La tarde previa al sorteo hubo entrevista con Del Potro. Y una frase que lo dijo todo: “Estoy con muy pocas balas en la cartuchera. Tengo que usarlas pronto y hasta pensar en dar alguna sorpresa”. El cálculo de la enorme mayoría de los medios -inclusive los británicos- era que la Argentina guardaría a Delpo para el dobles del sábado y dispondría de él como una especie de comodín para el domingo. Desde lo terrenal, el cálculo que se hacía era que, aún si debiera jugar con Andy Murray, quizás lo mejor era darle más días de descanso respecto del esfuerzo que venía de hacer en Nueva York. O, mejor aún, si la Argentina llegaba 2-1 arriba al domingo, directamente usarlo para definir el quinto punto y esquivar al escocés, por entonces número dos del mundo.
En esos días se escribió, a mi criterio, una de las páginas más destacadas en esta historia copera en lo que respecta a la utilización del factor sorpresa. La evaluación que hicieron Del Potro y el cuerpo técnico fue bien distinta. Para empezar, presentarles a los británicos un rival inesperado. Fui testigo de la incredulidad de mis colegas cuando, antes del sorteo, les dije que, por lo que había hablado con él, me parecía que Del Potro quería tener a Murray enfrente lo más rápido posible: aquello de “tengo pocas balas y tengo que usarlas cuanto antes”. Por cierto, así como desde cierta mirada puede decirse que, cuando alguien está en el límite de sus fuerzas quizás es mejor mantenerlo en marcha que pararlo, la sensación que había dejado la final de los Juegos de Río era que Delpo había llevado a cuatro sets a Murray y que ese era, en ese momento, su verdadero límite. Sin embargo, la historia se escribió bien distinta y fue una clase maestra de trabajo en equipo.
(…) Glasgow fue la muestra más elocuente de que un deporte súper individual, egoísta y solitario como el tenis puede convertirse en una tarea en equipo cuando se trata de la Davis. Y eso que tantas veces sospechamos diferenciaba a los rivales que nos sacaban la copa del buche, una vez nos tocó a nosotros. En este punto, es imprescindible poner énfasis en el trabajo de Daniel Orsanic y su cuerpo técnico, con el entrañable Mariano Hood como subcapitán y una larga lista de colaboradores que, en mayor o menor medida, justificaron largamente su presencia en cada sede.
La mañana del jueves del sorteo arrancó con la satisfacción por haber acertado en la sospecha de que Del Potro sería designado para enfrentar a Andy Murray en el primer singles. A propósito, esa martingala sólo fue posible gracias a la coyuntura de un ranking que ubicaba a Juan Martín cuarto entre los argentinos. Delante del tandilense estaban Delbonis, Pella -ambos en Glasgow- y Diego Schwartzman. De tal modo, en tanto Orsanic eligiera a Federico o, como sucedió, a Guido para la plaza del singles uno, a Del Potro sólo le cabía enfrentar a Murray en el estreno. Con Juan Martín como número uno, o se lo exigía a jugar sí o sí al menos los dos singles o se corría el riesgo de llegar sin chances al primer individual del domingo. No se trata de suerte, sino de saber cómo administrar recursos.
(…) Todas las elucubraciones pasaron a girar en torno de la decisión de Orsanic-Del Potro de arriesgarlo ante Murray. “Quemar pronto y a modo sorpresa las pocas balas que tengo”: Delpo no había mentido. Pues bien, todo esto que ahora se ve cristalino, sensato y genial, en esos días lo único que hizo fue provocar discusiones en distintos niveles: periodistas con periodistas, hinchas con periodistas, dirigentes con periodistas, periodistas con ex tenistas. Saliva inútil. No sólo nada de lo que dijéramos podía modificar la realidad, sino que ningún análisis de los que yo recuerde de esos días se asemejaba siquiera un poco a lo que pensaban dentro del equipo argentino. Si de utilizar aunque sea un poco el factor sorpresa se trata, para eso era imprescindible que nadie dijera nada antes de tiempo, por más confianza que mereciera el interlocutor. En tiempos de redes sociales con un peso indiscriminado en nuestra cotidianidad, cualquier dato da vuelta al mundo en segundos. Y les aseguro que a los británicos les sorprendió tanto la decisión de poner a Del Potro el viernes como no ponerlo el domingo para definir. En ambos casos, haya habido factor sorpresa o no, el resultado fue favorable.
(…) Ante un jugador como Murray, dar un mensaje tan nítido es poco menos que firmar la rendición. Desde la estética y desde ciertos preceptos ortodoxos que han ido cayendo en desgracia desde John McEnroe para acá, Murray parecía tener algunos agujeros profundos en su juego. Especialmente, su derecha. Sin embargo, pocos tenistas en su mejor momento dejaron en claro mejor que Murray que, en este juego, no hay mejor herramienta que la cabeza. Ni recurso que limite más el poder de fuego ajeno que la capacidad de anticipación.
Con una derecha fea, sin un saque desequilibrante ni un golpe de esos a los que hay que esquivar, Murray fue, ante todo, un gran entendedor del juego y de sus momentos. En una de sus tantas vueltas al circuito, David Nalbandian me explicó que, mucho más allá de recuperar sintonía fina en los golpes o estar sólido físicamente, lo que más se extraña a la hora de volver es recuperar el instinto para jugar esos puntos que lo deciden todo. En un universo en el que, sin presiones de por medio, el 300 juega igual de bien que el 20, un puñado de puntos suelen decidirlo todo. Y en ese territorio, Murray era un maestro.
Había dos factores que debían morigerar un poco el escepticismo. Uno, que a diferencia de lo sucedido en Río un mes atrás, Del Potro llegaba fresco al singles y no después de un desgaste físico y mental que no había registrado en los últimos tres años de una carrera constantemente interrumpida por lesiones. Dos, que el partido, si bien en cancha rápida, se jugó bajo techo. Es decir, alejado de la influencia del sol y con una temperatura ambiente ideal de entre 24 y 25 grados.
Después, el tenis y la mente. En ese territorio, Del Potro comenzó el partido dejando claro que, al menos en la primera parte, la decisión de arriesgarlo todo estaba lejos de ser un disparate: 6-4 para el tandilense y a soñar. Pero con cautela. Los números de ese primer set dejaron algunas referencias que difícilmente podrían mantenerse durante mucho tiempo. Por ejemplo, que de 23 puntos en los que sacó, Juan Martín jugó apenas tres con el segundo saque. Para alguien que influye tanto con ese golpe, sostener esas cifras te convierte en un rival imbatible. Además perdió apenas cuatro puntos con el servicio, todos en el mismo game en el que sufrió el único quiebre de saque. Un par de números más de esos que son infrecuentes: Delpo ganó siete puntos sobre 11 jugados en la red, lo que representa un buen porcentaje y una buena cantidad de subidas, recurso menos frecuente en el Del Potro de los tiempos “sanos”. Y apenas cuatro errores no forzados.
A partir de entonces, el tiempo de las sutilezas de las que hablaba Nalbandian. Un punto de quiebre por lado en el segundo set: Murray ganó el suyo y Del Potro perdió el que tuvo: 7-5 el escocés. Dos quiebres por lado en el tercero y bastó una devolución profunda del británico para que el tie break se fuera 7-5.
La sensación del momento fue de deja vú. Con sus matices, la cuestión de la derrota digna parecía empeñarse en infectar las ilusiones argentinas. Entonces sucedió lo impensado, eso que tanto rédito le dio a Del Potro para empezar a salir de la crisis de la muñeca izquierda. Otra vez, los números hablan con elocuencia. Desde que quedó dos sets a uno abajo, Del Potro no soportó más una chance de quiebre y rompió el de Murray en dos ocasiones. Pasó de 11 errores no forzados en el tercer set a sólo siete en la suma del cuarto y del quinto. Y se bancó la frustración de que varios de sus buenos momentos fueran neutralizados por un acumulado inesperado de 35 aces por parte del local, muchos de ellos explotando aquel asunto del revés limitado.
¿A cinco sets? ¿En más de cinco horas de juego? ¿En Escocia? Gana Murray. No señor, ganó Del Potro.