En sus inicios, la protagonista de Homeland era una denodada agente de la CIA con una salud mental compleja. Consecuencia de su estado y del espionaje ordenado por Washington, hacia el final de la séptima temporada, Carrie Mathison (Claire Danes) terminó balbuceando sin sentido, catatónica y desconectada de la realidad. Había pasado una larga estadía secuestrada y, a la usanza de la Guerra Fría, la liberaron tras un intercambio por espías rusos. La atribulada mujer se debía otro cierre para –su- historia (¿puede haber un happy ending en este caso?). El drama de espías acaba de ser estrenado por Fox Premium Series (va los lunes a la 1.30, también puede verse en su app y Flow al día siguiente de su primera emisión).
Homeland invita a enredarse por una última vez con sus operaciones en territorios siempre hostiles. En esta ocasión, Saul Berenson (Mandy Patinkin) precisa de Carrie por su experiencia y contactos ante la chance de terminar la guerra en Afganistán. La ficción se resetea, como ya lo hizo en otras ocasiones, pero sin introducir variantes temáticas o de personajes. “Ahora soy una espía rusa, aparentemente”, bromea la mujer en su encuentro con el responsable de la Seguridad Nacional. El mayor problema es que otros jerarcas dudan de la lealtad de la mujer por lo que podría haber dicho o hecho en el gulag durante los siete meses en los que no tuvo acceso a su medicación. “Aún estoy armando las piezas”, confiesa. Ese bloqueo será parte esencial de la trama que sucede en una Kabul llena de talibanes, insurgencia y juegos de intereses. En tanto la protegida de Saul entre a la acción comenzarán los flashbacks y a atarse los cabos sueltos.
Desde un inicio el thriller jugó a dos puntas bien específicas. Por un lado, el conflicto de ocasión junto con los giros propios del género; por el otro, la inestabilidad de la protagonista. Mejor dicho, Homeland se alimentó de esa relación tóxica. Como buena temporada conclusiva, la ficción retoma algunas líneas, personajes e historias conocidas. La reinserción de Yevgeny Gromov (Costa Ronin), sin dudas es la más significativa por lo que viene de padecer la protagonista. El misterioso oficial ruso fue el responsable del cautiverio de Carrie pero –otro gran atractivo de la serie- es que ningún villano resulta del trazo grueso. Lo mismo pasó con otros personajes especulares como Peter Quinn (Rupert Friend) o Dar Adal (F. Murray Abraham). Despreciables, profesionales o empáticos, según el momento. Lo que se mantiene es la sensación de que nadie sabe bien a quién responde, qué intereses protegen o si terminarán por pasarse de bando.
La serie tuvo un comienzo bombástico y atrapante por su buen ojo acerca del escenario geopolítico del nuevo siglo. Claro que la ausencia de Nicholas Brody (Damian Lewis) desde la cuarta temporada fue un golpe casi letal. Hubo que reordenar el esquema por la pérdida del coprotagonista y lo que significaba en tanto héroe de guerra/traidor a su patria/padre del hijo de Carrie/mártir. Así pasaron escenarios y misiones frenéticas por Oriente Medio, Alemania, Rusia y Venezuela. No menos cierto es que la entrega mantuvo alta la vara dramática y conspiparanoica hasta este último arco. ¿Logrará Carrie su desquite y hallar cierta paz? Para el productor ejecutivo de la entrega, Howard Gordon, ahora ella “pone a prueba los límites de su conciencia, de su comportamiento, de su lealtad, de sus relaciones y de sí misma”. El showrunner, Alex Gansa, fue al meollo de la cuestión. “En pocas palabras, Carrie se convierte en Brody”, sentenció como un guiño a los inicios de la serie.