Si existió alguien capaz de cumplir a fondo con el dicho “genio y figura hasta la sepultura”, allí está Lohana Berkins en las primeras páginas de su flamante biografía encargando su propia mortaja: “Buscame una camisola blanca para que me vistan ese día, que no sea de hombre ni de mujer”. Redactando su testamento político donde la palabra "amor" se toca con la palabra "furia" sin que ninguna de las dos pierda potencia, y comandando sus funerales con el mismo rigor con que en los capítulos siguientes patrullará la zona roja de Palermo para divulgar derechos entre las compañeras, convencer a las chicas de no pagar más coimas a la policía, o hacer sus tejes para que la ley de identidad de género se redacte con la pluma de sus beneficiarixs directxs. “Que me velen a cajón abierto y quiero que haya velitas para la virgen y música, pero que sea suave, que me velen en la Legislatura. Tengo derecho porque soy ciudadana ilustre. Hablen con las maricas de ahí, ellas conocen el teje.”  Dicho y hecho. “No puedo parar de luchar”  dice como disculpándose cuando las amigas le transmiten el deseo de pronta recuperación que le manda Paul Preciado, aunque en realidad se está dando máquina: “Díganle a Paul que gracias, pero a ver si alguna vez escribe sobre nuestros cuerpos latinoamericanos, porque mucha testosterona, pero sobre la pobreza y la crueldad, nada.”

El capítulo "Su propia trava" con el que abre este monumental y sutil trabajo de Josefina Fernández tiene el sello de la melancolía, el tono de voz de Lohana Berkins y el ritmo de Esperando la carroza: finalmente el hombre de la funeraria al que le tocó “prepararla” se aparece días después con un poema donde ensaya un mea culpa colectivo mientras lo que deja demostrado es que el carisma de Lohana era capaz de atravezar el rigor mortis. 

Pero atención: comenzar esta historia de resistencia por el relato de los últimos días no es un golpe bajo aunque nos haga llorar, sino parte de una estrategia poética y política. En la vida de Lohana, como en casi ninguna, todo hito es paradojal y lo que se supone un final es un efecto prolongado entre quienes la conocieron y en quienes no nacieron todavía.  Ese sinfin que también anuncia el poema de Gloria Anzaldúa elegido como epígrafe: “Estás herida, perdida en acción muerta, resistiendo.” 


NI CUALQUIER GENIO NI CUALQUIER FIGURA

La figura que va delineando La Berkins. Una combatiente de frontera coincide con aquello que Julia Kristeva caracteriza como el “genio femenino” en su trilogía sobre figuras excepcionales del siglo XX (Colette, Melanie Klein y Hannah Arendt).  Nada que ver con bruja, santa o musa, este genio contemporáneo se distingue por su audacia, su habilidad para destripar mandatos y por reutilizar el contratiempo como materia prima. Pero por sobre todas las cosas, porque logra incidir en el pensamiento de una época a través de lo que hace con su vida. Esta biografía, planificada a conciencia por ella misma, es parte de un proyecto político con base en lo personal. A Lohana le preocupaba ese anaquel vacío de la bibliografía trans que recién en estos últimos años empieza a armarse con la literatura de autoras como Camila Sosa Villada, Marlene Wayar, Naty Menstrual y más. Y en esas preocupaciones Josefina Fernández no ha sido un mero paño de lágrimas sino una pluma de reserva:  “Porque si vos querés ser feminista, ¿qué hacés? Agarrás cinco libros y tenés todos los feminismos que hay y hubo en la historia. Elegís uno o elegís otro. Y si querés saber de la clase obrera, pasa lo mismo. Ahora, una niña travesti ¿qué? Tiene la puta, tiene a Florencia de la V y nos tiene a nosotras, bien reducido tiene el mundo.”  

¿Cómo se conocieron ustedes dos?

Yo ya sabía de ella, pero la vi por primera vez a mediados de los 90 en una marcha por el aborto. Conversamos, le conté que estaba llegando tarde porque venía de análisis, ella me contó que justo le había hecho un planteo a su psicóloga porque consideraba que había inequidad en el trato analista/paciente. “Al final vos sabés todo de mi vida y yo de vos no sé nada. Vos podés influir en mi, hacerme testigo de Jehová o quien sabe qué.” La psicóloga le había contestado algo así como “claro, porque es tan fácil influirte a vos, ¿no?”… Ese día me propuso que fuera su pareja pedagógica en unos talleres de prevención de HIV que consistían en que una travesti y una no travesti dieran charlas en las pensiones donde vivian compañeras travas. Ahí empezó la  relación.

¿Qué es lo que más te impactó de ella?

La tremenda confianza en sí misma, tanta, que te cortaba la respiración. La velocidad de su propia inteligencia, su destreza polémica. Se quedó con las ganas de debatir con Aníbal Fernández a quien consideraba tan diestro como ella pero estaba segura de que en un mano a mano, ella le iba a hacer callar la boca. Mi hija, en el último aniversario posteó una foto de Lohana dándole un mordisco a una manzana acaramelada. Ese día había sido un viaje espantoso al Tigre, lleno de inconvenientes, pero ella al final se había comprado esa manzana y había recuperado el buen humor sólo por el placer de comer algo rico. Su capacidad de disfrutar por encima de todas las adversidades que había vivido y que eran muchas, eso siempre me impactó. 

Y un día te propuso que escribieras su historia. 

Unos 5 o 6 años antes de morir me dijo que quería escribir su vida y que yo la ayudara. Había colaborado con ella muchas veces en artículos, también en la edición de su libro Cumbia, copeteo y lágrimas, pero esto era otra cosa. Lo primero que hizo fue definir los temas que quería tocar, que en realidad eran acontecimientos que la habían conmovido y que la seguían conmoviendo cada vez que los contaba. Ese fue el comienzo de este libro. Vos agarrá el grabador, me decía, “ahora vamos a biografar”.

¡Qué honor!

Sí, pero el orgullo que me produjo no pudo hacer nada con el terror que me causó la idea. Recuerdo que enseguida le di a leer algunas biografías que tenía en mi biblioteca para ver si podíamos llegar a un acuerdo sobre cómo quería contar su historia, y también para evitar conflictos que yo sabía que iban a surgir. Una le pareció muy triste, otra muy sufriente, la otra era aburrida y la última demasiado excéntrica. Las descalificó a todas, una por una. Imaginate.

¿Y cómo trabajaron?

Los primeros meses cumplíamos estrictamente con el plan, nos reuníamos una vez por semana con el compromiso de concentrarnos en el temario. Pero después, sus múltiples actividades interrumpieron la periodicidad. Su memoria tenía varias sedes,  entonces si la Perica llegaba de Europa por unas pocas semanas para hacerse “un refresh facial”, allá íbamos a encontrarnos en un bar para que nos hablara de cómo era la prostitución en Italia y terminara deschavando secretos de juventud de la Berk. 

Hay capítulos con diálogos memorables, como el de la Pocha, que es la travesti que la recibe cuando la echan de su casa; la Perica, la travesti europea; y los que comparte con Nadie Echazú y con Marlene Wayar, fundamentales para quien le interese agregarle otra hondura a las discusiones actuales sobre prostitución.

Nadia había sido su gran compañera de calabozo y luego de activismo. Solían decir que la organización travesti empezó en la comisaría. Las dos supieron poner en juego los saberes adquiridos a lo largo de años de observar al enemigo. Nadia decía que el gran error de la policía había sido ponerlas juntas en la misma celda. Y con Marlene, es así, se embarcaban en polémicas larguísimas donde las dos espadeaban con sus experiencias y sus razones. “Los clientes son clientes, Marlene, ¡no fantasees! Todos son violentos, porque para eso te pagan, para hacer lo que ellos quieren.” Lohana respondía a los gritos a las salvedades que Marlene intentaba exponer.

LA PAREJA PEDAGOGICA

Casi 10 años más tarde del mandato y cuando se cumplen 4 de la muerte de Lohana, Josefina Fernández produce una escritura en espejo, femenina y transfeminista donde el yo de la que escribe se difumina en los relatos de la otra. “-Jose ¿viste ese médico jovencito que recién salió? El plumerín, flaquito. Te lo perdiste. La marica me preguntó si yo era Lohana Berkins y se largó a llorar. Me dijo que yo le había cambiado la vida. ¿Qué me decís? -Que me dejaste muda.” Lohana como voz cantante de este libro, más que protagonizar,  pone el pie en la puerta del género biográfico que históricamente se les cerró en la cara a las travestis y consigue hacer entrar a más de una compañera. No sólo porque su memoria es una pasarela sino porque al trazar Josefina Fernández la silueta de ese cuerpito salteño que a los 13 deja la casa familiar porque su padre la conmina a ser "bien hombre o irse", y ese cuerpazo que a los 19 ya se había hecho todos sus retoques de tetas, cadera y cola, está historizando los cuerpos de una comunidad. En cada escena por más íntima, resuena el eco de una experiencia identitaria: “Llegamos a la guardia antes del mediodía, la atendieron a las 7 de la tarde casi desvanecida. 20 veces le preguntaron las mismas cosas, 20 veces le pincharon las venas. Había sido el cuerpo sobre el que la policía ensayara sus bastones, ahora era el cuerpo sobre el que el personal residente aprendía. “Esto es un hospital escuela” era la respuesta que recibíamos cuando nos quejábamos de tanto toqueteo y maltrato. ”

En este ejercicio de volver a las grabaciones ¿te encontraste con algo que no habías escuchado bien en ese momento?

Había algo que me molestaba de Lohana y que incluso nos llevó a estar distanciadas un tiempo. Ella tenía una idea de la lealtad tan estricto que muchas veces quedabas en falta porque ella se sentía traicionada. Por darte un ejemplo, si ella se peleaba con alguien, las personas leales, según su punto de vista, nos teníamos que pelear también. Ahora, escuchando las grabaciones encuentro que ella en un momento se hace cargo, y no solo lo reconoce sino que lo explica. Cuenta hasta qué punto entre personas que viven perseguidas por la policía y por tantas amenazas, un acto de desleatad significaba muchas veces quedar en peligro de muerte.

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El “genio femenino”, sigue Kristeva, no es un ser sobrenatural. Tiene sus caídas y hasta en algun momento puede causar repulsión: es capaz de matar por un licuado de durazno, roncar, hacer trampa para quedarse con la mejor parte de casi todo. Josefina Fernández, biógrafa pero también escudera en este libro de aventuras, va largando un lastre de defectos nimios de su amiga como quien pretende esconder bajo la alfombra la devoción. Ambas van cediéndose el monopolio de la cordura y de las sinrazones. Y así como Don Quijote le corrige a Sancho su costumbre de repetir refranes, aquí el proceso de aprendizaje va y viene por el camino del feminismo o sus banquinas. En palabras de Jose: “Ella, como no lo había hecho hasta ese entonces ninguna feminista, nos refregó en la cara cuál era la regulación y el ordenamiento de los cuerpos, sexos y géneros que alegremente reivindicábamos y nos alentó a revisar esos binomios universalizantes en los que estábamos atrapadas.” En palabras de la Berk: “Las travestis hemos sido y somos atravesadas por la superficialidad del mercado y del patriarcado. Esto también les pasa a las mujeres, no hay que ser inocente. Por esto yo no entiendo a algunas feministas. No hay esencia que defender, todos los cuerpos deben ser interrogados, replanteados."

Sin embargo no todo es armonía, un fantasma interrumpe los diálogos travesti/socráticos en esos banquetes donde Lohana cual langosta avanza sobre tiras de asado, empanadas y sanguches de miga. Se siente el peso de la dificultad de ingresar a la subjetividad trava por parte de quien no la vive en carne propia. No es un detalle, son parte de la trama.  No estás entendiendo lo que te digo, prestame más atención. No es eso lo que quiero decir. ¡No me estás escuchando, marica, no me estás escuchando! “ Detiene la marcha de las grabaciones Lohana una y otra vez. Josefina se hace cargo del problema y busca estrategias. Abandona el orden cronológico de las biografías clásicas donde todo empieza con un linaje que aquí se ha borrado. Y también se desvía de los mojones que marcan logros y citas célebres de la Berkins. Hay sesiones, destellos, encuentros clave mientras las fallas en la comunicacíon insisten con sus diversos grados de crueldad o negligencia. Los médicos acusan a Lohana de quisquillosa por cómo se queja cuando la trasladan en camilla metálica para hacerle algún análisis. Más tarde Lohana le comenta a Josefina: Ellos no saben que si hace un poco de frío, con las siliconas el metal se vuelve hielo seco y sentís que te quema la carne, y si hace un poco de calor, se siente estar en el infierno. Es tremendo, tremendo, tremendo, pero tremendo. Si yo hubiera pensando en estas cosas antes, no me hubiera hecho nada de lo que me hice. O lo hubiese hecho más protegida. Yo me pregunto ahora ¿cómo pude agredir mi cuerpo de esta manera?

El libro abre con otra pregunta: “Vos, que sos antropóloga, explicame. ¿Por qué me pasa esto justo ahora, que tengo un buen trabajo, vacaciones, obra social, cobro bien y hago lo que me gusta?”

Era una pregunta retórica, ella lo sabía más que nadie. ¿Qué iba a decirle yo frente a una muerte “natural” pero que también es un travesticidio como habían sido el de tantas que ella nombra en el libro, muertas por el desprecio social, la falta de atención sanitaria oportuna, arrojadas a la prostitución cuando todavía eran niñas?

Vos que sos antropóloga… ¿Cómo fue que te hiciste antropóloga? Y qué significó eso para la escritura de este libro.

La primera pregunta me la hice mil veces y todavía no me la respondí. Llegué a la antropología a los 17 años movida por una especie de seducción por les otres, lo cual es casi una definición de la antropología que nace en el siglo XIX como una ciencia social interesada en “los otros culturales”. Pero esta seducción, bastante ingenua, se me vino abajo enseguida. Primero porque mis padres (eran de izquierda) me mostraron que la diferencia viene asociada a desigualdad y que no se trata de abordarla con una estampa folklórica. Además, me tocó estudiar en la época de la dictadura. Nunca se me fueron las ansias por conocer, pero siempre viví en tensión mi pertenencia a la academia y mi ser activista.

¿Cómo se manifiesta esa tensión?

Quienes trabajamos en ciencias sociales sabemos que la supuesta atención a la diferencia siempre oculta una desigualdad en términos de poder. Alguna vez Lohana me dijo “un día nosotras, las travestis, las vamos a estudiar a ustedes, las antropólogas”. Sus palabras me zarandearon, me sentí vulnerada.

¿Cuál era para vos la mayor dificultad que tenías que enfrentar?

Cómo liberarme de los clisés típicos de la escritura del informe y de la academia. En este punto fue muy importante el apoyo de María Moreno que me fue alertando cuando veía que yo “pecaba de clisé”. El otro gran problema fue cómo hacer aparecer la oralidad de Lohana, cómo dar cuenta de esas expresiones verbales pero también corporales, tonos, gestos. 

Yo creo que lo lograste… ¿cómo hiciste?

Uno de los recursos narrativos que creo que hacen una diferencia es el diálogo, no sólo entre nosotras sino con voces cercanas. Pero tal vez lo más importante es que mientras iba escribiendo entendí que narrar una vida no significa repetir en palabras la historia de una persona, sino componerla, y que también implica la posibilidad de producir conocimiento.

Si bien se reconoce a Lohana en cada escena, aparece  una Lohana completamente inédita…

Bueno, ahí tenés su gran sagacidad. Ella quería muy a conciencia que el texto recogiera aquellas cuestiones de su vida que no ibas a poder encontrar en Google, quería hablar de aquellas cosas que no eran de acceso público.

Ni Lohana a secas ni Lohana Berkins… ¿Cómo te decidiste por “La Berkins” para el título?

Siempre tuve claro que su nombre tenía que aparecer en la tapa. Porque gran parte de su lucha como activista travesti fue la lucha por el nombre propio. Viste que siempre se dice que cuando nuestros padres nos ponen el nombre nos están imprimiendo una historia familiar… bueno, en el caso de las travestis es todo lo contrario, durante años han tenido que pelear por elegir el nombre con el que querían ser reconocidas.  y Ahora, también es cierto que a Lohana se la nombraba de muchas maneras. Algunos le decíamos “La Berk”, pero también era “Loha”, “Lo” y fue “La gorda” para muchas amigas travas. Yo le quería poner “La Berk”, pero en la editorial les pareció demasiado personal y me sugirieron “Lohana Berkins”. Pero ese es su nombre social, con el que se presentaba en el espacio público, firmaba artículos, etc. Entre uno muy de confianza y otro muy público, me quedé con un intermedio. “La Berkins” representa para mi ese espacio fronterizo que la define y por el que ella supo circular siempre, como lo dice el subtítulo: “una combatiente de frontera”.