Los ciclos de endeudamiento en la historia argentina reciente han compartido rasgos comunes. El más mencionado es el de la insustentabilidad, que nos ha llevado a que cada uno de ellos termine en una crisis de deuda y su consiguiente reestructuración (1989, 2001, 2019). Pero otro aspecto compartido ha sido su funcionalidad: en los tres casos las divisas que ingresaron al país no fueron utilizadas para fines productivos ni sociales sino que han sido fuente de financiación de intensos procesos de fuga de capitales. Por eso no llama la atención que el endeudamiento descontrolado haya sido coincidente con la desregulación financiera y del movimiento de capitales.
El daño que estos ciclos han producido en la economía argentina es monumental en términos de destrucción de tejido productivo y de empobrecimiento de la población. La fuga de capitales tiene un impacto negativo por dos razones: por un lado genera falta de las divisas necesarias para el crecimiento de la economía argentina y evitar crisis en el sector externo. Por el otro, debilita el proceso inversor, ya que obviamente el origen de la fuga radica en ganancias y capital no reinvertido en el país.
En el caso reciente, mientras la Argentina aumentó su stock endeudamiento en moneda extranjera en 103.808 millones de dólares entre 2016 y 2019, salieron de la economía 93.667 millones de billetes verdes. Es decir que un equivalente a 9 de cada 10 dólares que entraron por una ventanilla, salieron por otra. Este dato contundente alcanza para comprender que estamos frente a un problema serio, que requiere una explicación detallada, un debate y una resolución de cara a la sociedad argentina.
Como estos ciclos se han repetido en tres oportunidades en los últimas cuatro décadas, es evidente que no estamos frente a un problema coyuntural o una mala praxis de un gobierno particular. Incluso en situaciones en donde la Argentina no se ha endeudado, la fuga de capitales ha operado financiándose del saldo favorable del comercio exterior.
Sin embargo, cuando la salida de dólares se financia con deuda, el daño es doble. Por un lado el país pierde las divisas fundamentales para desarrollarse y por otro debe pagar una deuda insostenible que recae en el conjunto de la sociedad, pese a que la gran mayoría de sus habitantes no fugó un solo dólar ni se benefició de los empréstitos asumidos.
Para abordar este tema con rigurosidad se requiere una investigación a fondo por parte del Congreso de la Nación, que podría realizarse a través de una comisión especial. Necesitamos saber exactamente quiénes protagonizaron la fuga, cómo lo hicieron, por qué los funcionarios de turno lo permitieron (y/o lo incentivaron) e incluso el propio FMI lo avaló mediante los sucesivos desembolsos. Establecer responsabilidades y eventuales irregularidades. Pero el objetivo principal de esta investigación no es mirar hacia atrás, sino hacia adelante.
Necesitamos, por sobre todas las cosas, evitar que la Argentina vuelva a pasar por estos ciclos de sobreendeudamiento. Para eso, se requerirá discutir seriamente nuevos mecanismos de regulación financiera, límites a las capacidades de endeudamiento en moneda extranjera por parte del Poder Ejecutivo, e incluso instrumentos efectivos para repatriar fondos necesarios para poner a la Argentina de pie.
*Economista y diputado nacional.