Nació en Los Ángeles y sabe lo que vino a hacer al mundo desde que tiene autonomía. Principalmente a actuar, pero también a guionar, dirigir, pensar en escenografías, vestuarios, música. Como cuando era niña y montaba obras para los vecinos. Sketchs graciosos, imitaciones, chistes verdes, cosas que hicieran reír. Con eso y teatro le alcanzaba: Alison Brie no quiso ser una niña de Hollywood. No porque tuviera dudas de que hacia allí se dirigía, pero quería esperar, hacer una entrada más triunfal. De adolescente mantuvo esa confianza e inclinación natural por la comedia –uno de los gags era salir corriendo de la escuela, desnuda en zapatillas, y subirse a un árbol–, y el consejero se preocupaba porque no tenía un plan b: “No necesito, voy a ser actriz”, decía ella. Se licenció en dramaturgia. Luego estudió más en Escocia. Cuando le dieron su primer bolo en televisión –fue una peluquera en Hannah Montana–, más de un agente la había abandonado porque se negaba a dejar el personaje de Ophelia en teatro.
A los 25 consiguió su primer trabajo estable: fue Trudy Campbell en Mad Men, la serie que reconstruye el inicio de la industria publicitaria en los '60, un personaje de entrada sin vuelo, la esposa ama de casa de un personaje secundario, Pete, hombre ambicioso e inexperimentado que le es infiel desde el primer capítulo. Se ganó hasta el último segundo en pantalla: le dio a esa mujer toda la actitud y gracia posible, con un pico en la sexta temporada cuando entera al marido de que siempre supo de la infidelidad, solo necesitaba que fuera discreto, y la próxima I will destroy you
. Ya entonces Alison Brie se sentía satisfecha –“¡una joven actriz viviendo el sueño!”–: grababa al mismo tiempo Community, la exitosa sitcom de NBC donde integraba el grupo de personajes central: la muy enérgica y autoexigente Annie. También tenía trabajo como actriz de voz en distintas series animadas para adultos. Así entró en Netflix, como Diane, la escritora fantasma de Bojack Horseman.
Inició su historia en el cine indie a la primera audición que le dieron el sí. Actuó en película de terror, sci-fi, thriller, comedia macabra, drama familiar, hasta que en 2010 la contrataron para un papel en Scream 4, como la publicista de Sidney Prescott, que muere en cuarto lugar. El personaje interesante no llegó enseguida. Las ofertas oscilaban entre protagónicos en comedias románticas no de las mejores –Nada más extraño que el amor, Nunca entre amigos (2015)–, y papeles peones que cumplió con efectividad: también a una empleada corporativa en pelea por un puesto, en Un hombre de familia con Gerard Butler. También es la voz de Unkitty, la gata unicornio de La LEGO película. A todos los personajes se les puede encontrar valor, piensa ella. “Nadie quiere estar sin trabajo. Es difícil decir que no cuando todavía no sos conocida. Tenés que hacer currículum antes de ser poder ser selectiva. Si decís muchas veces que no, corrés el riesgo de que no se te abran más puertas”, declaró en 2017, su año quiebre.
Se estrenó The Post: Los oscuros secretos del Pentágono, de Steven Spielberg con Meryl Streep y Tom Hanks. Su personaje es la hija de ella. Y nada más en términos dramáticos, pero estuvo ahí. Spielberg le indicó que fuera directamente, que no le gusta ensayar: “Si él no se preocupa, yo tampoco me tengo que preocupar”, fue su actitud. Casi al mismo tiempo vio la luz el proyecto de su cuñado, James Franco: The Disaster Artist: Obra maestra, también basada en historia real, donde interpreta a la novia del actor que le sigue la corriente al increíble Tommy Wiseau. Pero lo más importante entonces estaba pasando en televisión –terreno que mantuvo con participaciones en ficciones y programas de entretenimiento como uno de batallas de playback–: había llegado a su vida Ruth Wilder, una actriz intentando ganarse la vida en Los Ángeles 1985, protagonista de GLOW, la genial serie de Liz Flahive y Carly Mensch (Netflix) sobre la creación de un show de tevé de lucha femenina. De todas las que se presentan a la audición, Ruth es la única actriz. Es la más entusiasta, la que más se esfuerza, y sin embargo llega un punto en que todas tienen definido su personaje de luchadora y ella no. Se inventa a Zoya, the Destroya, una rusa; pero hace mucho más que eso –por todo lo que no hace el malhumorado director del futuro programa–: dirige una apertura, idea argumentos, hace reír, salva las papas. Un personaje hermoso con momentos de todo tipo, que la deja mostrar su potencial como nunca antes. Y que ganó a fuerza de audiciones porque no era la candidata favorita, y como pasa en estos casos, lo encarnó hasta con las pestañas, lo hizo crecer, y así también ella en el set, que llegó a dirigir un capítulo de la tercera temporada (habrá una cuarta y última). “¿Qué se sintió hacer exactamente lo que querías y que te salga bien?”, le pregunta Ruth en el último capítulo a una compañera que hizo el monólogo feminista de La señorita Julia, la obra de Strindberg.
Ahora por fin llegó su momento. Recién salida del festival de Sundance, Netflix estrenó el drama de suspenso Horse Girl (La chica que amaba a los caballos); no solo el papel más distinto, fuerte y complejo de su carrera –la primera vez, al menos en pantalla, que su capacidad de interpretación resulta en un personaje que apena e incomoda–, también una película que fue su idea y cuyo guión escribió junto al director, Jeff Baena, conocido de Joshy (2016) y En pecado (2017). La idea surgió de los relatos de su madre acerca de la abuela con esquizofrenia paranoide, pero no se toca nada de eso en la película, que cuenta, con lentitud, tremenda música y certeros personajes secundarios, distintas historias en una: Sarah haciendo el duelo por la madre, Sarah y su historia con los caballos, Sarah y su fascinación con lo sobrenatural, Sarah y sus pesadillas que cada vez se le mezclan más con la realidad. Una realidad que ella vive con dulzura pese a todo. Una película atrapante y profunda. El momento donde Alison Brie empieza a diseñar su camino en la industria; el personaje que la eleva y le da su merecida atención y respeto.