Ya recuperado -aparentemente- de la paliza boxística que le propinó el Rey de los Gitanos, Tyson Fury, el sábado pasado para arrebatarle el cinturón de los pesados del Consejo Mundial, el estadounidense Deontay Wilder dejó algunas reflexiones por lo menos curiosas en cuanto a la velada que se celebró en Las Vegas. Por caso, el denominado Bombardero de Bronce se refirió al excéntrico traje/armadura de 20 kilos y valuado en 40 mil dólares con el que realizó su entrada al ring, una decisión de la que hoy se arrepiente.
"Me lo probé la noche anterior y no lo sentí tan pesado, pero subiendo al ring supe que era un cambio en mi condición corporal. Después del segundo round, ya no tuve piernas", explicó el dueño -hasta el sábado- de un invicto de 43 peleas (42 triunfos, 41 por nocaut y un empate) durante una entrevista con el sitio estadounidense The Athletic.
Que Wilder fue superado físicamente por un rival más alto (2,06 metros del inglés contra 2,01 del estadounidense) y más pesado (123,6 kilos contra 104,6) quedó claro durante el combate, explicado por la notable superioridad del inglés, quien hasta llegó a producirle una fractura de tímpano a su rival, que le llevara no menos de seis meses de recuperación.
De cualquier modo, a la nueva teoría expuesta por Wilder no se la puede tildar de ilógica. Al menos si se tiene en cuenta que él entró con 20 kilos de armadura encima y un casco que le dificultaba la respiración, mientras que Fury fue llevado hasta el ring en un carro mientras permaneció sentado en su "trono". Lo que se dice, una gran gestión del esfuerzo.
Contra su rincón
Wilder también despotricó contra su rincón, que tiró la toalla en el séptimo round tras soportar varios asaltos viendo cómo su púgil deambulada por el ring quedando a merced de Fury. "Soy un guerrero y preferiría morir en el ring que tirar la toalla. Les dije varias veces que si lo hacían, habría consecuencias", expresó el estadounidense en cuanto a la decisión de su entrenador Mark Breland cuando quedaba 1m20s para que finalizar el asalto.