El recambio de autoridades en los medios de gestión estatal disparó, luego de años de silencio o complicidad, algunos de los habituales cuestionamientos de los que fueron objeto en periodos anteriores. Los medios del Estado son, en Argentina como en buena parte de la región, imperfectos, por lo que una dosis regular de crítica desde la prensa, la política o la academia es deseable y necesaria. El peligro radica en confundir el saludable escrutinio público con campañas deliberadas destinadas a erosionar su legitimidad en favor de quienes aspiran a un sistema de medios estatales mínimo y marginal, tal la senda emprendida por la gestión que acabó en diciembre.

El fortalecimiento inédito del sistema de medios estatales durante el periodo 2006-2015, que incluyó desde la creación de nuevas señales, recambio tecnológico, mayor institucionalidad y el diseño de un proyecto artístico-comunicacional que se sostuvo durante años, quedó eclipsado en su análisis por el evidente uso gubernamental de los segmentos periodísticos de opinión y debate de la programación, con especial y obsesivo énfasis en un ciclo en particular. En este razonamiento, el uso gubernamental de los medios estatales los debilitaba al desprestigiarlos, allanando camino al dominio de los privados comerciales.

Este cuestionamiento, propalado con intenciones diversas durante los gobiernos kirchneristas, se basaba en un supuesto liberal según el cual si el sistema de medios ha de servir a una sociedad plural debe estar quirúrgicamente separado de la política partidaria y conducido por profesionales neutrales, en lo posible no vinculados a la militancia. La demanda por una neutralidad equidistante para leer las situaciones de la actualidad desde los medios del Estado y el sometimiento de la gestión de estos medios a listados de requisitos diseñados como tipos ideales que les otorgan o niegan el estatus de medio público, dio lugar, en particular desde 2008, a un deporte académico y periodístico que consistió en vigilar y castigar a los medios de titularidad estatal casi tanto como en los años 90´s cuando fueron humillados y confinados en la insignificancia.

Este hecho representaba una paradoja porque, en defensa de una supuesta televisión de calidad se criticaba alternativamente y casi con la misma ferocidad la intervención estatal que asignó a los medios públicos un perfil comercial y marginal, como aquella que años más tarde los convirtió en el centro de un intento inédito por reformular el sistema mediático del país. En todo caso la televisión de calidad no existe, sino ejemplos concretos de programas “de calidad”, y en esta materia, la nueva relación entre Estado y medios que tuvo lugar hasta 2015 fue más que prolífica, habiendo dado lugar a ciclos notables que se alzaron con premios internacionales, gran aceptación por parte de la crítica y las audiencias.

La etapa que se inaugura encuentra un sistema de medios estatales debilitado y disminuido, no por causa del excesivo oficialismo en sus informativos (aunque también hubo de eso), sino, más peligroso aún, como resultado de la decisión política de reducirlos a su mínima expresión. Volver a jerarquizarlo esta vez no contará con los recursos y posibilidades que brindaba la bonanza económica de otros tiempos. Sería deseable que cuenten al menos con un seguimiento crítico con mejor puntería.

* Becario Conicet UNQ/UNC. Magíster en Industrias Culturales. @skielrivero