En Cuba, Cristina dejó claramente expuesta su posición ante el FMI. Consideró ilegal a la deuda que se tomó durante la administración Macri con ese organismo. Los que prestan plata no pueden argüir que ignoran a quién se la prestan. La sra. Lagarde, de quien Macri señaló que el país debía enamorarse, debía saber necesariamente a qué gobierno le entregaba el préstamo más grande de la historia del Fondo. De ese gobierno la seducía que estaba dispuesto a seguir entusiastamente la ortodoxia de la economía liberal, que rechazaba a Venezuela y era parte creadora del desdichado Grupo de Lima y que estaba en una línea geopolítica en sintonía con los intereses de Occidente, en suma: un bolsonarismo a la Argentina. La razón del descomedido préstamo era salvar a este fiel amigo del default a cuyas puertas se encontraba. Los bonistas que hoy acosan a Kiciloff dieron sus dineros especulativos por las tasas de ganancia que Macri y los suyos aseguraban. ¡Qué gran negocio es prestarle a la Argentina! Las tasas de ganancia de los capitales buitres son enormes. Tanto, que al ofrecer el dinero debían saber que no lo iban a recuperar. Pero el dinero de las internacionales financieras (y muy especialmente el del Fondo, vigilado, controlado por EE.UU.) no es solamente para acumular ganancias desmedidas. Es para tener poder sobre los países deudores. Para someterlos a la geopolítica que esos dineros obedecen y representan. El mundo está tenazmente enfrentado. Hay que controlar eso que los norteamericanos llaman “el patio trasero”. Si a Venezuela se la bloquea o le embargan los dineros del petróleo, si en Bolivia avalan un golpe duro, sanguinario, en Argentina dominan por medio del dinero y la docilidad antinacional de los gobiernos que lo piden y lo aceptan de buen grado. Hay una simetría entre el canallismo exuberantemente cipayo de quienes reciben el dinero con el de quienes los prestan. Que, claro, no son cipayos sino que tienen intereses permanentes pero no patria, concepto del que abominan porque es nacionalista o/y populista.
Los que prestan responden a una geopolítica de poder. Si Argentina --por ejemplo-- le debe cincuenta mil millones de dólares al Fondo (o sea, al Occidente neoliberal y financiero) se le podrá imponer que no se acerque a China o a Rusia y, desde luego, que ni piense en tener un proyecto de armamentismo nuclear. Para eso están ellos. Como en los peores tiempos de la dictadura, el imperio asume nuestra defensa nacional y nuestras fuerzas artilladas interiores se ocupan de la seguridad.
El Fondo tampoco ignoraba que el pedido del gobierno argentino era total responsabilidad de Macri y sus asesores, que él habrá de traicionar delatándolos. No había sido sometido a la aprobación del Congreso. Este salto institucional erosiona gravemente la legitimidad democrática de tal nefasto pedido. El Fondo convalidó una acción antidemocrática y, por supuesto, autoritaria y dictatorial, como toda medida trascendente del Poder Ejecutivo que no pasa por el llano y democrático del Legislativo. Pero esto a Macri le importaba poco. Anunció por televisión que iniciaría relaciones con el FMI y voló hacia el Norte del mundo (hasta que no se invierta el mapamundi lo será) para parlotear en su mal inglés con Lagarde y bailotear con una millonaria de Wall Street. Después dirá (en reciente confesión) que él no quería tomar tanta deuda y les dijo a los suyos que conocía los mercados, que no iban a prestarles más y que se irían “a la mierda”. Ahí se fueron pero se llevaron con ellos al país.
La gestión de gobierno de Cambiemos se nutrió también del lawfare judicial. Copió al admirado Bolsonaro y al no menos admirado juez Moro y empezó a meter presos a opositores sin sentencia alguna. Fue parte del estilo beligerante de gobierno que implementaron e implicó un amedrentamiento al tejido social. Cualquiera podía ir preso. Se convirtió al juez Bonadio en una figura temible y a Comodoro Py en el rostro judicial de la ESMA, donde las torturas eran las condenas arbitrarias.
Sin duda que estas condenas (como afirma Alberto F.) eran eso: arbitrarias. Pero se aplicaban a figuras políticas de la oposición en una escalada que debía llegar hasta Cristina Fernández, la abominada de los neoliberales, de la Sociedad Rural y los grandes medios. Si los apresados arbitrariamente eran políticos, si se los encerraba para exhibir la “corrupción K” y llegar a la llamada “jefa de la asociación ilícita”, esos presos, todos, son políticos. No sabemos qué delicada situación, qué exquisita etapa de la correlación de fuerzas los tiene presos e infamados, pero no es una cuestión semántica afirmar que justamente son presos arbitrarios porque están sometidos al arbitrio persecutorio del poder macrista y esto, aunque no guste, los define como presos políticos. Además, sabemos que es profundamente corrupta y sometida al poder político la Justicia que los condenó. ¿Qué validez pueden tener las condenas de Comodoro Py? Las relaciones entre el chantajista D'Alessio y el fiscal de apellido Stornelli son una muestra fehaciente de lo que Alberto F. llamó “los sótanos de la democracia”. El valioso juez Ramos Padilla debería apurar las causas de estos personajes sombríos y exponerlas en el Congreso, porque, como siempre, “el pueblo quiere saber de qué se trata”. Una vez revelado el turbio accionar de Comodoro Py quedará claro que los condenados a prisión por esos jueces obedientes al gobierno de turno deberán ser liberados. Hay que investigar la Justicia. Ya que, como dijo Alberto F. en su discurso de asunción, “nunca más”.
Todos comprendemos la situación de “tierra arrasada” que dejó Cambiemos. Somos, desdichadamente, expertos en develar las relaciones de fuerza, porque nunca nos fueron favorables. Macri, para las elecciones de octubre, hizo una esforzada y meritoria campaña electoral. Fue una mala sorpresa. Pero ahí está el resultado. Llegó al 40,8 por ciento. Quedaron derrotados pero embravecidos. Porque gran parte de este pueblo prefiere que el país (no ellos) pase hambre antes que votar a la brillante política a la que llaman “yegua”, tal como el tenaz gorilaje de los ’50 llamaba a Eva Duarte. Todo esto lo sabemos. Pero el hambre es hoy, ahora. Siempre imaginé un shock distributivo si perdía Macri. Todavía lo deseo.
Algo más: mientras siga presa la militante popular Milagro Sala (víctima del poder arbitrario de eso que la querida Cynthia García llama el Macondo jujeño) escasamente se sentirán los vientos de cambio que deberían sentirse inapelablemente. En esa espera estamos.