Cuenta el escritor Manuel Vincent que, ya cerca de la muerte, el cineasta Luis Buñuel se confesó con ironía: "Lo ideal sería poder levantarse de la tumba cada 10 años, comprar el periódico, ver un informativo, enterarse de los últimos chismes, tomarse un Martini y volver al cementerio". Buñuel murió en 1983 y desde entonces no sucedió nada en las estructuras del fútbol mundial que mereciera el esfuerzo por salir de la tumba. Hasta ahora.

Fondos de inversión, jeques, aseguradoras, magnates, capitales de riesgo, casas de apuestas, multimillonarios, "equip private", ex políticos, banqueros y oligarcas... Muchos oligarcas sentados en el tablón. Todos piden el balón, algunos al pie, otros al pelotazo, al "pelotazo" financiero.

El universo de las altas finanzas ha olido la pieza y con la devoción de un sacerdote indecente sale en procesión a comprarlo todo.

Este deporte lleva siglo y medio de historia con nosotros, pero para el mercado global recién empieza a nacer. Los nuevos inversores centran el apetito en la gestión de recursos, lo llaman "gestión de futuros". El término no desafina, se asemeja bastante a los "contratos a futuros" de la Bolsa de Chicago donde las materias primas se comen, año a año, las goleadas inmorales de los especuladores.

El medio británico The Guardian calcula que el negocio directa e indirectamente, rondó los 45.000 millones de dólares. No hay deporte en el mundo que ofrezca estos resultados. Deloitte reconoce que la pieza huele bien, muy bien; aún en mercados donde el fútbol no deja de ser un pasatiempo prescindible. La agencia de análisis estimó en 500 millones de dólares el olfato del magnate californiano Egon Durban por el 10% del City Football Group, dueño entre otros del Manchester City de Guardiola.

La operación provocó que el mercado valorara al grupo, con sede en Abu Dhabi, en la friolera de 4.000 millones de dólares. Es tal el apetito desbocado y de dudosa transparencia del holding emiratí que la UEFA lo sancionó recientemente con dos años de suspensión por incumplir el "fair play" financiero. El jeque Mansur bin Zayed se queda temporalmente sin el caramelo de la Champions, pequeña golosina para un club-Estado empachado en numerosas irregularidades.

Suma y sigue

Desde Texas, Dan Friedkin, deslizó 800 millones sobre la mesa de la Roma. Desde entonces la ciudad eterna no concilia el sueño; el otro sueño, el de los tifosis, dicen que ya lo han comprado.

El siempre ilusionante Bayern Múnich se viste de Adidas, se mueve en Audi y se asegura en Allianz. En Baviera esperan, con lenta agonía, el zarpazo final de las multinacionales. El Mapfre AM Behavioral Fund ya cuenta con el 5% del Ajax y el 4,5% del Olympique de Lyon, equipos vendedores (esta temporada traspasaron a De Jong y De Ligt por 150 millones al Barça). La estrategia del capital de riesgo es rentabilizar recursos por encima de cualquier exigencia que no genere un negocio saludable, saludable en ventas, de títulos no hablan.

El heredero al trono de Qatar, Sheilk Tamin Bin Hamad, se hizo con el 70% del París Saint Germain con la retórica descuidada de un principiante. Su última "perla", filtrada por un dirigente disidente, desnudó su extenso pasado fenicio. "Toda camiseta sin vender es un gol en contra", sentenció en privado. El fútbol en las estanterías de los grandes almacenes.

La nueva oligarquía del balón se prepara para el asalto final predicando la necesidad de acometer elitistas "reformas estructurales". No lo esconden. El diablo que todos llevamos dentro, ellos lo llevan por fuera. La incertidumbre a una reestructuración del fútbol mundial se disparó al conocerse las negociaciones de Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, con la FIFA y el fondo de inversión CVC Capital Partens para crear una Superliga con los 20 equipos mas poderosos del planeta.

La indignación de la UEFA no se hizo esperar. Su joya de la corona, la Champions League, se vería abocada a su desaparición. Si la FIFA acepta el nuevo desafío, el fútbol como lo conocemos, se habrá convertido en un insólito consenso donde muchos equipos bailarán ebrios al borde del acantilado.

Los oligarcas lo saben, y la distancia entre sus expectativas y la realidad la recorren sin remordimientos. Para ellos lo que no son cuentas son cuentos, y poco a poco su ética de la razón se mimetiza paralela a la devastadora certeza de Dickens: "Dos ciudades, como en toda ciudad del mundo; una para el que llega con dinero y otra para el que llega como nosotros".

De regreso al cementerio, después de leer el periódico, repasar el informativo, consumir los últimos chismes y tomarse un Martini, Luis Buñuel reservaría con gusto un hueco en su tumba al fútbol que ya fue. El fútbol que se avecina, el de los mercaderes, codicioso y salvaje, seguirá a lo suyo: talonario en mano vendiendo camisetas.

*Ex futbolista de Unión y Vélez, campeón del Mundial de Tokio 1979.