Compañeras de militancia, autoconvocadas, amiges, trans, lesbianas, travestis, trabajadoras. Este 8 de marzo logramos lo que los dirigentes de los principales sindicatos no: una fecha, un paro internacional. Marchamos abrazadas, coordinamos intervenciones, cantos y carteles, cordones de mujeres en sororidad. Nos besamos, celebramos nuestro amor. Nos agrupamos y salimos a tomar las calles, a gritar las muertes y las leyes que no se respetan pero también a recitar poemas y a bailar porque ya nuestros cuerpos se rehúsan a un destino, a un dueño o a ser mutilados. Reclamamos territorios que nos han quitado junto a las compañeras indígenas, quienes nos recordaron también el sometimiento y la violencia en tiempos de éxodos forzados. Fuimos migrantes y afros. Nos encontramos con restauradoras que con sus pañuelos verdes e insignias violetas y sus mamelucos de trabajo se sumaron para visibilizar el trato desigual donde “le confían la moladora a un aprendiz antes que a una trabajadora de años por el solo hecho de ser hombre”. Jóvenes potenciaron su amistad en colectivos feministas y tras organizarse en redes sociales caminaron hermanadas con bandera en mano o pintadas sobre sus tetas o vientres al viento. “Por la soberanía sobre nuestros cuerpos” o “deseo” pudo leerse en carteles que dos amiges trans levantaban en alto y “Queremos todo el paraíso” rezaba una tela interminable. Bigotes de brillantina, pelucas, punto de pintura fucsia en la sien, brazos que dicen “Tus piropos me molestan”. La plaza fue un mar de banderas, de colores, de emociones, de agite.
Fotos: Jose Nicolini