DE REPENTE EL PARAÍSO 8 PUNTOS
It Must Be Heaven, Francia/Qatar/Alem./Canadá/Turquía
Dirección y guion: Elia Suleiman
Duración: 103 minutos
Intérpretes: Elia Suleiman, Tarik Kopty, Kareem Ghneim, Ali Suliman, Grégoire Colin, Gael García Bernal, Stephen McHattie.
“¿Usted es Brigitte?”, le pregunta una pareja de turistas japoneses en París a Elia Suleiman, que hace de Elia Suleiman en la última película de Elia Suleiman. Por las dudas que algún lector lo ignore, y dado que el nombre de pila se presta a confusiones, es conveniente aclarar que el señor Suleiman es un señor. La comunicación no es una cuestión sencilla en De repente el paraíso: el protagonista no habla, se relaciona con las cosas a la distancia y más de una persona se dirige a él en lenguas extranjeras, que no sabemos si Suleiman (el personaje) domina. Siempre tendió al mutismo el personaje de Suleiman (en Crónica de una desaparición, en Intervención divina, en El tiempo que resta) pero en esta ocasión ya directamente no habla, salvo dos o tres palabras intercambiadas con un taxista negro en Nueva York. Habida cuenta de que el taxista es tal vez el único personaje que demuestra un genuino interés por él, de allí podría empezar a tirarse del hilo que explicaría por qué el Suleiman de ficción se niega a hablar. Porque está claro que puede.
Como los films anteriores, De repente el paraíso es una suma de viñetas, cuya única conexión es que todas están protagonizadas por el propio Suleiman, que hace de un director de cine cuya película más reciente se llama… De repente el paraíso (It Must Be Heaven es el nombre con que se la conoce internacionalmente). En ellas Suleiman se pasea (por Nazareth, que es su ciudad, y también por París y Nueva York) o se asoma al balcón de su casa, y en todos los casos observa. En el más absoluto silencio. Se lo ve triste. Carga una muerte reciente, que no está el todo claro si es la de su madre o su esposa (la mudez del personaje a veces afecta también la comunicación con el espectador), y esa pérdida asoma a su rostro, aunque en otras ocasiones deja ver una característica mirada pícara. Suleiman (el personaje y el realizador se funden aquí) es como ese otro observador mudo que es el espectador de cine.
Entre las cosas que el personaje Suleiman observa sin abrir la boca hay un cazador tan imaginativo como dicen que son los pescadores, un grupo de choque (¿israelí?) que deja a un hombre herido, dos palestinos muy tradicionalistas que cuidan que su hermana no se alcoholice con pollo al vino blanco, un vecino que se apropia de su limonero, dos soldados que llevan a una prisionera. Todo ello en Nazareth. En París mira, claro, una sarta de chicas espectaculares (con la espectacular versión de Nina Simone de “I put a spell on you” como fondo), mucha gente andando en velocísimos monociclos del futuro (incluidos tres policías), un servicio de atención al indigente que incluye comida de avión pero no alojamiento ni rescate… y así sucesivamente. Un productor francés le explica muy amablemente que no puede participar de su película más reciente (que, se supone, es la que estamos viendo) porque “no es suficientemente palestina”, y en Nueva York Suleiman sueña que toda la gente anda armada hasta los dientes, incluyendo señoras con carrito y hasta niños.
Se podría imaginar que toda una línea de actores cómicos --Keaton, Chaplin, Harpo Marx y Pierre Étaix-- son parientes lejanos del personaje. Pero al que más se parece es a Jacques Tati. Tal vez por eso va a París. Se parece por el absurdo, por la mecanicidad de lo que lo rodea y por los largos planos fijos con que asiste a ello. Aunque el personaje Tati era un ser tan activo como lo es todo cómico, mientras que el personaje Suleiman es de una pasividad absoluta. Al punto de no responder a la pregunta sobre Brigitte, o a la larga y elaborada excusa del productor (tal vez el mejor gag de todos), o de ni siquiera defenderse cuando cree que los patoreros tal vez israelíes vienen a dársela a él. Como los anteriores, De repente el paraíso puede ser considerado un film cómico. Y también político. Aunque la película parecería no sentirse del todo cómoda en ninguna de esas categorías, y quizás por eso se busca un espacio de libertad en el que no hay obligación de ser ni cómico ni político. Un espacio que tal vez se parezca a un Estado que todavía no existe. Y que no se sabe si el día de mañana lo hará.