“Esta canción no se canta en ningún lugar en el mundo como en esta ciudad… Pero bueno, ahora son niños. A ver cómo sale”, disparó Fito Paez antes de encarar una versión intransigente de “Polaroid de Locura Ordinaria”. Promediaba su show en el Festival Buena Vibra, que el sábado convocó a más de 16 mil personas en el Hipódromo de Buenos Aires. Su arenga dejaba al descubierto los pliegues de una jornada que estuvo copada por pibes y pibas sub 25, ataviados con vestidos y camisas multicolores, que impregnaron el aire con el aroma de perfumes, protectores solares y flores de cannabis. Lo más probable era que la mayoría de ellos no hubiesen nacido cuando Páez sacó esa canción en 1988, que llegaran convocados por una grilla cuyo pulso estaba marcado por bandas y artistas que amplificaron sus canciones en los últimos años. Pero el predio entero se sacudió con ese amor violento, luego encendió la noche con las pantallas de sus celulares en “Brillante sobre el mic” y se agitó con “Mariposa Tecknicolor”. Le combustión entre “innovación y trayectoria” propuesta por el festival alcanzaba en ese momento su punto más alto.

La jornada comenzó cerca del mediodía, con un sol abrasador propagándose por todos los rincones del predio. En los caminos que llevaban hacia el campo había arcades, mesas de ping pong, instrumentos para tocar usando auriculares y una banda de músicos vestidos como piratas tocando reggae y ska. Luego aparecía una estructura de caños cubiertos de maleza desde donde caía una llovizna fina para paliar el calor. Ese preludio sin rastros de sombra fue el escenario para las canciones de El Zar, Paula Maffía y Nafta, que se fueron alternando en un gigantesco escenario partido a la mitad. Durante todo el festival, apenas una banda se subía de un lado, el otro estaba siendo armado para la siguiente. El esquema funcionó aceitado: apenas alguien se despedía, los nuevos acordes ya estaban sonando.

Foto: Gentileza Matías Casalh

A las tres de la tarde, cuando del lado izquierdo se subió la cantante Barbi Recanati con su post punk espacial, empezaron los disparos. “Bueno… podemos certificar este festival como el primero en cumplir el cupo femenino”, agitó antes de despedirse. Luego vinieron los sonidos selváticos y ancestrales de Femina, entreverados con su psicodelia pop siglo XXI. La primera parte de la grilla ponía del lado izquierdo el tempo más frenético y bailable, y continuaba con una presentación encendida de Conociendo Rusia, que desplegó buena parte de su reciente disco, “Cabildo y Juramento”, entre wah wahs y solos de Stratocaster, apuntalado por la voz andrógina y movediza de Mateo Sujatovich. Del lado derecho volvían a desplegarse los sonidos originarios, impulsados por la suave intensidad del binomio Perotá Chingó. El cóctel del Buena Vibra funcionaba alternando la calma y el frenesí.

A lo largo y ancho del campo, cubierto de césped sintético, lo que se extendían eran las interminables colas para cargar la tarjeta que se necesitaba para comprar comida o bebidas, luego las colas para hacerse con algo de todo eso, y finalmente las colas en los puntos de hidratación. Todas estaban colapsadas. La convocatoria al Buena Vibra, auspiciada por la radio Futurock y la revista THC, parecía haber sobrepasado lo esperado. “Yo no canto solo por cantar o por mover las caderas, que me gusta mucho”, decía desde el escenario el chileno Alex Anwandter –único artista internacional del festival–, recordando a Víctor Jara. “Canto también para que podamos autodeterminar nuestro destino, como hoy que en mi país se lucha y se muere por cambiar una Constitución hecha en dictadura”. Sus canciones más que bailables, propulsadas por una intensidad queer y armadas con una sensualidad setentista, mostraban cómo la disco también se puede poner política.

Luego se asomaron las canciones en busca de la perfección de Lisandro Aristimuño, que incluyeron violines y zapateado, canciones delicadas aunque por momentos algo lejanas, y las tribulaciones performáticas de El Kuelgue. La banda, afirmada en el cuerpo plástico y teatral de su cantante Julián Kartún, anunciaba con una versión minimalista de “Parque acuático” –cantada por buena parte del público–, la llegada de Fito Páez. El rosarino, ubicado en medio de la grilla, salió a escena a las ocho de la noche con un impecable traje celeste, y cerró soltando “estoy muy agradecido de que me hayan llamado. El futuro nace acá. Se vienen tiempos mejores”. Así le daba paso al set de la cantante Marilina Bertoldi, ganadora del Gardel de Oro 2019. Ella salió con un peinado apretado hacia atrás, lentes de sol, una camisa blanca con machas rojas, pantalones ajustados y botas. Lucía y se movía como una extraña mezcla entre Elvis Presley y un rapero noventoso. Después de algunos problemas técnicos, se encaramó con su guitarra Telecaster y ejecutó su poderosa combinación de canciones inflamables y rasposas.

Fito Páez, el más experimentado de la grilla (Foto: gentileza Matías Casalh 

La noche ya había caído en el Buena Vibra y todavía restaba la última estocada. Comenzó con las canciones dulces y cautivantes de Bandalos Chinos, que abrevan de los saxos eclécticos de Los Abuelos de la Nada y las melodías fatales de Virus. Una combinación solventada por el rol de su cantante Goyo, en plan femme fatale, que salió a escena envuelto en un mono rojo de puntos blancos. Siguió el set contundente y plagado de hits poperos y radiales de Miranda!, con versiones precipitadas de “Ya lo sabía” y “Don” como puntos fuertes.

Los encargados de cerrar la jornada fueron Lo´ Pibitos, con su rapeo ajustado y una potente versión murguera de “En Espiral”. Anunciaron la salida de un nuevo disco para los próximos meses, se despacharon con su versión maniática de “La Rubia Tarada” y presentaron una canción hecha con versos de Facundo Cabral, cuya voz se disparaba por los parlantes. En ese cruce final se condensaban los elementos desplegados por los sonidos urbanos que crecen por fuera del inmenso terreno ocupado por el freestyle y el trap. Sonidos en los que se encuentran la necesidad del vértigo y del baile y una voz que desde lejos repite: “Tu mejor activo es el tiempo. Cada segundo perdido, es vida perdida, y nuestro paso por el mundo es tan breve, que no me hago a la idea de no aprovechar cada momento”.