Desde La Rioja
En febrero La Rioja se transforma. Llega el tiempo de la chaya, la gran fiesta de los riojanos, la actualización del antiguo ritual diaguita de agradecimiento a la tierra. La chaya es la celebración que, sin dejar de distinguirse con sus propias características, se mezcla con el carnaval. Entonces, la tierra de los caudillos derrotados y de la histórica estafa minera se desprende la cincha de los disimulos y estalla en la celebración de sí misma. En los barrios de la capital y en la provincia toda, se chaya. En el aire perfumado de albahaca, todos y todas andan contentos y pintarrajeados. Van de abrazo en abrazo por debajo de una nube de harina que acaricia dejando en los rostros y los cuerpos la marca de una felicidad tan genuina como pasajera. El júbilo fugaz que sin embargo se eterniza en la certeza de que cada año –“al año cabal”, dice la copla– el ritual regresa para cumplir su ciclo natural.
Inevitablemente, los ritos y sus transformaciones son reflejo de la sociedad que los sustenta. Este año, el gobierno de La Rioja decidió plantear una resignificación de la leyenda chaya desde una perspectiva de género. Una empresa difícil, que sin embargo encuentra argumentos sólidos en los contextos actuales. El tiempo y sus intereses construyeron la leyenda, cuyo héroe trágico es Pujllay, socarrón, mujeriego y borrachín al punto de no saber dimensionar el amor de Chaya. Con matices, el relato actual pone a la princesa diaguita, según la leyenda bella como la tierra misma, como víctima del Pujllay, que la rechaza. Entonces Chaya, desconsolada, se retira a las montañas a llorar en soledad. Por culpa, remordimiento o calentura pasajera, Pujllay más tarde la busca. Pero ya no la encuentra. Chaya se convirtió en nube para volver cada febrero y rociar con sus lágrimas la tierra seca. Pujllay entonces bebe hasta morir abrazado por el fuego.
"Hoy estamos en un contexto en donde hay otras demandas, otras subjetividades y otros cuerpos que están apareciendo y que es necesario tenerlos en cuenta”, dice Aldana Cuello, directora de Innovación Cultural de la Secretaría de Culturas de La Rioja. “Pujllay y Chaya representan las fuerzas de lo masculino y lo femenino, pero imbricadas dentro de una cosmología indígena. Para los pueblos indígenas, el género, como concepto o como práctica, ni siquiera existía. Entonces tampoco existía la desigualdad de género. La memoria histórica se construyó sobre significantes patriarcales que han contaminado esa tradición, que es una construcción teórica de la modernidad”.
El interés de esta resignificación tiene que ver con reivindicar la figura de Chaya. No la enamorada perdida, la despechada que sin amor propio se autoflagela en un gesto individual, sino la que en su sacrificio revela el amor por su pueblo. Chaya se vuelve nube para regresar en forma de agua, bien elemental y preciado en las culturas agrícolas. “Nosotras insistíamos mucho en la importancia de destacar el amor de Chaya por su pueblo. Porque también dentro del feminismo, cuando hacemos política hemos construido la afectividad, la sensibilidad, como categorías políticas para elaborar discursos y formas de pensar las realidades y actuar en ellas. Esa también es una característica de esta época y de los feminismos: la afectividad y la sensibilidad. Entonces el amor por el pueblo es una categoría política muy importante que muestra que Chaya es mucho más que un amor no correspondido”. “No estamos destruyendo esta tradición sino al revés: estamos recuperando lo que realmente se vivía y se practicaba, se sentía y se pensaba en la cultura indígena”, asegura Cuello y concluye: “Necesitamos resignificar lo instalado para dejar de excluir y de violentar a otros”.
La chaya sostiene también el evento que pone a La Rioja en el calendario festivalero del país. Organizada por la provincia, la Fiesta Nacional de la chaya este año tuvo lugar entre el jueves y el lunes pasados en el predio del Autódromo de la capital riojana. La programación integró artistas de los que se pueden encontrar en muchos de los festivales del país con algunas expresiones locales, además de dedicar cada jornada a un referente del canto riojano. El primer homenajeado fue el gran Ramón Navarro, que tuvo su noche el jueves, en la apertura. Pica Juárez, autor entre otras cosas de “El camión de Germán”, la canción que más se escucha por estos días en La Rioja, tuvo su noche el viernes, y el sábado fue para Pancho Cabral, uno de los artistas más influyentes en las nuevas generaciones, generador de una obra que proyecta en un estilo personal la mejor tradición de la música riojana. Tona Páez el domingo y Cristina Velasco el lunes, encantadoras cantoras chayeras de antigua estirpe, completaron la lista de los homenajeados.
La franja de los “artistas nacionales” de la fiesta que se ve por televisión tuvo a Jorge Rojas en la primera noche, Abel Pintos el viernes, Soledad y Raly Barrionuevo el sábado y Luciano Pereyra el domingo. El lunes, en la culminación del evento, además de Los Palmera, estuvo Sergio Galleguillo, acaso el artista riojano con mayor resonancia de la actualidad. Quien alguna vez fuera poco menos que la reencarnación misma de Pujllay, propuso esta vez “Cupido chayero”. Se trata de una canción que a través de una historia de amor surgida en la chaya reinterpreta los tópicos recurrentes de harina, albahaca y alegría en función de una campaña de concientización contra la violencia de género.
La chaya se mueve y de distintas formas no deja de ser la marca de febrero en La Rioja. “Este año costó 35 millones de pesos y es una inversión que hacemos gustosos, por un lado porque en gran medida la recuperamos con la licitación de los espacios del predio y la venta de entradas, pero sobre todo porque su valor cultural es incalculable para los riojanos”, dice el gobernador Ricardo Quintela.
Como gran hecho social y cultural se nutre de sí mismo y también de su entorno. Navega por la humana contingencia entre el faraónico escenario del autódromo y los topamientos en los barrios más humildes; con el perfume de la albahaca fresca de la siesta o el olor agrio de las madrugadas; por los caminos que conducen al torrontés o en los pedregosos senderos del tetrabrick. “Ya me has pillao carnaval, de nuevo mal barajao, enamorao, pobre y fiero y para colmo chumao”, dice la copla que se escuchaba en el patio de La casa de la Cultura. La cantaba Josho González en la madrugada del lunes. Pudo haber sido ser cualquier cantor, en cualquier lugar, a toda hora, si en La Rioja es febrero.