Para Lisandro Rodríguez lo que pinta es lo que hay que hacer. Tomar todo lo que pueda pintar y usarlo para dejar marca. Y, más allá de sus bocetos y dibujos, suele ser a través de la escena que arribamos a su producción. Esto dispara la pregunta acerca de cuál será el hilo conductor del trabajo escénico de alguien que pasa de un teatro “de cámara” a diversas pruebas acerca de lo que puede significar hoy el límite de la representación. Por otra parte, si la tendencia general en el campo de la escena es que los artistas vayan delimitando y definiendo una poética específica que se vuelve marca con el transcurrir del tiempo, el caso de Rodríguez con su poética mutante es, definitivamente, un caso atípico.
Luego de su formación y al principio de la producción hubo un lugar. De hecho, entre 2004 y 2018 la mayor parte de su desarrollo escénico se ve en Elefante Club de Teatro. Allí se estrenó el díptico: Sencilla y Ella merece lo mejor, Asco, La enamorada del muro, La vida terrenal. Todas esas obras con dramaturgia de Santiago Loza, una de las sociedades más fructíferas de Rodríguez. Cerró esta etapa de dirección y montaje de textos del dramaturgo cordobés La mujer puerca, inolvidable unipersonal de Valeria Lois. Allí el trabajo en torno a la creencia es sutil y tensiona los paradigmas religiosos como una ofrenda de encuentro y esperanza con el espectador. Una obra que prioriza lo mínimo, mucho antes de existir lo micro, y condensa un recorrido de vida aun hoy imposible de olvidar. En esa puesta se iluminaba el característico trabajo de Loza, su entretejido textual que se va develando de a poco y la nostalgia cautivadora de la escucha sensible.
Como una especie de bisagra, esa obra permaneció en escena mucho tiempo después, cuando las pruebas de Rodríguez ya iban hacia otro lado. En este segundo momento se cuentan las obras Fassbinder: Todo es demasiado, Dios, Duros, Hamlet está muerto sin fuerza de Gravedad, Un trabajo, La Parodia está de moda y las salas alternativas fomentan el amateurismo, entre varias otras. Se trata de materiales que entran en una etapa de colaboraciones múltiples e indagaciones escénicas por fuera de la intimidad y relatos de vida de ese primer periodo. Parte de esas pruebas fueron tales por asociación con distintos referentes de la escena. Entre otros binomios podríamos destacar el encuentro con Norberto Laino para las exploraciones en torno a lo espacial (desde la circulación en Dios por una serie de instalaciones y maquetas originales del escenógrafo hasta el enorme pozo en medio de la sala donde transcurría Duros); Martín Seijo y sus pruebas compartidas en torno a la recepción y lo político (La Parodia... buscaba debatir sobre los modos de producción en el teatro independiente actual); Horacio Banega en lo histórico-político (principalmente en obras como Fassbinder y Dios). Rodríguez reconoce en estos encuentros una modalidad de pasaje entre un material y otro: “Mi trabajo es muy solitario pero necesito de algún socio que me lo cruce, compartir el laburo de firmar una obra. Esto no tiene que ver con la autoría, tiene que ver con ponerle la firma: responder física e intelectualmente por esa obra. Siempre me alivia que venga alguien y me tire como un fuego. Que me acerque un mundo que no conozco, que me es ajeno”.
En 2019 decide concluir su etapa en Elefante Club de Teatro y funda su nuevo espacio escénico, también de corte experimental, el Estudio Los Vidrios. Este nuevo lugar, ubicado en Villa Urquiza, es presentado como “un PH tapiado que da a la calle”. ¿Y cuáles podrían ser los puntos de esa voluntad exploratoria que se mueve más de siete kilómetros hacia el norte de la capital? Por un lado, posiblemente nuevas pruebas y formas de producción diversas (a su lectura del campo teatral como un armado ficticio de lo independiente y una convención implícita de mantener esa fachada, responde con una lectura de sí mismo como “artista comerciante” y una lógica de iniciativas colaborativas entre elencos y espacio) y por otra parte un trabajo sostenido de lo que él llama “aficionado con rigor”. Esto sería la decisión del artista de mutar interés en obsesión rondando un material hasta generar mirada acerca del mismo. Luego, si de ahí se produce obra, tanto mejor, pero producir podría no ser el objetivo primero de esta lógica.
Hoy el espacio funciona como base pero la obra ya sale a la calle. Estás conduciendo un dibujo, que pudo verse en el marco del FIBA y tuvo su origen en la bienal de Performance (originalmente solo y ahora con 12 motociclistas más) consiste en una instalación del material recopilado en esos primeros recorridos (intervenido por Seijo) y, luego, un viaje. El trabajo se propuso en el marco del festival de teatro con la voluntad de generar, en la recepción, diversas conexiones posibles con la escena: desde el encuentro entre el espectador y ese “otro” que conduce, hasta la configuración de un relato posible como el devenir de un viaje y, sobre todo, un pacto de confianza entre dos. Rodríguez afirma: “Esa es la razón por la que decidí andar en moto en un festival. Incluye un riesgo real y pretende dar cuenta de cómo vivimos, casi siempre a ciegas”.
Exploraciones y colaboraciones mediante, en todos estos casos predomina la voluntad de registro, el optar por dejar rastro (como pudo observarse en los materiales incluidos en la muestra de DGEART en el FIBA que reúne borradores de procesos creativos de diferentes artistas escénicos). Desde aquel inicio en 2004 ha habido discusión, crítica a los modos de hacer del campo teatral y en ese camino van quedando las huellas de las poéticas transitadas. Ese dibujo sobre ruedas parece reafirmar la voluntad de dejar marca yendo, más adelante, hacia lo que pinte.
Estás conduciendo un dibujo se reestrenará (aún con fecha a confirmar) en Estudio Los Vidrios, Donado 2348. Abnegación 3 reestrena en abril y El hundimiento en junio, todo en el mismo espacio.