El caso de los rugbiers
acusados de matar a Fernando Báez Sosa ha calado hondo a nivel social. Ríos de tinta se escriben en los diarios y las pantallas de los televisores no dan tregua con imágenes y noticias presentadas de una manera vertiginosa. Una pregunta que excede el hecho puntual es si hay más violencia juvenil en estos tiempos que antes o es una visión deformada por los medios. Página/12 consultó a tres psicoanalistas especializados en adolescencia para dialogar sobre lo que se desprende de todo lo que se va revelando sobre lo sucedido en Villa Gesell. Ellos son Luciano Lutereau, Marina Esborraz y Carlos Quiroga. La primera en señalar una respuesta --o mejor dicho, formularse una pregunta-- es Esborraz: “¿Quién puede establecer que, a veces, ante hechos puntuales las cosas empiezan a cobrar más relevancia?”, plantea la psicoanalista. “Venimos pensando cómo se subjetivan las masculinidades. Nosotros lo pensamos desde el psicoanálisis como la subjetivación de la potencia. Pero eso no necesariamente tiene que ir de la mano de la violencia. Y me parece que, por ahí, la época no ofrece muchos canales para subjetivar la potencia que no sean a través de la violencia. Eso es lo que hoy se ve. No sé si hay más violencia. Pareciera que la violencia es el único modo de hacerse hombre”, entiende Esborraz.
--¿Por qué creen que no es el primer caso en que rugbiers atacan a otras personas más indefensas? ¿Se sienten poderosos con sus cuerpos? ¿El cuerpo como arma?
Carlos Quiroga: --Hay algo que dice Freud en Tótem y Tabú que es tremendo: los varones adquieren las cualidades del padre en la escena totémica, en la escena caníbal. Pero ese rasgo, esa potencia no es algo que no se termine. O sea que requiere de renovaciones. Es una “energía renovable”. Con lo cual, los cambios de la vida van estableciendo problemas como la pérdida de esa potencia. Uno ve que hay un sistema donde los jóvenes están excluidos (no solamente los jóvenes: también los viejos), donde se normaliza todo, pero todo se transgrede a la vez, donde hay una sociedad del espectáculo que si no te miran no existís. Entonces, me parece que los jóvenes están armando una especie de “fiesta canibalística” distinta.
Luciano Lutereau: --Eso es muy importante. Un detalle que no es menor y que va en la línea de lo que dice Carlos es que la costumbre en este tipo de peleas es filmarlas y volver a verlas. Ese patrón es muy significativo como rito o como forma de apropiarse de una potencia a partir de verse en el hecho. Lo más dramático que estamos viendo en estos días es la aparición de los videos. Los jóvenes tenían filmado esto y era una práctica común de ellos realizar este ritual de pegarle a alguien entre varios y después verse a sí mismos y en ese punto sí reconocerse como potentes.
C.Q.: --Lo que tiene que ver con la clase es la elección del chivo expiatorio, la víctima. Agarran al “negrito”. Así lo llaman. Eso tiene que ver con la clase. Es una clase que está acostumbrada a que nadie le diga cómo es la ley. Es una clase que no le importa tanto si gana plata o no sino hacer lo que quiere con las cosas. Pero lo que es espeluznante con el asunto del canibalismo es que terminaron comiendo una hamburguesa. Coincide con lo que dice Freud en Tótem y Tabú de la escena totémica y maníaca. Ellos hacen ese rito y comen la carne. Hay varios casos de asesinos seriales que terminan comiendo después de cometer su crimen. Estos tipos se chupaban los dedos llenos de sangre.
Marina Esborraz: --Me parece que, en relación a lo que usted preguntaba del cuerpo, es que es importante armarse un cuerpo y ver cuáles son los recursos no sólo simbólicos sino imaginarios de lo que es ser un hombre. Hay toda una cultura del gimnasio, de las pesas, de los anabólicos, de mirarse al espejo y ver un hombre potente o una máquina. Por ahí, atrás de eso hay que ver qué nivel de conciencia tiene que semejante cuerpo, musculoso y todo lo demás, puede ser una máquina de matar. Me parece que hay algo que enlaza con esto de qué es ser un hombre: tener cuerpo de hombre. Y eso está ligado a la cultura del espectáculo y al mirarse los músculos frente al espejo.
L.L.: --El verse como una potencia en ejercicio no es lo mismo que crecer o desarrollarse como hombre a partir de ciertos actos. Los actos de pérdida eran más importantes en otros momentos. Por ejemplo, un acto de pérdida muy importante en el crecimiento masculino era el primer amor. Esa experiencia de primera decepción dolorosa, tristísima. Si vos pensás en las letras de los tangos, muchos hablaban del “varón que perdía una mina”. Eso lo hacía hombre: ser capaz de perder una mujer. En cambio, en este punto es lo que dice Marina en relación a verse potentes, o al canibalismo totémico, como lo menciona Carlos. Muestran un pasaje muy distinto del mundo adolescente o del pasaje de la adolescencia a la adultez.
--Se difundió un video de una cámara de seguridad que captó cuando dos de los rugbiers acusados del crimen se abrazan en el momento posterior al crimen, y uno de los abogados de la familia de la víctima interpretó que se trata de un festejo. ¿Qué lleva a unas personas a celebrar semejante crimen? ¿Cómo se entiende desde el psicoanálisis el “matar por placer” que para la justicia es un agravante?
M.E.: --El erotismo tiene componentes agresivos. Me parece que hay algo de eso. Si no hubiera cierto placer por matar, no estaría prohibido. Siempre hay un componente agresivo y siempre se puede llegar a ese punto. Precisamente lo que hace la cultura es reprimir. O sea, hasta qué punto uno puede llegar a agredir, aniquilar o matar a otro. El tema es cuando esas barreras no funcionan.
L.L.: --Este tipo de manadas u hordas homicidas pueden serlo también simbólicamente cuando nos encontramos con los linchamientos en las redes sociales. Tiene el mismo tipo de funcionamiento: el placer de la humillación, el placer de descargar la hostilidad. En la virtualidad no está el cuerpo implicado; entonces, se es capaz de decir cualquier cosa. Lo más dramático de Villa Gesell es que muestra un modo de funcionamiento social que no son estos diez, nueve u once rugbiers sino que la sociedad funciona así.
C.Q.: --Uno de ellos dijo “caducó”. Los que nos analizamos sabemos que después de diez o doce años de análisis uno se entera que tiene una hermana. No porque no sabía que tenía una hermana, pero a uno le cae la ficha de que esa persona es su hermana. Muchas veces, una mujer puede enterarse de que el marido es un hombre, después de un montón de tiempo. La cuestión de tomar conciencia es un tema muy complicado. Vivimos en 2D. La tercera dimensión casi no entra.
L.L.: --Esto que dice Carlos es muy importante porque es la diferencia entre saber algo y tomar conciencia de algo. Lo que nosotros vemos es que los pibes estos que mataron quizás hasta sabían que mataron. Esto se va a determinar luego, pero quizás supieron que mataron en ese momento, pero todavía no tomaron conciencia de este caso. Otro gran drama de este caso es que justamente la conciencia como factor, como darse cuenta, como que te caiga la ficha, como acusar recibo de un acto, no está. Y esto es algo que, en general, uno escucha que socialmente se funciona de esa manera. Pasan cosas, la gente hace cosas y el modo de respuesta habitual es: “No me di cuenta”, “No me imaginaba”, “No sabía”, “Nunca me imaginé”. La toma de conciencia muestra un sujeto muy infantil. Un esquema general es el de entender la disolución de los ritos masculinos en los últimos sesenta años. Instituciones típicas masculinas se fueron diluyendo. Una de ellas era el duelo. El duelo es una pelea cuerpo a cuerpo entre dos hombres por puro prestigio. Eso es lo que lo hace innecesario. No es a cambio de nada. Es innecesario porque es por puro prestigio: cuál de los dos es más “macho”. Nos agarramos a piñas. Cuando uno se cae al piso, terminó. Fíjese que lo que encontramos en Villa Gesell es que la institución masculina no funcionó. Hubiera sido vergonzante en otro momento un hombre que le pega a alguien en el piso. Al que está en el piso ya no se le puede pegar, al que pide que no se le pegue se le respeta en ese punto. Creo que el contexto general es el de cierta disolución o fin de la masculinidad que codifica, en términos generales, la agresión como modo de lazo social. Porque no hay vínculo social que no implique componentes agresivos. Podemos tener el ideal o la expectativa de una sociedad en la que no haya agresión, pero la agresión es parte de los vínculos. Nacer es un acto agresivo. Ahora, creo que una cosa es la agresión codificada, que estaba institucionalizada, que tiene ciertos contextos específicos, y otra cosa es la violencia. La agresión es una relación corporal que tiene cierto marco simbólico, mientras que la violencia acontece cuando una institución fracasa. Por ejemplo, en este caso, se trata de un hecho de violencia porque la institución masculina del duelo no funcionó. Donde fracasa una institución, ahí aparece la violencia.
--¿Qué impresión les dejan algunos padres de los victimarios cuando dicen cosas como “no son asesinos”? ¿A algunos padres les parece que fue una travesura?
L.L.: --Yo distinguiría entre lo que es un asesino, como algo que se dice del ser de una persona, y alguien que cometió un asesinato. Creo que cuando los padres dicen que no son asesinos se están refiriendo a que no son chicos criados con un deseo de matar. Ahora, el problema que quizás tiene esa perspectiva es que hay un punto donde si se toma a esta situación para pensar en un contexto más amplio de la crianza actual es que, en términos generales, los padres de muchos adolescentes hoy en día disculpan a sus hijos. Y ése es un problema. Los medios dicen: “Los chicos”. Pero lo que nos interpela de esta situación es la dificultad de poder pensar a estos hombres realizando un acto. Y desde el punto de vista de los discursos parentales lo que aparece es como una disculpa.