El investigador colombiano Juan Camilo Jaramillo, un especialista en comunicación de gobierno, escribió ya en 2011, en un texto titulado "El arte del ajedrecista", que las preguntas funcionales que suelen hacerse los responsables de la comunicación gubernamental suelen referirse a "la instrumentación del proceso pero no responden a la intención de construcción de significado y sentido compartidos, que es el verdadero paradigma de la comunicación". Se puede decir entonces que formular un objetivo exige determinar antes el propósito estratégico, que es necesariamente político. Sencillamente porque ese objetivo es el que permite centrar la mirada en los diferentes públicos a los que se quiere llegar y a quienes debe hacerles sentido lo que se busca poner en común. Solo a partir de allí deviene la construcción de la estrategia. Un diseño complejo que habilitará la construcción de relato y que, por cierto, no siempre ni necesariamente se limita al uso de los medios, ni siquiera de las redes sociales digitales.

Lo descripto por Jaramillo encierra, palabras más palabras menos, parte del dilema que actualmente enfrenta la comunicación del nuevo gobierno de Argentina.

Dicho de otra manera. No se trata apenas de informar, de dar a conocer los actos de gobierno, sino de construir a través de toda la gestión el sentido que se le pretende dar a la misma. La comunicación tiene, necesariamente, un componente cultural, educativo y pedagógico. Y esto, como queda dicho, no es apenas una operación mediática sino que lo que se denominan "acciones comunicativas" comprenden los gestos, las estéticas, los modos de vincularse de los funcionarios, la manera de ser y actuar y, en general, todo lo atinente a la misión de conducir lo público.

Lo anterior implica coordinación y coherencia de los distintos estamentos del Estado, de los funcionarios y de los voceros en general. Algo que no puede confundirse meramente con centralización de decisiones y unificación de mensajes. Se trata de un difícil equilibrio entre la pluralidad y la diversidad de voces, y claridad de lo que se expone aunque pueda haber matices distintos. Siempre sin dejar de atender que el escenario de la comunicación es inevitablemente una arena política donde todas las opiniones se ponen en tensión y en la que oficialismo y oposición dan la batalla por el sentido.

La construcción del "relato que se va a comunicar" según palabras de Jaramillo, y en el entendido de que ello está por encima y más allá de lo estrictamente mediático, es una tarea política colectiva, de la que no solo participan el Gobierno, sino en la que también deben implicarse todos los actores sociales, movimientos, organizaciones, grupos políticos, que coparticipan del proyecto que se impulsa. Para ello es necesario habilitar espacios de debate, de discusión, de construcción colectiva, aún corriendo el riesgo de que los enemigos de turno puedan usar el intercambio y la presentación de diferentes miradas como un signo de debilidad o de posibles contradicciones.

Por el contrario, pensar colectivamente los objetivos estratégicos de la comunicación política es un signo de fortaleza de quienes respaldan al Gobierno y al proyecto que encarna. Porque más allá de los efectos inmediatos, lo que se estará consolidando es un soporte comunicacional indispensable para la acción política. Sin comunicación del sentido del proyecto y sin comunicación democrática, es difícil aspirar a consolidar una propuesta que cale en la cultura y en la vida cotidiana de la ciudadanía.

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