Los rituales de la muerte
“Aunque sea instancia intrínseca a la condición humana, y uno de los pocos sucesos que todos compartimos más allá de las fronteras y las culturas, la gente aborda la muerte de maneras muy distintas. En algunos lugares, como mi Dinamarca natal, es un tabú; en otros, en cambio, se celebra como parte natural de la vida”, ofrece el fotógrafo Klaus Bo al hablar de su multipremiada serie Dead and Alive. Proyecto en el que se embarcó desde hace una década atrás y que muy posiblemente lo mantenga ocupado hasta el final de sus días. Así lo augura el entusiasta varón que, autofinanciándose, ya ha capturado los más variopintos rituales mortuorios en sitios como Guatemala, Haití, Groenlandia, Madagascar, Ghana, Rumania, India, Nepal, Indonesia… “Si mantenés la cabeza abierta, recorrer los caminos menos trillados de la muerte siempre te deparará sorpresas”, asegura quien retratase a un avicultor de Accra, en Ghana, enterrado en un ataúd de madera con forma de pollo, amén de honrar su ocupación. A locales de Tana Toraja, al sur de Indonesia, desenterrando a sus seres queridos, costumbre que repiten cada dos, tres años: los limpian con mimo, les cambian los ropajes y se sacan fotos con ellos, en un gesto que -consideran- les traerá buena suerte. A los malagasi de Madagascar practicando Famadihana, tradición funeraria que, además de exhumar a los muertos y mudarles la pilcha, involucra danzar con los cadáveres; signo de respeto, sí, además de reunir a tutto el grupo familiar. A lamas de Nepal ubicando el cuerpo de un fallecido en posición de loto, para que logre la tranquilidad. A filipinos muy humildes viviendo en mausoleos de camposantos de Manila, autorizados por familiares del muerto a cambio de mantener los sepulcros en prístina condición… “En cierto modo, Dead and Alive es un documento histórico: muchos ritos fúnebres están desapareciendo lentamente por los altos costos que conllevan, la modernización de las sociedades, la pérdida de fe y otros factores”, advierte Kalus Bo que, mientras sigue reuniendo fondos para aventurarse en más y más ritos (ya tiene 40 entre ceja y ceja), remacha que su registro es valioso testimonio para la humanidad.
Las lágrimas, una interpretación
“Los bebés lloran una media de entre dos y tres horas al día, todos los días. Hasta los seis meses esos berrinches están asociados a cinco necesidades básicas, y cada una de ellas sigue un patrón diferenciador”, cuenta la española Ana Laguna, analista de datos, creadora de un invento que hará las delicias de madres y padres primerizos: el Zoundream. Adminículo -aún en versión beta- que se jacta de ser “el primer traductor portable de llantos de bebés”, capaz de distinguir qué motiva la incontrolable pataleta de humanos miniatura: léase, hambre, sueño, dolor de barriga, necesidad de eructar, incomodidad (por pañal cargadísimo, en general). Apunta a recién nacidos por lógica razón: “El cerebro se va desarrollando a partir de los 6 meses y empiezan a experimentar otras necesidades, ya conocen el miedo, el enojo, la angustia por la separación de la mamá… Son llantos más complejos de analizar”. Hasta entonces, empero, las lágrimas no solo responden a contadas razones: son un lenguaje universal. Ya sea alemán, ruso, costarricense o africano, la intensidad es similar. Lo suficiente para que, una vez que el prototipo llegue al mercado, el Zoundream tenga proyección internacional. “Hay diferencias en la entonación y el acento, pero eso no afecta el patrón”, aclara la santa especialista en pequeños llorones, que ha analizado ¡incontables! horas de rabietas de criaturitas del mundo, para así desarrollar “un algoritmo -que es como una red neuronal artificial- al que hemos entrenado y enseñado muchos patrones de muchos niños”. Habrá que esperar que efectivamente sea lanzado (no hay fecha aún) para corroborar cuán efectivo es su artefacto para entender a humanitos quejosos, a merced de grandulones con demasiada propensión a dependencia -de aparatitos y apps, sobra decir.
Emociones ampliadas
“A lo largo de los siglos, tanto los filósofos antiguos como los psicólogos modernos han llegado a la conclusión de que existe un número limitado de emociones, preestablecidas por la psique humana. El texto confuciano Liji enumera siete sentimientos que se consideran innatos: alegría, ira, tristeza, miedo, amor, odio y deseo. Muchos siglos después, René Descartes nombró a la maravilla, el amor, el odio, el deseo, la alegría y la tristeza como las seis ‘pasiones primitivas’. Y en la década del 70, el reconocido psicólogo Paul Ekman identificó seis emociones básicas, que recientemente aumentara a 27 al incluir a la apreciación estética, el dolor empático, la nostalgia…”, historiza un artículo de la revista New York publicado hace unos días. Explica en sus líneas que, según las principales teorías de la neurociencia de hoy en día, la emoción es un estado objetivo que se manifiesta en variedad de formas, confiables y medibles (a partir de la expresión facial, la frecuencia cardíaca, la presión arterial, los niveles hormonales…). Regla que encuentra su excepción en otra sonada teoría: la pergeñada por la neurocientífica y psicóloga Lisa Feldman Barrett. A contracorriente, para ella la emoción se construye; y esa construcción depende, en buena parte, de cómo el cerebro interpreta sensaciones a partir de la cultura, la expectativa y las palabras. A su entender, los terrícolas tienen infinitas emociones, siempre y cuando puedan nombrarlas. “Si podés decirlo, podés sentirlo”, sería el quid de la cuestión para esta especialista. Una idea que entusiasmó tanto a los editores de New York que, haciéndose eco, lanzaron curiosa guía “introduciendo 78 emociones nuevas”, según puede leerse en un encantador artículo, para el que pusieron a laburar a su staff de ensayistas, poetas, periodistas, amén de que identificaran flamantes sentimientos y acuñaran los neologismos pertinentes. Proyecto bienhechor, sin duda, por lo ya dicho: “Si podés decirlo, podés sentirlo”. Sentir, por caso, Sex Poisoned (algo así como “envenenamiento por sexo”): “el estado de estar convenido después de intimar de que tenés interés romántico por alguien que objetivamente no te interesa”. O Libido Snap (fogonazo de libido): “veloz y vago parpadeo de excitación que no compartís con tu pareja, porque –en verdad- desnudarte y tener sexo te da demasiada pereza”. Mid-Meal Regret (algo así como “lamento a mitad de comida”) refiere a esa inquietante sensación de comer algo rico pero igualmente preferir estar embuchándose otro platito. Y Liegasm (a partir de orgasmo y mentira), al placer de faltar a la verdad con tanta maestría y disimulo que nadie se percata del pecadillo. Patheodeficiency, a estar tan emocionalmente agotado que no queda ni pizca de empatía para los problemas del resto. Textual Dread (pánico textual), al pavor de ver los puntitos suspensivos de Whatsapp a sabiendas de que el mensaje que llegará dirá algo fatídico. ¿Sentís que estás aprendiendo todo el rato lo mismo? Es Día-de-la-marmotez, Groundhog Day–ity. ¿Te da un subidón pos ruptura? Es Heathbreak Andrenaline (adrenalina del corazón roto), esas raras ganas de comerte el mundo cuando te deja tu amorcito. ¿Te embarga una ansiedad paralizante por lidiar con trámites burocráticos? Un claro caso de Buralysis. En fin, una selección caprichosa…