La filósofa Esther Díaz cuenta en su autobiografía “Filósofa punk” (Ariel, 2019) que fue a partir de los 50 años que pudo explorar su sexualidad, descubrir nuevas potencias y abandonar la “miseria sexual” que padeció durante la primera parte de su vida como mujer y madre heterosexual. Protocapitalista, la idea de “miseria” y más aún la de “miseria sexual” integra también el repertorio categorial del Doctor en Derecho y especialista en diversidad sexual Daniel Borrillo, quien la pone en relación con la violencia de los estadios de fútbol, las urnas y los golpes de Estado. Hay una especie de “disvalor” presente en numerosos cuerpos; cuerpos que quizás no sufran ausencias materiales pero que, expuestos ante el ofertorio de los placeres, mueren en su deseo de experimentación y atentan. Contra esa miseria sexual (y sobre todo, heterosexual) se alza el espectáculo “Sex” de José María Muscari en Gorriti Art Center, uno de los “chacras” principales del barrio porteño de Palermo.
El éxito de público del show, centrado en la sucesión y la confluencia de escenas sexuales actuadas en ese límite tipícamente muscariano de artificio y verdad, reenvía a una tradicionalísima tradición de “partuzas” diversas montadas para audiencias hetero. Oficinistas y sus novies, cincuentones pispeando, grupo de amigas en plan reencuentro, señores de traje, señoras con tragos y parejas dispuestas a reactivar las cenizas del coito semanal, pétreos ante los desnudos y semidesnudos de un elenco multitudinario, encabezado hoy por la actriz Gloria Carrá, el actor Diego Ramos y la cantante Miss Bolivia. Hay clima de boite, ausencia de amor como destino en las historias narradas y ojos jeropas muy atentos. Los cuerpos de “Sex” simulan amplificar la calentura; quedan a disposición de situaciones fuera del libreto conyugal, divorciados de la domesticidad de los vínculos formalizados. Tríos, fetiches, cueros, masturbación, prácticas varias y besos y caricias para aquellos “aSEXtentes” que así lo permitan. A saber: un novio “le presta” su novia a un actor en cuero, que la toma de la cintura por detrás y le canta al oído.
Muscari, capaz como nadie de armar grupalidad, dibuja una situación orgiástica en la que el escenario principal y los espacios adyacentes (como la entrada de los baños o algunos camarines) presentan simulaciones pornográficas en vivo. El público puede o no deambular. Por ahí sueltas, encontrará viejas revistas Playboy y tablets con camas en las que fifan más de cinco. Las coreografías de Mati Napp coagulan con fluidez para la invasión buscada. Eso sí: la preeminencia de torsos de gimnasio, glúteos de sentadillas y pechos alzados limita en demasía las estéticas corporales presentes.
Para quienes el encuentro colectivo o la concreción de los deseos más “innombrables” es sólo materia de la industria pornográfica (vieron pero jamás hicieron), la obra estimula sin comprometer. Por ejemplo, el matrimonio vuelve a su casa recargado pero siendo, como antes, sólo dos. Para las disidencias, en cambio, “Sex” obliga a repensar por dónde andan les mayoritaries, qué vidrieras aún se paran a ver sin entrar a comprar. Con qué sueñan. Qué no hicieron. Asistir a una función es corroborar la mishiadura heteronormada. Muy útil.
En un eventual como caprichoso corte temporal, de Fernando Peña en adelante, las propuestas teatrales con putos, cuerpas y demases llenan sí y sólo sí buscan masividad; para ello, es indispensable acordar con tribunas. Y las tribunas las llenan los que no llegaron muy lejos en la desobediencia, pero usan el tablón para “descontrolarse”. Miseria sexual. Todo Peña fue siempre una apelación heterosexista como casi todo Martín Cirio, humorista responsable del personaje “La Faraona”, lo es. El liderazgo actual del musical “Kinky boots” con Martín Bossi, y el auge del transformismo (artistas de calle Florida estrenaron hace días un espectáculo a la gorra, con drags “para toda la familia” dice la gacetilla de prensa) pueden interpretarse como re-loca-lizaciones de las locas zarpadas. A dónde vamos a parar. Y quién se le va a parar en nuestra parada.