A lo largo de sus cuatro años de gestión económica, la alianza Cambiemos no hizo más que errar una y otra vez sus proyecciones, basadas en los manuales neoliberales. Los brotes verdes, la luz al final del túnel, el segundo semestre e incluso un surrealista tercer semestre fueron sus más populares pronósticos, pero hubo otros menos mediáticos, relativos al empleo, el PBI o las exportaciones, que también exhibieron un rotundo fracaso.

Uno de ellos estaba vinculado a la proyección de ganar competitividad, un eufemismo que en la lógica macrista significaba reducción salarial para así aumentar las exportaciones. Por eso, una de las primeras medidas tomadas por el macrismo fue una fuerte devaluación que redujo 6 puntos los salarios en 2016. Pese a ello, durante aquel 2016 las exportaciones se mantuvieron virtualmente estancadas, pues según el Indec nuestro país exportó bienes y servicios por 57.737 millones, solo 1,7 por ciento más que en 2015. Sin embargo, la recesión que introdujo al país la caída de la demanda interna implicó una baja del 6,9 por ciento en las importaciones (55.610 millones de dólares), lo que de todas formas implicó un superavit anual de 2128 millones de dólares, un resultado modesto si se tiene en cuenta que entre 1999 y 2015 el superavit fue la constante y solo hubo un año de déficit. 

Frente al claro fracaso en su política para alentar las exportaciones por la rebaja salarial, en un mundo que a diferencia de los noventa se cierra al comercio exterior, y atendiendo a que el 2017 era un año electoral, el gobierno giró su rumbo en 180 grados en diversos aspectos. En el caso del dólar, se apeló al atraso cambiario como en los últimos años del kirchnerismo pero sin regular las importaciones, a diferencia de lo que se hizo entre 2011 y 2015. 

El enorme costo, no percibido por la sociedad debido al frenético ritmo de endeudamiento, fue que mientras las ventas al exterior se mantuvieron estables, las importaciones aumentaron en un impactante 19,7 por ciento interanual, llegando a los 66.899 millones de dólares, lo que implicó el mayor déficit desde 1994, es decir 8471 millones de dólares. El triunfo electoral en las legislativas de 2017 y el lubricado financiamiento para saldar los saldos negativos en el frente fiscal y el comercio exterior llevó a Cambiemos a proyectar la posibilidad de sostener este modelo en el tiempo para fortalecer su hegemonía política, lo que en los hechos propició que, sumada a la sequía del campo, el primer semestre de 2018 fuera el peor de la historia argentina en el comercio exterior, con un déficit de 5101 millones de dólares

Para entonces, los mercados financieros globales, a los que la alianza Cambiemos había sellado el destino de los argentinos, ya habían dejado de confiar en un gobierno que no solo había hecho añicos todas sus proyecciones macroeconómicas de equilibrio fiscal, balanza comercial, crecimiento y baja de la inflación a un dígito, sino que, fundamentalmente, usaba sus préstamos de forma descontrolada, con el solo objetivo de sostenerse en el poder y propiciar la fuga de divisas por parte de las élites

El resultado fue la repentina falta de financiamiento para sus experimentos macroeconómicos y la consiguiente cesión del timón de la economía al FMI, lo que en los hechos demostraba su incompetencia para conducir el destino económico de los argentinos. A partir de ese momento, el gobierno se transformó en un gestor de un verdadero programa neoliberal impuesto por el FMI, que como bien es sabido persigue un shock estabilizatorio de la macroeconomía a costa de minar los derechos del grueso de la población. Si bien también allí fallaron varias proyecciones, para fines de 2018 la suba del tipo de cambio de un ciento por ciento sumado a la profunda recesión que se generó a partir de mediados de ese año se tradujo en la esperable disminución del déficit comercial, que cerró 2018 con un rojo de 3823 millones de dólares, es decir un 54 por ciento menos que el de 2017. Como era de esperar, dicho déficit se transformó en superavit al año siguiente, el mayor desde 2009, ya que totalizó 15.990 millones de dólares. Y es que en base al programa del FMI, la aguda recesión llevó a que las importaciones registraran una baja del 20 por ciento. En cambio, los salarios perdieron cerca de 12 puntos aquel 2019 pero las exportaciones solo subieron un 5,4 por ciento y mayormente por el fin de la sequía y las ventas de productos primarios, que aumentaron un 25 por ciento.

Dicho resultado se ajusta a los esquemas de los denominados “ciclos cortos” o de “stop & go” vinculados a los tradicionales programas de estabilización del FMI, que incluían fuertes devaluaciones que propiciaban una transferencia de recursos de obreros y pymes al campo y grandes industriales exportadores. La mejora en la balanza comercial se explica por la caída de importaciones debido al menor poder de compra de trabajadores y pequeños empresarios, así como mayores ventas al exterior debido a la mejora en los términos de intercambio, fundamentalmente para el sector concentrado agroexportador.

Así, uno de los pocos logros de la alianza Cambiemos fue obtenido no solo pese al fuerte sufrimiento que imprimió a la población, sino debido en gran medida a la cesión del manejo económico al FMI, abandonando todo proyecto de sustentabilidad social y política. Se trata, igualmente, de una plataforma de despegue que si es acompañada por la crucial reestructuración de la deuda que está llevando a cabo el gobierno, podrá acompañar un nuevo período de crecimiento en base a un programa que sí cumpla con sus proyecciones.

@JBlejmar