“Me imagino ya un próximo Fierro zombi que vuelve para ajustar cuentas”, tira Juan Sasturain en las “Contraindicaciones” de la revista Fierro que mañana acompañará a PáginaI12 en los kioscos. Se rumoreó mucho, se dijo que sería la última Fierro después de diez años y medio ininterrumpidos. Lo cierto es que sólo termina una etapa. Lo que la expresión del director no alcanza a explicar es que lo que termina es la Fierro como experiencia mensual. En adelante será una publicación trimestral. Y seguirá siendo uno de los ejes de la historieta argentina.
En este “último” número hay espacio para cerrar algunas de las series que la caracterizaron en el último tiempo, como Casi Budapest, de Lucas Nine; Barrio Gris, de Pipi Sposito y Eduardo Maicas; Los cinco del plumín, de Diego Parés y Esteban Podetti; La ley seca de El Martinero Turco, y El esqueleto, de Salvador Sanz. Una conclusión que cumple con autores y lectores, pero que también deja abiertas las puertas para el futuro. Barrio Gris, por ejemplo, podría durar para siempre por la naturaleza autoconclusiva de sus historias. Los cinco del plumín depende de la inspiración de la dupla creativa. Y Sanz es una máquina de imaginar distopías que convocan a los amantes del noveno arte. Pero aún sin anticiparse al futuro, todavía queda para leer en el aquí y ahora. Porque la revista de mañana ofrece un espacio para otros colaboradores de la publicación. Max Cachimba propone dos páginas, Diego Agrimbau y Juan Manuel Tumburús ofrecen Pastillas y Utrera y Gómez suman Dirige Barreiro. Un buen ejemplo de lo que fue la revista en esta última etapa: varias series continuadas, algunos unitarios y un cachitín de espacio para el humor gráfico, pero menos del que tenía hace un lustro.
El cambio de etapa abre las puertas a balances al paso. La red se llenó de ellos en los últimos meses. Lo que sí se podría decir, sin temor al yerro, es que esta etapa de diez años y medio dejó alrededor de 10.000 páginas de historieta y humor gráfico, de más de 100 autores distintos y que motivaron a distintos editores independientes a recopilar esas historias en algo más de 40 libros: algo así como el cinco por ciento de la producción de historietas de autores nacionales e la última década dibujada en secuencia y llena de globitos).
El balance provisorio –ya vendrán los académicos, así como le llegaron a la “primera” Fierro, la de los años ochenta– dice que la publicación apareció en octubre de 2006, que para entonces ya había explotado Historietas Reales en la web y estaban por aparecer los festivales que aglutinarían el sector local (Crack Bang Boom y Viñetas Sueltas). Al mismo tiempo empezaban a funcionar varias de las editoriales claves del circuito (y las que ya venían trabajando, daban un salto cualitativo). No es casual, pues. Había un clima de época y un contexto socioeconómico propicio. Con los años se multiplicaron en diarios y suplementos culturales los panoramas de “la nueva historieta argentina”. En todos destacaba Fierro, incluso en aquellos que la omitían deliberadamente: entre los consultados, siempre había al menos uno o dos de sus autores. Hasta se recomendaron libros originalmente serializados en sus páginas, “olvidando” casualmente su génesis.
Rápidamente Fierro se convirtió en campo de batalla de las disputas simbólicas de la nueva era comiquera. El sugestivo subtítulo “La historieta argentina” puso el tema en debate entre los cultores de la clásica historieta de aventuras, los vanguardistas de antaño, los fanzineros de los ‘90 y la generación indómita del nuevo siglo. Fierro abrió sus páginas a muchas de las corrientes estéticas nuevas que circulaban por el universo de las viñetas, pero en particular se brindó a las historias de autor. Sasturain y Ortiz hicieron de la libertad creativa una de sus banderas como responsables editoriales del espacio.
De esos momentos iniciales en los que era una de las pocas publicaciones regulares de historieta, hasta hoy, pasó bastante. La producción local se estabilizó y crecieron sus cifras de publicación. Así, Fierro ya no era un eje de la producción local, pero no dejó de ser uno de los centros de atención de un circuito que, en el nuevo siglo, se caracteriza por su atomización y su carácter multimodal. Con Fierro, ahora con periodicidad trimestral, se renovará esa pata que ayuda a que muchos autores produzcan obra y que esa obra llegue a un montón de lectores que quizás no circulan por los eventos, ni andan clickeando a ver qué nueva tira encuentran en Facebook. Mientras, la escena de la historieta continúa: siguen los editores independientes, la producción para Internet, el calendario de festivales, los autores que operan por fuera del circuito y un sinfín de otras propuestas.
Ahora es tiempo de lectura. De atesorar un número histórico. Y seguramente de discutir en las redes sociales el contexto, los motivos, en torno al final de esta etapa. Y también, como muchos otros finales que suponen un comienzo, esperar con ansias la nueva etapa. Lo que queda claro es que, pase lo que pase, la historieta argentina... continuará.