La misión del Fondo Monetario Internacional mostró la semana pasada una dosis de pragmatismo. Desde 2018, el organismo planteaba que era necesario apurar las políticas de ajuste fiscal para asegurar el repago de la deuda con el superávit del presupuesto. Pero en su última visita a Buenos Aires, el diagnóstico fue totalmente distinto. Reconoció que apostar únicamente a tener superávit podría ocasionar nuevas tensiones económicas sin garantizar una solución definitiva para el desequilibrio de la deuda.
Las palabras de los técnicos del Fondo fueron ampulosas. “Nuestra visión es que el superávit primario que se necesitaría para reducir la deuda pública -y la necesidad de financiamiento bruto a niveles consistentes con un riesgo de refinanciamiento manejable y un crecimiento del producto potencial satisfactorio- no es económicamente ni políticamente factible”. La esencia de este mensaje es sencilla: el ajuste fiscal en medio de la recesión es contraproducente para salir de la crisis de deuda.
Los consultores del mercado intentaron ponerlo en números. La Argentina necesitaría tener casi tres puntos de superávit fiscal para poder mantener constante en el mediano plazo una deuda que paga cupones cercanos al 8 por ciento. La forma de calcular la cifra (o sea el nivel de superávit consistente con el repago de la deuda) se hizo en línea con los análisis de sostenibilidad del FMI. El organismo cuenta con una guía publicada en 2013 para hacer este tipo de test. Las consecuencias de intentar llegar a un superávit de 3 puntos del Producto serían caóticas para la economía y la población. La estrategia potenciaría los problemas de crecimiento, ingresos, ocupación y desgaste del bienestar de la población que se acumularon en los últimos años.
El FMI terminó dándole el visto bueno al equipo económico, que a partir de diciembre planteó que reforzar el ajuste fiscal en medio de esta crisis no ofrecía ninguna solución al desorden de la deuda argentina. Se necesita otro camino. En su primer discurso público, el ministro de Economía, Martín Guzmán, pronunció una frase en ese momento pasó desapercibida pero que ahora explica gran parte del cambio de lectura del Fondo. Guzmán aseguró que desde mediados de 2018 se había aplicado un plan de recorte de las cuentas públicas para recuperar la sostenibilidad de la deuda sin el aval de la evidencia empírica. En estudios internacionales, investigadores encuentran que la probabilidad de un país de recuperarse de una crisis de deuda aplicando políticas de ajuste es baja. En la mayoría de antecedentes se observa que que estos programas no solo no resultan exitosos sino que y agregan presiones macroeconómicas a las ya existentes.
La pregunta que se hacen los inversores tras las declaraciones de la visita del Fondo es intuitiva. ¿Si no es con el superávit fiscal, cómo se piensa garantizar el repago de la deuda? Una de las posibilidades es a partir de reducir los cupones que se pagan por los bonos (quita de los intereses). No es lo mismo para una economía que puede crecer al 2 o al 3 por ciento por año financiarse al 8 que financiarse al 4 por ciento. La otra posibilidad es reduciendo el monto de capital o alargando los plazos del repago (cambiando la estructura en la que se pactaron los vencimientos de los títulos).
La negociación que se llevará adelante en las próximas semanas puede incluir una combinación de estás alternativas. El escenario no es el ideal para los fondos de inversión internacional. Tienen incertidumbre respecto de la combinación que el equipo económico considera necesaria para recuperar la sustentabilidad. La semana pasada, tras las declaraciones del Fondo, el riesgo país volvió a trepar a casi 2100 puntos y tanto los bonos de corto como de largo plazo en moneda extranjera volvieron a marcar rojos.