La Grieta Espectáculos es un colectivo en todos los sentidos posibles de esa palabra: es un grupo de personas dedicadas al arte, pero también medio de transporte, vivienda, centro cultural itinerante y —tal como subrayan sus miembros— un estilo de vida. Natalia Recabarren y Santiago Dinelli son pareja artística y compañeros de vida: se conocieron a principios de 2011 viajando y actuando, dos actividades que desde entonces les resulta imposible concebir por separado. “Ese es el leitmotiv de nuestra unión; soñamos con la posibilidad de generar una grupalidad más amplia, llegar a lugares a los que por lo general no llegan las propuestas culturales y utilizar esas grietas como pequeños espacios donde puede irrumpir la vida”, cuentan.

Natalia se formó en la Escuela Metropolitana de Arte Dramático y Santiago en el Instituto Universitario Nacional del Arte (hoy UNA); años después, decidieron hacer juntos la Tecnicatura de Formación para la Actuación en Espacios Abiertos, a cargo de Héctor Alvarellos, fundador del legendario grupo de teatro callejero La Runfla. Sus recorridos comenzaron en la academia pero rápidamente sintieron la necesidad de salir de ese círculo endogámico para ocupar el espacio público, escenario por excelencia de los acontecimientos populares y lugar donde se gestaron las primeras aventuras teatrales de la historia. “El origen del teatro está en el encuentro, la fiesta, la plaza pública. Ahí es donde coexiste lo sagrado y lo profano —explica Natalia—. Nosotros hacemos mucho hincapié en la ocupación del espacio público pero siempre desde una poética. Tratamos de observar el lugar, habitarlo y coexistir con lo que encontramos ahí siendo nosotros mismos y ofreciendo lo que tenemos para dar, que es nuestro arte”.

Pero la dupla no actúa en solitario; una de sus principales estrategias consiste en tejer alianzas con otros artistas: comparten los gastos del viaje, acampan en distintas ciudades, ofrecen sus espectáculos a los programadores de la zona y cuando no hay cash se rigen por el principio del trueque. “Para esta presentación somos un verdadero batallón”, advierten. En la cotidianidad de este motorhome camaleónico capaz de adoptar la forma de transporte, vivienda, escenario o camarín, La Grieta funciona como un dispositivo de múltiples engranajes: mientras una de las actrices saca la pava del fuego, Natalia responde las preguntas y se prepara para cebar unos mates; frente a un pequeño cofre donde guardan los maquillajes, Santiago se pinta la barba con anilina vegetal de repostería para dar con el physique du rôle de un octogenario, el programador del evento pasa a saludar al elenco antes de la función y la fotógrafa busca el mejor ángulo para capturar el backstage en un espacio que parece acotado pero que, sin embargo, aloja incalculables objetos.

Pelotas gigantes que en el show se transforman en planetas de una galaxia desconocida, una cabeza de esfinge para entrar en la atmósfera de Egipto, palanganas llenas de agua con jabón y un par de burbujeros para recrear un viaje en mar abierto, zancos, instrumentos varios, equipo de sonido propio y disfraces de todos los colores. Cualquiera apostaría que es imposible cargar todo eso en un mismo transporte, pero La Grieta viaja con su cargamento a cuestas, como los caracoles. Y el público infantil lo agradece. La escritora Hebe Uhart solía decir que el asombro de los niños es incomparable porque en la infancia todo ocurre por primera vez, y tenía bastante razón. 

El domingo pasado La Grieta estrenó en el Parque de los Niños Les Rigobertos, obra que reúne a dos generaciones significativas en la historia de nuestro país: abuelas y nietos. Las reacciones de los chicos estuvieron atravesadas por ese asombro ancestral: gritos, risas, estallidos de euforia y correteo por el parque detrás de los personajes son algunas de las escenas que motivan a los miembros de este colectivo a continuar con el proyecto. “A mí me encantaría que mis abuelas me pudieran ver haciendo este espectáculo”, confiesa Santiago con lágrimas en los ojos. Y en el mismo tono, Natalia recuerda aquella vez en la que una niña se metió en el micro para decirles: “Por favor, llevenmé”.

Foto Gentileza Daniel Rivas

En la trama de esta obra, los abuelos reviven junto a sus nietos historias encadenadas en una secuencia tan hilarante como emotiva: un viaje espacial liderado por dos mujeres, una expedición por el Amazonas, el descubrimiento de las pirámides egipcias y una travesía marítima. Los actores explican que en Les Rigobertos la bajada de línea no es tan explícita como en otras creaciones, pero aseguran: “Nuestro compromiso es visibilizar. La memoria reconstruye, si no pasa a ser un hecho anecdótico. Es muy importante el rol de las nuevas generaciones a la hora de reconstruir la memoria. Hay que leer los hechos históricos desde el presente pero conociendo el contexto pasado, para poder interpretarlos y construir una identidad: es necesario saber quiénes somos, de dónde venimos y por qué estamos acá”.

Otro de los ejes fundamentales a la hora de entender el trabajo de este colectivo artístico es lo popular. “El pueblo es uno de los pilares del trabajo en esta espacialidad y ahí estamos nosotros. Desde ese lugar se genera la irrupción, siempre a partir de la teatralidad y no de la imposición en el sentido de una conquista”, remarca Natalia. El carácter itinerante de la propuesta permite que cada espectáculo se desarrolle con un telón de fondo diferente: escuelas, iglesias, conventos, parques, plazas, clubes y antiguos orfanatos con historias de fantasmas son algunas de las locaciones por las que transitó este colectivo, no sólo en ciudades de Argentina sino también de Sudamérica.

La Grieta recorre el territorio con propuestas pensadas para públicos diversos: Dora y Pipo narra el encuentro entre una nadadora despistada que busca el mar y un cantante de plazas dispuesto a ayudarla en su aventura. El teléfono cruel cruza la célebre pieza de Roberto Arlt Saverio, el cruel con la estética de Eduardo Gudiño Kieffer para contar la historia de dos obreros que esperan un llamado junto a un teléfono gigante. En ninguno de los dos casos se trata de una simple anécdota: la primera creación se atreve a problematizar la contaminación ambiental y la segunda plantea una fuerte crítica a los Estados dictatoriales. “Terminamos estrenando en Chile y justo frente a la Iglesia una obra que, desde el prejuicio, claramente no era para presentar en ese contexto. Sin embargo, hubo quórum y mucha aceptación por parte del público chileno”, recuerda Santiago.

Si algo aprendieron los miembros de La Grieta durante estos años de experiencia es que en el espacio público los desafíos son mayores: capturar la atención de los espectadores cuesta mucho más (sobre todo si se trata de chicos) y el público tiene menos limitaciones a la hora de retirarse porque no paga una entrada y no se lo mantiene encerrado entre las cuatro paredes de una sala. Sin embargo, la recompensa es directamente proporcional al desafío. “El teatro es la posibilidad de encontrarnos en vivo, es el brillo en los ojos —celebra Dinelli—. Todo bien con Teatrix, pero es otra cosa”.

Después de viajar bastante y formar parte de otros colectivos, Natalia y Santiago decidieron abandonar su casa de cuatro ambientes en San Miguel para mudarse al Mercedes Benz modelo ’71 que hoy es su hogar y teatro itinerante. La decisión no fue fácil pero los dos eligieron ese estilo de vida y lo defienden convencidos: “No desconocemos que estamos en un sistema capitalista. Sabemos que existe y es difícil escapar de eso, pero también están las grietas de donde pueden surgir otras cosas”.

* El 20, 21 y 22 de febrero, entre las 19 y las 23, La Grieta Espectáculos se presentará en San Bernardo (camping Dimitri, Hernández 1180).