Doscientos muertos desde 1990. Ese es el número de las víctimas de la violencia de extrema derecha en Alemania. Los nueve asesinatos de ayer en los alrededores de Frankfurt han engrosado las cifras y han puesto en estado de conmoción a la nación germana. Sin embargo ¿debería sorprender que haya sucedido esta tragedia?
Desde hace varios años en Alemania están aumentado las expresiones ultraderechistas. No sólo existe un partido político como Alternative für Deutschland (AfD, Alternativa para Alemania) con un claro discurso del odio que polariza a la sociedad y azuza sentimientos racistas y xenófobos. También han surgido organizaciones antiinmigración como los Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (PEGIDA) o el Movimiento Identitario (Identitär Bewegung). Sus narrativas apuntan a generar miedo en la población y culpar de todos los males a los extranjeros. Su marco conceptual es la amenaza permanente.
En pos de sostener ese estado de crispación estos grupos propagan las teorías conspirativas, la desinformación y la manipulación de datos. Les brindan herramientas a los más extremistas para que profundicen su odio y posibilitan que las tragedias como la del miércoles se reproduzcan. Hace pocos meses sucedió algo similar en Halle, al Este del país. Y en esa misma región, hace pocas semanas, la oficina de un diputado federal amaneció baleada. Cabe destacar ese legislador es el primer diputado negro de Alemania.
El verdadero peligro
En este contexto los partidos políticos y sus dirigentes han tenido problemas para hacer frente a esta tendencia. Algunos han optado por una estrategia peligrosa: copiar ciertos elementos del discurso derechista para quitarle adeptos y recuperar electorado. El resultado fue desastroso. Estos partidos no sólo perdieron más votantes, sino que reforzaron a la ultraderecha. En otras palabras, iniciaron un proceso de normalización del discurso de la derecha radical.
El gran peligro de la normalización de la agenda y de las ideas de estos grupos es convertirlos en moneda corriente, es naturalizarlos, es legitimarlos. Y ese es el objetivo más importante de las fuerzas ultraderechistas en toda Europa.
La desesperación de los líderes de AfD por despegarse del trasfondo racista de los ataques del miércoles los deja expuestos. Saben que su comunicación y su accionar político conllevan consecuencias. No es posible establecer causalidad. Sin embargo, su contribución a fortalecer los valores e ideas que defienden extremistas de derecha, neonazis, nativistas, identitarios y Reichsbürger, entre otros, es evidente. En sus discursos despliegan teorías conspirativas que hablan, por ejemplo, de un plan internacional para “repoblar” Alemania con musulmanes. Incluso han calificado de “vergonzoso” el monumento a las víctimas del Holocausto ubicado en Berlín.
El desafío de Alemania, de su dirigencia y de sus ciudadanas y ciudadanos en general es posiblemente el más importante desde el fin de nacionalsocialismo. El primer artículo de su ley fundamental, el equivalente a una constitución, reza: “La dignidad humana es inviolable”. Esa frase sobre la que se asienta el espíritu de la República Federal de Alemania es opuesta a las ideas radicales y xenófobas que se ocultan detrás de la violencia ultraderechista. En la defensa de esa frase está la clave para que la sociedad alemana pueda impedir que esta epidemia ultra siga creciendo.
* Franco Delle Donne es Doctor en Comunicación Política por la Freie Universität Berlin. Es coeditor del libro Epidemia Ultra. La ola reaccionaria que contagia a Europa (2019, Independiente) y coautor del libro Factor AfD. El retorno de la ultraderecha a Alemania.