El cine argentino sigue pisando fuerte en la 70º edición de la Berlinale. Dos films de producción nacional forman parte de la sección Panorama en la muestra alemana. El que abrió esa competencia paralela a la oficial fue Las mil y una, dirigido por la correntina Clarisa Navas, que transcurre en un suburbio de Corrientes capital. Navas eligió para su opus dos una temática LGBT, tras su ópera prima, Hoy partido a las 3, una aguda mirada al fútbol femenino. En tanto, Francisco Márquez debuta como director solista con Un crimen común, film anclado en la vivencia de una académica tras un caso de gatillo fácil de la policía, que se exhibirá más cercano a la fecha de clausura de la Berlinale. Márquez fue el codirector de La larga noche de Francisco Sanctis, junto a Andrea Testa, que fue parte de la sección competitiva Un Certain Regard del Festival de Cannes 2016.
“Siempre es una alegría que la película se vaya a estrenar en un festival tan importante, básicamente porque eso le da mayor visibilidad”, comenta Márquez en la entrevista con PáginaI12, de la que también participa Navas. “Al igual que a Fran, me dio mucha alegría la noticia. Fue algo muy particular para mi región y es la primera vez que una película de mi provincia llega a un festival como el de Berlín”, dice la directora. Márquez no cree que un film “sea mejor o peor por estar en un festival, sino que una muestra de estas características permite que tenga mayor difusión, sea más visto y que se abran un poco las fronteras del territorio nacional para que pueda ser exhibida. También es un reconocimiento al trabajo y eso da mucha alegría”, se entusiasma.
"Estas ventanas permiten legitimar ciertos trabajos -retoma Navas- y en mi caso eso me conflictúa porque pienso que mi trabajo se legitima en Europa cuando es algo muy local. A veces, ese es el lugar al que hay que llegar para que después sea aceptado en mi provincia algo que, en cierta medida, es disruptivo, por las disidencias y por todo lo que trata. Siempre hay una lógica de conflicto, pero obviamente estoy contenta con la noticia”.
Amor y despertar en los márgenes
En Las mil y una, Iris conoce a Renata, en unos monoblocs de la capital de Corrientes, y se siente atraída de manera inmediata e inexplicable por ella. La nueva presencia de Renata incomoda a todos y los prejuicios se expanden. Ante la hostilidad, las dos chicas y su pequeño grupo de amigos son la extraña resistencia que convierte a esas arquitecturas deterioradas en testigos, pero también en trampas peligrosas, y sus encuentros son una luz fuerte en medio del oscuro vecindario. “La idea partió de muchas experiencias personales, de una forma de estar, existir, que tiene que ver con la disidencia en la periferia”, afirma Navas. “Hace mucho tiempo siento la inquietud de que, en algún punto, hacen falta imágenes que trabajen entre las cuestiones que tienen que ver con el ser disidente en los márgenes. También surge por lograr, encontrar una forma posible de escuchar ciertos problemas que tienen que ver con la adolescencia, con ese momento del comenzar a asumir ciertas maneras de estar. Y creo que es algo no muy explorado en relación a la periferia específicamente, que es el lugar donde me interesaba trabajar”, plantea la cineasta.
-¿Por qué pensaste que la historia debía suceder en Corrientes, más allá de que vos vivís allí? ¿Influyó la locación principal que es el epicentro de la historia?
-Defiendo hacer cine en las regiones, principalmente porque soy de ahí y porque tampoco se me ocurren otras cosas que no tengan que ver con un pensamiento situado y con los problemas situados que pertenecen a una comunidad. En ese sentido, en Corrientes y en ese barrio específico, porque es el barrio donde me crié y también porque la clase media-media baja que pertenece a estas grandes barriadas que se construyeron en la Argentina a fines de los '80, donde se dirimieron las periferias separadas de los centros, son lugares donde prácticamente no están en imágenes. Es un barrio de la periferia de Corrientes capital. Se llama Las Mil y es uno de los barrios más grandes y populosos de Corrientes.
-¿El edificio es algo así como el Elefante Blanco del conurbano bonaerense?
-No tanto. Son barrios hechos por los gobiernos. En el caso de Corrientes, fueron el resultado de planes de vivienda que se hicieron en un momento dado para albergar un montón de familias. Y hoy en día albergan una gran mezcla de clases. Lógicamente, hay un montón de problemáticas específicas que tienen que ver con la periferia, pero no se podría decir que es tan similar al lugar que mencionás.
-¿Es un relato de iniciación?
-Tengo mis dudas cuando se habla de relatos de iniciación porque para mí hay algo de una expresión sensible. Puede ser un momento de la vida de empezar a descubrir, pero va mucho más allá de eso, porque es un estado presente de problemas de una comunidad, más allá de la edad a la que pertenecen. Atraviesan un montón de problemas y de cuestiones que están invisibles.
-¿Trabaste con actores y actrices profesionales?
-Sí, la mayoría son actores profesionales, algunos licenciados de la Universidad Nacional de las Artes en Buenos Aires, pero son de Corrientes. La coprotagonista, Ana Carolina García, que es licenciada, había actuado en mi película anterior, y varios de los chicos también. Hay mucha gente formada en la región. La protagonista, Sofía Cabrera, nunca había actuado, pero me interesaba su posibilidad y su capacidad de producir presencia, porque creo que la actuación se trata de poder estar presente, que es algo muy difícil y que muchas veces ninguna formación lo da. También hay mucha gente del barrio que se sumó, pero es un trabajo bastante mixto.
-¿Crees que hay una apertura a nivel social que facilita que haya películas con una relación lésbica o todavía hay prejuicios? ¿Cómo observás el tema en relación a tu provincia?
-Hay una gran apertura en la Argentina. En el último tiempo hemos visto mucho cine que protagonizan las disidencias. Pero me parece que cada provincia y que cada localidad es específica en sus formas y abordajes de los problemas. Siento que en Corrientes falta un montón de trabajo. Es muy diferente cómo se vive en Corrientes que cómo se vive en Buenos Aires. Y, en ese sentido, es una pregunta la recepción que va a tener en mi provincia. Allá es un factor de problema. De hecho, a muchos chicos los padres no los han dejado actuar porque la película iba a tratar sobre ciertos temas y entonces no quisieron que estuvieran.
-¿Te interesa particularmente el tema de la adolescencia?
-Sí, me interesan los temas de la adolescencia y de la juventud porque siento que es un momento muy crucial ya que la posibilidad de los encuentros puede llegar a cambiar la trayectoria a una vida. Son momentos de tanta fragilidad que muchas veces se subestiman.
El gatillo fácil y la culpa
Elisa Carricajo, integrante del grupo teatral Piel de Lava, se luce componiendo a Cecilia en Un crimen común. En la ficción es una profesora de Sociología en la Universidad. Una noche de tormenta, Kevin, un joven pobre, hijo de su empleada doméstica, golpea desesperadamente en la puerta de la casa donde Cecilia vive con su pequeño hijo. Aterrorizada, ella no abre. Al día siguiente, el cuerpo de Kevin aparece flotando en el río, asesinado por la policía. Cecilia comienza a sentirse perseguida por el fantasma del joven. Perturbada, ella trata de olvidarlo y seguir con su vida, pero no es tan sencillo.
“El origen de la película fue madurando por hechos de la realidad que tienen que ver con estos pibes que son asesinados por las fuerzas policiales y represivas del Estado”, relata Francisco Márquez. “Y la pregunta es cómo uno desde el lugar de tratar de pensar la realidad, reflexiona sobre esos hechos y se vincula con eso que ocurre cotidianamente. Después, en la escritura fue un proceso más anárquico e inconsciente, donde fue apareciendo la película, pero creo que el origen tiene que ver con la sensibilidad en función de esos casos concretos y cómo me afectaban a mí”, agrega el realizador.
-¿Por qué elegiste a Elisa Carricajo?
-La conozco por su trabajo y sé de la capacidad que ella tiene como actriz. Después, fue juntarme con ella a conversar. Lo más importante con ella, y con todos los actores y las actrices de la película, era cómo ellos comprendían cabalmente el conflicto que se estaba trabajando. Más que nada, la elección con Elisa y el trabajo posterior con ella fue de conversación, de charlar sobre su personaje y sobre cómo se vinculaba con ese conflicto que la estaba atravesando. A partir de ahí, fue construir un personaje que es diferente a Elisa, pero que ella podía hacer desde una experiencia propia. Y también con toda su capacidad técnica como actriz para resolver.
-¿La película sería el recorrido interior de la protagonista frente a lo sucedido?
-Sí, básicamente es eso. Una vez que ella no le abre la puerta a este joven que está pidiendo ayuda y a ella le da miedo porque no sabe qué está ocurriendo, es un proceso lo que le ocurre pero también cómo repercute en su entorno. Ella tiene una vida académica, está por tener un cargo de mayor prestigio y posición. A partir de ese hecho, se empieza a poner en cuestión cómo ella se vincula con ese mundo académico, cómo se vincula con su hijo, cómo su ser en el mundo es afectado por esa situación. Es como si ella no pudiera seguir su vida a partir de eso. Su vida tiene un sentido, una razón que ella puede explicar racionalmente, y hay un hecho que atraviesa todo eso y lo hace estallar. La película la agarra en ese momento en el que ella no está pudiendo acomodarse ni encontrar su ser en el mundo.
-¿Qué lugar ocupa la culpa en esta mujer?
-La cuestión de la culpa es algo que está en la película. Sin embargo, a mí me importaba más problematizar la relación de la academia y la realidad. Después, todas las interpretaciones son posibles. Hay una frase que le da sentido al título de la película: “Nuestra cultura es un crimen cometido en común”. La cita el sociólogo Eduardo Grüner en un texto de Freud. No por esta cuestión medio reaccionaria de que todos somos culpables porque si fuera así nadie sería culpable de nada y el poder quedaría exento, sino por la idea del desgarramiento de clases que se vive. Ese pensamiento y la reflexión intelectual están atravesados por ese dolor concreto que infringe el capitalismo. El título está relacionado con esa frase. En realidad, era Un crimen en común. Pero así era una posición de juzgamiento al personaje, algo que la película nunca hace. Por eso, es incómoda, porque el personaje podría ser uno tranquilamente. En ese momento en que ella no abre la puerta no es que uno diga: “¡Qué mala persona!”. Es confuso, da miedo, uno tiene construcciones internalizadas sobre una serie de cuestiones. Probablemente, uno está con su hijo ahí y esa situación lo pone a uno incómodo. Un crimen en común era juzgar al personaje. Sin embargo, Un crimen común trabaja sobre la doble acepción: la idea de un crimen habitual, que pasa todo el tiempo porque las fuerzas policiales están todo el tiempo matando chicos.
-Si bien son películas distintas, ¿se puede decir que hay una relación entre La larga noche de Francisco Sanctis y Un crimen común en cuanto a que los personajes principales tienen un dilema ético por resolver?
-Sí, hay puntos de contacto. Y hay algo de lo indecible en el personaje de Elisa Carricajo: Cecilia no lo puede decir. Una persona que trabaja con las palabras no lo puede decir porque decir eso la desarmaría, le quitaría sentido a todo lo que hace. Pero hay un vínculo entre las dos películas, aunque son personajes distintos. El personaje de La larga noche de Francisco Sanctis era un asalariado, más de la clase trabajadora. Si bien hoy un docente también es un asalariado, Cecilia, en Un crimen común, tiene un trabajo intelectual. Creo que van por otros carriles. La larga noche... era una película sobre el compromiso, y ésta es sobre el pensamiento y la acción.