organismos, de manera que el default no empeoraría esa situación financiera. Además, aún en caso de una reestructuración exitosa, pocos creen que el mercado pueda ofrecer nuevo financiamiento sino que, cómo mucho, podría dar un período de gracia para cobrar, esperando luego recibir las cuotas programadas. En ese sentido, evitar el default podría abrir las puertas a un nuevo endeudamiento neto sólo en el largo plazo, una vez cumplido el período de gracia y habiendo avanzado el cronograma de pagos de la deuda reestructurada.
Los juicios internacionales que surjan de un posible default impactarían agrandando la deuda a reclamar, especialmente si truncan las reestructuraciones de 2005 y 2010, en caso de que los bonos emitidos en ellas caigan en cesación de pago. Sin embargo, los activos embargables a la Argentina en el exterior son de escaso valor, especialmente si se los compara con los miles de millones de dólares que se evitaría pagar en una situación de default. Además, el costo de esos juicios es sólo hipotético y se efectivizaría únicamente en el caso de que en algún futuro se busque volver a renegociar la deuda con el objetivo de reabrir los mercados de crédito. Tal reapertura es poco estimulante a la luz de las últimas tres experiencias económicas que gozaron del acceso fluido al crédito externo: la última dictadura militar, el menemismo y el macrismo. En contraste, el período de crecimiento acelerado de los primeros gobiernos kirchneristas se dio en el marco del default de la deuda generado por la crisis de la convertibilidad.
Por último, aceptar voluntariamente un programa de austeridad para tener la venia del FMI en las negociaciones puede derivar en una frustración económica que debilite las bases sociales y políticas del Frente de Todos, abriendo las puertas a un pronto retorno del neoliberalismo al gobierno.
@AndresAsiain