Desde Barcelona

UNO Casi lo primero que se escucha en la película es lo primero que se lee en el libro: “Últimamente han pasado cosas reales". En la película se lo oye con la voz en off de Anne Hathaway y en el libro se lo ve con la gramática inmediatamente reconocible y en primerísimo plano de Joan Didion.

El libro y la película se llaman igual: The Last Thing He Wanted (traducido con menos pragmatismo y más romanticismo como Su último deseo). Y --suele ocurrir-- el libro es mejor que la película. Pero la película dirigida por Dee "Mudbound" Rees no está nada mal (es decir: no tiene la culpa de ninguno de sus males) porque el libro no sólo está muy bien sino que, además, es un libro de Joan Didion. Así, queda claro que lo de Rees lleva y trae todas las de perder desde la línea de partida y su meta acaba siendo la más digna y honrosa de las derrotas: porque, sin prisa, a Didion se la lee para verla. En cine, apenas se la mira de reojo. Rodríguez lo hizo el viernes pasado, en estreno de Netflix. Y ahí estaba Hathaway logrando un aire inequívocamente didionesco para el personaje y escondiendo casi todo el tiempo su mirada detrás de gafas de sol. Igual que Didion, quien jamás ocultó su propensión a la inestabilidad y al temblor existencial y al ahora la ves y ahora no la ves aunque --más vale saberlo-- detrás de estos cristales oscuros sus pupilas son maestras a la hora de verlo todo.

DOS Se sabe que Joan Didion es una gran escritora de frases tan breves como contundentes y perfectas. Frases imposibles de filmar y que, por lo tanto, obligan a muchos cambios para el guión de una película tan respetuosa como traicionera del material original. Así también, para definir y delimitar lo de Didion, basta con un puñado de líneas rectas como flechas que dan en el blanco con esa prosa como envasada al más absoluto de los vacíos pero que lo contiene todo. Rodríguez --fan confeso-- subrayó las siguientes que, seguro, podrían ser tantas otras. La observación/confesión en su entrevista en The Paris Review de que buena parte de su modus operandi pasa por el "jugar" con una "tercera persona cercana" a la hora de narrar a alguien aclarando que "por tercera y cercana no me refiero a una tercera persona omnisciente sino muy próxima a la mente del personaje". O eso de "La consciencia del organismo humano viaja en su gramática".

Obedeciendo a todo lo anterior, Su último deseo (última novela suya hasta la fecha, publicada en 1996, recién ahora traducida al español y, según propia admisión de Didion, la última ficción que escribirá) es gramática pura y cercana. Y narra desde el más íntimo y entrometido de los afueras la peripecia de la corresponsal Elena McMahon. Y tiene como telón de fondo la centrifugación huracanada de "cosas reales" yendo desde un magnicidio presidencial en Dallas '63, pasando por Vietnam y las sucesivas black-ops de la CIA, hasta el affaire Irán-Contra en 1984.

La puesta en escena evoca e invoca a maniobras ya realizadas por Joseph Conrad o Graham Greene o Robert Stone (y, más recientemente y después de ella, por Denis Johnson o Michael Ondaatje o James Ellroy); pero el procedimiento y la cadencia y el fraseo es 100% Didion. Aquí, de nuevo, una suerte de sonambulismo opiáceo. Aquí, otra vez, el Método Didion para fundir una realidad irreal con lo más verosímil que puede aportar una ficción. En dirección opuesta pero en el mismo sentido con el que erigió formidables crónicas en las que la alguna vez neo-periodista Didion se deslizó como una aristócrata entre freaks y hippies y psychos y políticos corruptos (y que --si se trataba de premiar ese género-- son, para Rodríguez, tanto más merecedoras de ese Nobel que fue a dar a la des/grabadora Svetlana Alexievich). Aquí una/otra de sus líquidas y turbias tramas que ondula y sisea y que, en más de un momento, no le hará ningún bien o gracia a más de un habitante y claro poco lector de la República de Netflix.

McMahon --mujer marca Didion: invulnerablemente frágil-- es de mediana edad, está divorciada de un magnate petrolero, tiene dinero y de pronto es convocada por su desmadrado padre agonizante quien le comunica el último deseo del título. Y, sí, honrarlo va a meter a McMahon en problemas, pero lo cierto es que se aburre mucho. Así que... Y como sus anteriores heroínas de novela --como Lily McClellan en Río revuelto, como Maria Wyeth en Según venga el juego, como Grace Strasser-Mendana en esa cumbre que es Una liturgia común, como Inez Christian en Democracia-- Elena lo deja todo en el nombre de algo que no sabe muy bien qué es o qué será y, sea lo que sea, primero Miami y luego Costa Rica y después una isla sin nombre. Y por ahí el quiet american y diplomático Treat Morrison. Y Elena observada por Didion como espécimen curioso con la ayuda de algo que es mitad microscopio y mitad telescopio: El Rayo D que observa mucho más profundo que el rayo x.

TRES Los últimos años han sido para Joan Didion tan complejos como los de sus personajes. Muchas cosas reales. Ahí están los best-sellers autobiográficos sobre el crepúsculo de su familia más próxima El año del pensamiento mágico y Noches azules, la medalla de manos de Obama, la obra de teatro de éxito, la inclusión en vida de lo suyo en la canonizadora Library of America, el elegante y acaso demasiado comprensivo con sus "particularidades" documental también en Netflix (The Center Will Not Hold, a cargo de su sobrino Griffin "After Hours" Dunne) y la mucho más exhaustiva e indiscreta The Last Love Song: didionista biografía de Tracy Daugherty. De este modo, su perfil público y true-story han opacado un tanto a su costado estrictamente narrativo. Por lo que Su último deseo (el deseo de Rodríguez es que la película lleve al libro) es una nueva oportunidad para cumplir con su magistral gramática, con sus apasionantes juegos, con esa cosa tan real que es su genio.

CUATRO Si fuese tan tonto como para tener Twitter y tan proclive a falsear su realidad como para pasársela tweeteando, Rodríguez no dudaría en extirpar frases sueltas y perfectas a la sintaxis de Joan Didion para hacerlas pasar por suyas y así mejorar a esa tan mal redactada gramática de la consciencia del organismo humano viajando hoy de una pantallita a otra. Ráfagas de relámpagos, destellos de sombras. Cosas como "La vida cambia en un instante. Te sientas a comer y la vida que conocías se acaba de repente" o "Todos sobrevivimos más de lo que creemos poder" o "La información es control" o "El tiempo es la escuela en la que aprendemos. El tiempo es el fuego en el que nos quemamos" o "Liberarnos de las expectativas de los demás, volver a nosotros mismos, ahí descansa el genial y singular poder del autorrespeto" o "La memoria se desvanece, la memoria se ajusta, la memoria se conforma a lo que pensamos que recordamos" o "Nos olvidamos muy pronto de las cosas que pensamos que nunca podríamos olvidar" o "Escribo para darme cuenta de lo que estoy pensando, de lo que estoy mirando, de lo que veo y lo que significa: lo que quiero y lo que temo" o el su ya clásico casi mantra: "Nos contamos historias a nosotros mismos para poder vivir".

Historias como cosas reales.

Cosas gramaticalmente conscientes y humanas y reales.