Varios días atrás, autoridades de una universidad de India sacaron a más de 60 muchachas de sus clases y las llevaron al baño, donde las sometieron a una extremísima “inspección”: les ordenaron que se quitaran las bragas y las revisaron una a una, para corroborar si estaban o no menstruando. Bajo amenaza velada, para más inri: de estar “en estado impuro”, léase con la regla, les caería un castigo por infringir el -muy discriminatorio y muy denigrante- reglamento tácito de la institución, que las obliga a informar qué días sangran y comportarse en consecuencia. Como en tantos otros lugares de India, se espera en el Instituto Shree Sahajanand Girls -regenteado por el conservador grupo religioso Swaminarayan- que la mujer que menstrúa no entre ni al templo ni a la cocina, lave sus propios utensilios, esté sentada en la última fila del aula, en solitario en el comedor, ni siquiera roce a otras personas, amén de no “contaminar”.
Para evitar tamañas humillaciones, la mayoría de las estudiantes hace caso omiso a la norma y se guarda el dato personal (que no debieran tener que compartir en primer lugar, de más está aclarar). Gesto que prendió la chicharra de alerta del rancio personal de la universidad, que viendo menguar sus registros estos últimos meses, llevó adelante la mentada, brutal revisación. Descripta por algunas de ellas como “traumatizante”, “una experiencia sumamente dolorosa”, “lisa y llana tortura mental”…
Si el caso tomó trascendencia es porque, lejos de apichonarse, muchas de las jóvenes se manifestaron días más tarde, organizando una protesta en el campus para exigir sanciones contra los funcionarios que orquestaron y llevaron adelante la inspección. Un portavoz de la universidad se limitó a decir que “fue un incidente desafortunado”, asegurando que se estaban tomando cartas en el asunto. Pero Darshana Dholakia, la vicerrectora, culpó a las muchachas, esgrimiendo que ellas habían roto las reglas, demandando que se disculparan a la brevedad. Algunas chicas aseguran hoy día que están siendo presionadas para que minimicen lo que pasó o simplemente se den al silencio. Así y todo, habiéndose viralizado lo acaecido (que despertó lógica indignación internacional), la Comisión Estatal de Mujeres del estado indio Gujarat ordenó que la policía investigue “este hecho vergonzoso” y solícitamente pidió que las chicas “se presenten y denuncien sin temor”. Según medios locales, la rectora Rita Raninga y otras tres personas ya han sido arrestadas.
En paralelo, otras voces salieron al cruce. Desde su templo en Bhuj, Gujarat, el swami Krushnaswarup Dasji, uno de los líderes religiosos de la secta Swaminarayan, dio un sermón que circuló rápidamente por la web. “Si una mujer cocina con la regla, va a reencarnar en una perra”, aclamó el varón, y luego: “Poco importa si les gusta o no mi punto de vista; es lo que les sucederá: lo dicen las escrituras”. Amonestó además este monje hindú a los varones imprudentes que comen bocados “contaminados”: si lo hacen, advirtió, “serán bueyes en su próxima vida”. Y ya que estaba, en sostenido plan de demonización, remachó y remachó que la menstruación era una forma de penitencia, regañando a las mujeres “descuidadas” que no toman recaudos ni hacen los requeridos “días de retiro ascético”. “Está escrito en nuestros shastras”, repetía y repetía don Dasji, que a regañadientes lanzó una recomendación a los tipos: “Aunque no me guste decírselos, deberían aprender a cocinar antes de la boda. Les será útil”. No vaya a ser cosa que, por no saber prepararse un sanguchito, acaben reencarnando en machos bovinos dedicados a la faena agrícola o el transporte de cargas.
Todo el asunto hizo reflotar al medio brit The Independent la pulseada ganada a fines de 2018 por feministas indias contra conservadores hindúes, que batallaron contra arcaica tradición: la que impedía que mujeres con entre 10 y 50 años, “en edad de menstruar”, ingresasen al templo de Sabarimala, dedicado a la deidad Ayyappan, para que no “contaminasen” el lugar. Llevado el caso a la justicia, decretó el Tribunal Supremo de la India que el veto era una afrenta inconstitucional a la libertad de religión. Meses atrás, empero, los jueces acordaron revisar el veredicto tras reiteradas protestas masivas, cuyos manifestantes -increíblemente- también incluían un significativo número de mujeres, a tal punto el profundo arraigo del tabú alrededor de la menstruación.
En efecto, la gravísima estigmatización de la regla
en India está vastamente extendida y es, sobra decir, sumamente perniciosa.
Según distintos informes, más del 50 por ciento de las jóvenes no sabe lo que
es la regla cuando tienen su primer sangrado; y millones, de escasos recursos,
todavía usan ceniza, hojas secas o trapos en vez de toallitas higiénicas, con
los riesgos de salud que aquello conlleva. Además de lo previamente mencionado:
consideradas impuras, no pueden tocar alimentos, poner un pie en sitios
sagrados, comer o dormir junto a otras personas, incluso se les niega el acceso
a ciertos espacios públicos. Un ejemplo, de terror, es tristemente esclarecedor:
el pasado año informaba la periodista Geeta Pandey para la BBC cómo miles de
muchachas se someten a procedimientos quirúrgicos para extirparse el útero, con
el fin de evitar la exclusión laboral, además de la social y religiosa, y ser
empleadas como recolectoras de cañas de azúcar.