a Ana y Mariano
Parque Nacional El Palmar
En Puerto Madryn visito un museo de piedras. Naturaleza pródiga que sumada a la mano del artesano enamorado de este trabajo, las convierte en maravillas.
Pregunto dónde halla esas joyas, en cualquier lado, en las calles dónde tiran cantos rodados, en la playa, en la ruta, en la basura, ahí nomás.
Epa, epa, cuarzos, ágatas, rodocrositas, topacios, amatistas, circones, ópalos, turquesas, mirá, mirá corean mis primas.
Dicen que los seres crueles o mezquinos tienen el corazón de piedra, acota prima Susana.
También como lo inextinguible o indestructible, adjetivo para virtudes y defectos. Por eso es adjetivo (dice Sigmund en mi oreja) no subjetivo.
Ayer cultivé el gusto por los cantos rodados de Camarones, esculpidos por el mar incesante. Hoy en Entre Ríos busco piedras partidas que me muestren su interior. Las casuales roturas me ofrecen colores contrastantes entre el centro y la periferia con contornos obscuros o gamas suaves de saturaciones escaladas. Formas, letras, indicios de uniones raras al calor de la tierra.
Esas imágenes me hacen pensar cómo las piedras tienen su corazón.
El artesano consecuente con su mano hábil y el ojo atento a las posibilidades ejecuta el milagro. Excuse moi, pienso en la oreja de los analistas o analistas o analistxs, no puedo evitar la analogía. Duro, pero repleto de sorpresas para quien lo sabe encontrar y reconocer sus posibilidades, verlos al futuro.
¡Apa, hasta las piedras tienen un corazón! Hay que encontrarlo, seleccionarlo, pulirlo. Aquel dicho chino me persigue con su certeza: “Si quieres ser feliz un día: emborráchate; si quieres ser feliz dos meses: cásate; si quieres ser feliz toda la vida: ama a la naturaleza”.
Amo la naturaleza: ¿elecciones de refranes que cooperen con esa dirección elegida, tal vez?
Tener los ojos atentos para encontrar sorpresas a cada paso.
La idea es buena, hay que pulirla como ese corazón de tus piedras, si queres que la gente se asombre, dijo prima Miriam, la más pequeña.