En 1973, Astor Piazzolla sufrió un infarto. Quince años después pasó por una operación de corazón y un cuádruple bypass. Esas experiencias de cercanía con la muerte tuvieron consecuencias en su estilo. Después de la primera no volvió a vivir en Buenos Aires y comenzó un camino cercano al jazz rock que tal vez tuvo su punto más alto en “Whisky”, uno de los movimientos de su Suite Troileana, de 1976. Después de la segunda incluyó un segundo bandoneón en su grupo, temeroso de no poder afrontar solo el desgaste de un concierto. Sobre todo, reemplazó el violín por un cello, lo que le dio a su música una veladura, una oscuridad nueva. Ese sexteto denso, enriquecido por las excursiones colorísticas, armónicas y formales de un pianista de “afuera del palo”, el compositor Gerardo Gandini, fue su canto del cisne. En agosto de 1990, Piazzolla sufrió en París una trombosis que lo dejó paralizado. La agonía duró casi dos años. El 4 de julio de 1992 murió en Buenos Aires. Su música, aunque sea cursi repetirlo, no hizo más que renacer. Durante una carrera de casi medio siglo, ejemplar en más de un sentido, había sido discutido por un medio hostil. Su obra quedó muchas veces prisionera de las banderas de un lado y del otro. Quienes se negaban a que la palabra “tango” pudiera designar otra cosa que aquella que habían amado en su juventud, y los que veían en Piazzolla una suerte de Mesías, capaz de salvar las ruinas de un género que para ese entonces producía muy poco de original, encontraron un símbolo (del bien o del mal). Unos y otros se perdieron escuchar en profundidad una música mucho más allá de esas barricadas, de las más bellas e intensas de un siglo en el que las tradiciones populares se adueñaron en gran medida del lugar y las funcionalidades del Arte.
A veinticinco años de aquella muerte, el Centro Cultural Kirchner encaró un ciclo de conciertos y una exposición interactiva. Lo más interesante es que lejos del lugar común hace honor al perfil múltiple de Piazzolla. No más ni menos que a sus varias vidas. No debe olvidarse que, antes de su quinteto, y de sus ampliaciones al octeto o noneto, ya era uno de los compositores, orquestadores y directores más respetados por sus colegas. A los 22 años se había convertido en el arreglador estrella de Troilo, a los 24 era director musical de Roberto Fiorentino y entre los 25 y los 27 había conducido una orquesta que registró, entre 1946 y comienzos de 1948, 16 discos de dos temas para Odeón. Resulta llamativo el papel inédito que el bandoneonista ocupó, para el mundo del tango, entre 1951 y 1954. Sin integrar ni dirigir ninguna orquesta compuso piezas, desde “Para lucirse” a “Lo que vendrá” e incluyendo obras maestras como “Contratiempo”, “Prepárense” y “Triunfal”, que fueron grabadas –en arreglos distintos, escritos por Piazzolla– por las orquestas de Aníbal Troilo, Francini–Pontier, Osvaldo Fresedo y José Basso.
Su proyecto posterior fue el que encaró en París, con orquesta de cuerdas y, por primera vez, un bandoneón solista, concertante (y no una fila de esos instrumentos) junto a un piano que, en las grabaciones del 55, fue tocado por Martial Solal y Lalo Schifrin. El concierto de este domingo, a las 20 y en la Sala Sinfónica, reproducirá ese formato, permitiendo escuchar en vivo aquel repertorio donde brillan temas como “Nonino”, “S.V.P.”, “Chau París”, “Marrón y Azul” y “Bando”. Con solistas como Néstor Marconi, Pablo Agri y Nicolás Guerschberg, más la Camerata Argentina y Jairo, se agregarán algunas de sus obras más famosas, “Tres minutos con la realidad” –que grabó por primera vez en 1957–, “Tanguedia”, “Romance del diablo”, “Oblivion” y “Adiós Nonino”. El comienzo, mañana a las 18 en la Sala Argentina, dará cuenta de otra de sus caras, el encuentro con el vibrafonista Gary Burton. En este Vibraphonissimo participarán Nicolás Enrich en bandoneón, Sebastián Prusak en violín, Tomás Falasca en contrabajo, Jorge Kohan en guitarra, Cristian Zárate en piano y Fabián Keoroglanian en vibráfono.
Ese mismo día pero a las 20 y en la Sala Sinfónica actuará el Quinteto Fundación Astor Piazzolla: Pablo Mainetti en bandoneón, Sergio Rivas en contrabajo, Germán Martínez en guitarra, Sebastián Prusak en violín y Nicolás Guerschberg en piano. Con invitados como el flautista y saxofonista Julián Vat y el cantante Sebastián Holz, incluirán obras poco transitadas, como el arreglo para octeto de “Lo que vendrá”, que Piazzolla escribió en 1963, y la pieza “Existir”, que compuso junto a Horacio Ferrer. Y el domingo a las 18, en la Sala Argentina, el bandoneonista Walter Ríos presentará su excelente disco Aeropuerto París, dedicado a Piazzolla. Con distintas conformaciones –trío, quinteto y octeto–, Ríos recorrerá el universo del marplatense junto a un grupo de solistas que incluye a Pablo Agri y Esteban Prentki en violines, Diego Sánchez en cello, Guerschberg en teclados, Abel Rogantini y Cristian Zárate en piano, Ricardo Lew en guitarra, Pablo Motta y Juan Pablo Navarro en contrabajo y Luis Cerávolo en batería, y a la cantante Mariel Dupetit. El 26 a las 18 en la Sala Argentina, habrá un homenaje a Fernando Suárez Paz conducido por su hijo, el también violinista Leonardo Suárez Paz.