A contrarreloj. Así circula la botella de tres litros de agua helada. De mano en mano, de boca en boca, cada vez que alguien la empina pone patas para arriba la misión que ordena su etiqueta (escrita sobre animal print junto al dibujo de un yaguareté): “Dejá tu huella”. En la dirección contraria circula el cuaderno donde cada una de las 30 mujeres que participan de esta Asamblea del Abya Yala anota su correo.
“No somos la suma de feministas de acá y de allá. Somos activistas que estamos en distintas partes del continente tratando de articular estrategias y alianzas.” Habla Claudia Korol, de Pañuelos en Rebeldía, su anfitriona casual. La cita es en un lugar emblemático ahora también para el movimiento de mujeres, la Mutual Sentimiento, Chacarita. Korol les habla a pares de Paraguay, Cuba, Brasil, Colombia, México, Venezuela, Argentina. “El valor de esta huelga está en el salto: nos hace pensar en los nuevos desafíos que se generan por la escala internacional y por una contradicción que tenemos que problematizar y abarca dos aspectos. Por un lado, el gran crecimiento de la movilización de los feminismos y, por el otro, los retrocesos por el avance de la derecha.”
La inercia de estas referentes de juntarse a nivel LAC, este frente feminista a nivel continental empezó a tejerse en el Encuentro de Mujeres del 2008, planteando sus circunstancias migrantes. “Después, Ni Una Menos participó en una asamblea latinoamericana que se hizo en el Bauen el año pasado. Fue empezar a conectarnos, enraizar en imágenes concretas esta transversalidad que se dio con América Latina a partir del 19 de octubre. Ese paro tuvo una resonancia que conectó muy rápido, y lo interesante fue empezar a tramar lazos más profundos mediante ese tipo de redes”, hilvana Verónica Gago, compañera de LAS12, integrante del colectivo NUM. La periodista atesora en su Whatsapp un mensaje que no puede creer: la adhesión de las guerrilleras de las FARC-EP.
Las participantes intervienen sin urgencias, aprovechan para verse las caras; piensan “el 8 y después”. Buscan crear puentes, diálogos, construir pensamiento, servicios para afrontar las violencias políticas, territoriales y familiares, intercambiar saberes, fortalecer la sororidad que desde hace tiempo ya pasó por alto el océano y sumó a las kurdas. “Hoy hablaba con compañeras que están en Bolivia -continúa Claudia Korol-. Ellas me decían: ´Las mujeres somos migrantes del patriarcado. Somos migrantes expulsadas por la violencia patriarcal´.”
“Acá hay muchas dimensiones dialogando, es un momento crucial”, analiza Marilin Peña, cubana del Centro Martin Luther King, mientras se palmea los cachetes colorados por el sol porque viene de marchar con los docentes. Marilin integra también la Red de Educadoras y Educadores Populares, y entiende que la forma que queda para avanzar es construyendo bases de unidad inspiradas en la diversidad.
Ni Una Menos no para
Un lugar común de las intervenciones no fue detenerse en el impacto ni dispersarse en la emoción por #Lainternacionalfeminista sino bucear en la coyuntura de sus países. En esta intersección entre migración y feminismo, lo que más apareció fue la denuncia por la multiplicación de casos relacionados con la criminalización del movimiento, los asesinatos a lideresas sociales y la profundización de los roles de la mujer relacionados con su trabajo fuera y dentro de la casa.
“Fabiana Braga, de 22 años, es parte del Movimiento Sin Tierra de Brasil. Fue presa por dar un discurso el 8 de marzo pasado, fecha en que ellas suelen denunciar al modelo extractivista, al monocultivo y demás”, pasa la voz Roxana de Pañuelos en Rebeldía. “Este tipo de criminalización está empezando a presentarse y sin dudas se va a agudizar. En la Argentina, esta preocupación la tenemos quienes participamos en la Campaña por el derecho al Aborto ante la persecución a las compañeras que hacen acompañamiento a quienes deciden suspender el embarazo.”
Colombia también tiene sus Bertas Cáceres, por eso una bandera de sus activistas es Que la paz no nos cueste la vida. Maricela Tobé, lideresa campesina asesinada, marchó el miércoles pasado a través de su foto, sostenida por Elizethere Gennes, del Congreso de los pueblos de Colombia, capitulo argentina. “Ella era parte de los movimientos que luchan por la paz no firmando un papel sino en los territorios, desde que amanece hasta que anochece -cuenta Elizethere frente al círculo de mujeres-. Se han recrudecido este tipo de asesinatos. Además, la otra cara de la violencia política colombiana es la transformación familiar en los roles de género. En el marco del conflicto, la mayoría de los muertos han sido hombres. Y las víctimas, sus mujeres. Ellas asumen el desplazamiento, el cómo recomenzar, llegar a la ciudad y armar una nueva vida que es muy distante de su vida campesina, de su vida indígena. También sucede que las niñas tienen que asumir el rol fuerte, deben paternizarse porque mamá tiene que ir a trabajar fuera, levantarse a horas exageradas a hacer arepas y a salir a vender o hacer cualquier cosa que no es su forma de estar en el mundo. Son mujeres acostumbradas a criar animales, a cultivar, a otras cosas. El trabajo a nivel productivo y doméstico se recargó y recae en ellas.”
Mónica Mexicano, de la Asamblea de mexicanas y mexicanos en Buenos Aires, dice que va a hablar de “botoncitos” que sirven para puntear la situación terrible que vive su país. Causas como la de Marisela Escobedo Ortiz: recibió un tiro mientras reclamaba por el asesinato de su hija, frente al palacio de Gobierno de Chihuahua. Después está “el caso de Alberta, Teresa y Jacinta”. Alberta Alcántara Juan, Teresa González Cornelio y Jacinta Francisco Marcial son indígenas otomíes muy pobres que fueron acusadas de haber secuestrado a seis policías federales y por posesión de cocaína; estuvieron tres años presas, no hablan castellano. “El Estado tuvo que aceptar públicamente que mete a la gente en la cárcel por ser pobre.” Y siempre estará el caso de San Salvador Atenco, hoy en la Corte Interamericana, como la prueba más alevosa de la sistematización de la tortura sexual por parte de policía y militares. Están también documentados los testimonios (“hay miles”) de chicas obligadas a prostituirse y a ser esclavas de la gente que trabaja para el narcotráfico. Mónica concluye: “En el estado de México, que sería como decir el Gran Buenos Aires, se triplicó la cifra de femicidios de Ciudad Juárez: 7 mujeres son asesinadas a diario”.
3/4 de vida por un aborto
¿Por qué paramos? “Adherimos a todos los puntos pero celebramos sobre todo el número 3, que denuncia como Estados femicidas a los seis países de América Latina que prohíben el aborto de forma absoluta. Sobre todo porque tres de esos países están en Centroamérica, y son Honduras, Nicaragua y El Salvador. Mientras ustedes en la Argentina hablan de aborto legal, allá pedimos la despenalización”, se presenta Francesca Matta, estudiante de maestría en la UBA, salvadoreña, miembra del Centroamericano 2-Marzo. La interrupción voluntaria del embarazo alguna vez fue ley en ese país donde hoy, su asamblea legislativa evalúa dos proyectos de reforma del código penal: uno va por la despenalización por cuatro causales; el otro busca aumentar la pena a 50 años de cárcel a médicxs y mujeres que practiquen el aborto.
En Paraguay, cada día 2 niñas de entre 10 y 14 años se convierten en madres, y la mayoría de esos embarazos son fruto de violaciones. Para espejar el “atraso” que su país tiene en relación a derechos femeninos, Lilian Gouto, del Movimiento 138, cuenta que Paraguay fue el último de la región en conceder el voto a la mujer, y lo hizo en 1961. Lilian cuenta de paso que allá el 16.8 por ciento de los cargos en el congreso nacional están ocupados por mujeres, “y muchas de ellas son machistas”. Respecto a la violencia laboral, según la CEPAL el ingreso medio de las mujeres es del 71.8 por ciento respecto al de los hombres, y la tasa de desempleo femenino es del 9.9 por ciento, contra la de 6.5 por ciento de la masculina. “El correlato de las violencias institucionales es la violencia simbólica. El machismo está arraigado, el alto índice de madres solteras es el resultado de una paternidad irresponsable. Y también se observa en la estigmatización que padecen las migrantes y en la exaltación banal de la figura de la mujer paraguaya.”
¿Y Cuba? Cuando en Paraguay las mujeres recién podían votar, en la isla ya se legalizaba el aborto y pronto se ponían en marcha programas de educación sexual y reproductiva. “Igual sigue siendo altísima la tasa de abortos y también hay una problemática de aborto precoz. Por todo lo que representa eso en temas de salud y del cuidado del cuerpo es uno de los puntos centrales donde la Federación de Mujeres Cubanas sigue poniendo la atención”, dice Marilin Peña.
Los 4 acuerdos
Las bolivianas de la agrupación Bartolina Sisa tienen un pacto de cuatro lemas. No robar. No mentir. No ser flojas. Ni chupamedias de ningún sistema. “Estoy aquí para ser una más entre ustedes. Nosotras dijimos: Las feministas tienen coraje y toman decisiones, esas armas nos hacen falta.” La señora que habla se presenta como Olga, quechua-aymara, antes del Alto Perú, después de la República de Bolivia y ahora del Estado Plurinacional. Creció creyendo que la mujer no podía hablar ni arreglarse para no parecer una puta. “Hemos sufrido en mi generación las esterilizaciones forzosas. Muchas compañeras hermanas que iban al hospital a parir porque el bebé estaba transverso o de pie después nunca más se podían embarazar. Y nuestra ignorancia jamás nos hacía pensar que existía la ligazón de trompas. Para nosotras no había ni política sindical ni escuela. Empezamos a reunirnos en cuevas y así hemos aprendido qué era el neoliberalismo, qué era el ALCA, que no teníamos nada, aprendimos también que ni existíamos dentro de la misma República de Bolivia como mujeres indígenas. Eso nos ha dado fuerza para hacer una guerra. Ni nuestros hombres nos creían. Ahora estamos haciendo una apertura al feminismo comunitario para ver cómo podemos hacer una lucha sin armas antes los Estados patriarcales, colonialistas y racistas. Queremos promover candidatas para que cada comunidad tenga agua, semillas, herramientas de trabajo.” Uno de los temas que más las mantienen en alerta a las Bartolinas es que está llegando el paco al campo boliviano.
“A la hora de formar redes es importante estar alertas al tema del lenguaje”, propone Alejandra Ciriza, filósofa y militante mendocina, directora del Instituto de Estudios de Género de la Universidad Nacional de Cuyo. Explica que la Argentina es un país grande y diverso, con un largo límite andino con Chile. La mayor parte de quienes migran a su provincia es de procedencia indígena, campesina y la mayoría no habla castellano. De la misma manera que La Patagonia recibe mucha migración de mapuches. “Tenemos que considerar que el guaraní, el quechua, el mapuche son lenguas enormemente vivas. La frontera es enorme, y la limitación que la nueva ley migratoria pone a los derechos de las personas migrantes nos fragiliza: mientras las redes de trata se mueven por arriba, nuestra resistencia es mucho más lenta y débil. Y las personas que migran son las primeras víctimas de las redes de trata”, subraya Alejandra Ciriza.
Para las feministas sin fronteras, la región que conocemos como “América” suena más linda nombrada en lengua ancestral: “Abya Yala”. “¿Y si pensamos el lenguaje como frontera social?”, propone la venezolana Farelis Silva, del Colectivo de psicólogos y psicólogas por el socialismo. Mariana Britos, también de la Asamblea de Mexicanos y Mexicanas en la Argentina, acepta el juego de dejar la literalidad de lado y propone: “Si la migración es el movimiento de los cuerpos sobre los territorios, ¿por nuestra condición de mujer hay un riesgo mayor al desplazarnos hacia cualquier territorio? ¿Por qué es peligroso poner mi cuerpo sobre otros mapas?”.
La Asamblea Abya Yala termina cerca de las 9 de la noche después de entonar el Alerta Feminista, palmear el grito de guerra y apuntar las escobas camino.