La Argentina tiene una grave crisis en la que la deuda juega un rol decisivo. Si no se encuentra un principio de solución al endeudamiento es muy difícil imaginar escenarios futuros. El ministro Guzmán, en su visita a la Cámara de Diputados el último miércoles, describió la situación con mucha precisión. En su intervención hizo referencia, entre muchas otras cosas, a la corresponsabilidad entre deudores y acreedores.
Por ejemplo, los bonistas han realizado en los últimos años colocaciones a tasas de entre el 7 y el 8 por ciento anual en la Argentina y han justificado esas tasas descomunales en el riesgo que asumían. Por supuesto, ese riesgo eventual estaba en relación directa con las ganancias extraordinarias que obtenían. Esos bonos, altamente especulativos, eran calificados por las agencias de evaluación como altamente riesgosos, y ese riesgo estaba expresado en la eventual imposibilidad del deudor de cumplir con los pagos de la manera en que estaban programados.
Por su parte, el FMI le prestó 44.500 millones de dólares a la Argentina para que los devuelva en tres años, y sabía --o debería haber sabido-- que ese compromiso era imposible de cumplir. Además, lo hizo en abierta contradicción con lo que establecen sus propios estatutos. Entonces, o se trató de un plan deliberado para que el nuevo gobierno asumiera con las manos y los pies atados o hubo una responsabilidad importante del organismo al prestar dinero que el acreedor no iba a estar en condiciones de devolver en las condiciones pactadas.
¿Cómo se sale de esta situación de crisis? La Argentina quiere pagar pero para pagar necesita crecer. Con este cronograma de pagos y esas tasas de interés no puede crecer y, por lo tanto, no puede pagar. Para salir de ese encierro es necesario llegar a un acuerdo donde las partes entiendan que la mejor solución para todos es que haya una reestructuración de esa deuda. La Argentina no está buscando un default. El default es una mala salida para todas las partes porque pierden todos: el Estado nacional, los acreedores y la sociedad en general.
Una negociación que abra un sendero hacia esa sostenibilidad de la deuda es el único camino posible en las actuales circunstancias. Y no se trata de cualquier negociación. La Argentina necesita alcanzar un acuerdo donde el pago de la deuda sea compatible con un programa de crecimiento sustentable que no deje a una parte de la sociedad excluida.
Por eso, el ministro Guzmán insistió varias veces con que la austeridad en el gasto en escenarios recesivos agrava la recesión. Es decir: la reducción del gasto achica aún más la actividad y, por lo tanto, disminuye los ingresos del Estado. A la recesión le continúa una mayor recesión. Dicho de otro modo: el camino del ajuste sólo conduce a una mayor insostenibilidad de la deuda. Por lo tanto, la única salida para poder pagar es que la Argentina vuelva a crecer y que ese crecimiento produzca los recursos para que podamos pagar en los términos y plazos renegociados. Hay dos posibilidades que pueden combinarse para conseguir nuevos recursos genuinos: que a través del crecimiento suban los ingresos fiscales o que una política impositiva grave con una buena progresividad las grandes ganancias y las grandes fortunas, y se disminuyan los impuestos al consumo, entre otras cuestiones. Obviamente, terminar con la fuga y la evasión impositiva son desafíos imprescindibles a abordar más temprano que tarde.
El espacio para que la Argentina crezca es evidente: hay en el país medio aparato productivo ocioso por la enorme recesión de los últimos cuatro años. En simultáneo, en ese mismo periodo, se fueron más de 88 mil millones de dólares del país. Ello fue producto de que no quedó en pie prácticamente ninguna regulación al respecto. Por ejemplo, se podían comprar la cantidad de dólares que se quería y se los podían llevar al exterior sin límite de montos ni de destino. Llegaron al absurdo de eliminar todo plazo para liquidar las exportaciones: ese dinero podían no traerlo nunca al país. Sólo con pasar de esa economía de recesión y de fuga de divisas a otra orientada al crecimiento inclusivo y la inversión productiva, la Argentina está en condiciones de iniciar un camino de recuperación.
Esta fresca aún la anterior crisis de deuda que vivió la Argentina. Entre el 2001 y el 2002, el país atravesó una situación crítica en términos de endeudamiento. Desde el año 2003, con el default, se inició un duro proceso de negociación con los acreedores. En 2005 se impulsó un canje a través del cual se consiguió una quita del 70 por ciento de la deuda y una extensión de plazos de más de 30 años para algunos bonos. Este proceso se completó en el 2010 aun cuando quedó un pequeño monto, un 7 por ciento de aquella deuda original, que fue la que generó los juicios en Nueva York impulsados por los fondos buitre.
A pesar de todas las dificultades, aquella negociación resultó exitosa. A partir de entonces, durante todos estos años, desde el 2006 al 2018, el Fondo Monetario Internacional salió del escenario político y dejó de ser un problema. Es decir: la Argentina dejó de estar sometida a sus condicionamientos. Porque, como sabemos, junto al endeudamiento con el FMI los países pierden el manejo soberano de sus economías. Muchas decisiones de política económica quedan condicionadas por el organismo internacional.
En este sentido, el ministro de Economía ha repetido que no va a permitir condicionamientos que vengan desde el exterior y que vayan en contra de los intereses de las argentinas y los argentinos. Guzmán también ha dicho que “es hora de sentar condiciones para que haya un Nunca Más a los ciclos de sobreendeudamiento, ciclos que destruyen oportunidades, generan angustia y profundos desequilibrios sociales” y que es necesario “intentar evitar que esta situación dramática se convierta en una tragedia social”. Es nuestra responsabilidad compartida, la del Poder Ejecutivo y la del Poder Legislativo, sentar las bases para que haya efectivamente un Nunca Más al sobreendeudamiento en nuestro país y que podamos empezar a transitar un camino de recuperación, de crecimiento, con la gente adentro. Es decir: para que podamos volver a poner a la Argentina, definitivamente, de pie.
* Carlos Heller es diputado nacional por el Frente de Todos y presidente del Partido Solidario.