Ser homosexual en provincias conservadoras como Mendoza a menudo no resulta fácil. Mi último tropiezo con la homofobia ocurrió en Facebook hace unos días. Me encontré con que uno de los canales provinciales publicaba la siguiente pregunta: “¿Qué es para vos la homosexualidad?” 

La pregunta en sí ya me pareció un retroceso. Me recordó a los debates (muchas veces pobrísimos) del año 2010 en el contexto de la ley de matrimonio igualitario. Casi siete años han pasado. Que en la tierra del sol y del buen vino se arroje esta pregunta, en lugar de informar con perspectiva de género desde los medios, es como mínimo un despropósito. Además, es innecesario. Vivimos en una sociedad patriarcal y heteronormativa. Ya sabemos de antemano las respuestas que el sentido común otorga a preguntas como esta. No hay nada nuevo bajo el Sol de Cuyo.

En este sentido pienso que hay cuestiones sobre las que sería mejor informar antes de preguntar. No hay que preguntar si los blancos son superiores a los negros. Se imaginan “queremos saber: ¿qué es un negro para vos?”. Los derechos civiles y la igualdad legal no pueden quedar librados a la tiranía de la mayoría. La caracterización de una minoría tampoco.

Las preguntas no son inocentes y no son solo preguntas. Si no me creen, remítanse al vídeo en donde Mirtha Legrand pregunta si un padre adoptivo homosexual puede violar a su hijo por sus “inclinaciones”. El preguntar a los televidentes algo implica que eso es cosa juzgable. Imaginen a un canal de televisión preguntando “¿qué es para vos la heterosexualidad?”. 

Muchas de las respuestas de los usuarios de Facebook parecían sacadas de tiempos prehistóricos. Pero los homófobos se excusan bajo el derecho a la libre expresión para destilar su odio. Todos tenemos derecho a opinar, a hablar, a debatir y a cuestionar. Sí, es cierto. Pero antes, todos tenemos derecho a vivir una vida sin violencia. El ejemplo que transcribo es solo un emergente de un sistema homofóbico. Es solo un caso de los muchos que se pueden citar. Escribo estas palabras desesperanzado, pero con el deseo irrefrenable de que este mundo cambie. Escribo porque es una de las maneras de la resistencia. Escribo también para los homófobos. Es irrisorio seguir padeciendo discriminaciones a causa de prejuicios antiquísimos. Nuestra vida es aquí y ahora, no disponemos de tiempo como para esperar que abandonen su homofobia. No somos docentes de ética y ciudadanía como para estar toda la vida dando lecciones, intentando que los homofóbicos cambien de parecer. La anatomía no es el destino. La geografía tampoco. Me niego a adoptar la solución que tantos homosexuales encuentran a la homofobia: el éxodo a la Ciudad de Buenos Aires, el elixir gay. Me niego rotundamente. No quiero que las provincias sigan expulsando putos. No quiero guetos. No quiero una Confederación Argentina de la homofobia. No quiero vivir en un país fragmentado. No quiero que un aglomerado homofóbico de provincias arrastre a los homosexuales a una Buenos Aires “homofílica”. No quiero una “Argentina profunda” que sea profundamente homofóbica. No es ese mi proyecto de país. Yo, como Benedetti, quiero que en mi país la gente sea feliz aunque no tenga permiso. Toda la gente, no solo los heterosexuales. Y en todo el país, no solo en su capital.

Pablo Torre
D.N.I.:37.517.915
Mendoza, Argentina.