MADRES PERFECTAS
“Existe una mala fe extravagante en la conciliación del desprecio con que se mira a las mujeres y el respeto con que se rodea a las madres. Constituye una paradoja criminal rehusar a la mujer toda actividad pública, cerrarle las carreras masculinas, proclamar en todos los dominios su incapacidad y confiarle, al mismo tiempo, la empresa más delicada y más grave de cuantas existen: la formación de un ser humano.”
Simone de Beauvoir, El segundo sexo.
“Estaba volviendo de una plaza con Joaco, que se había empacado. Había ido con un triciclo y me pedía upa. A mí se me complicaba cárgalo a él y al mismo tiempo llevar el triciclo, entonces hice un par de intentos para que caminara o pedaleara, pero no estaban funcionando. En eso pasa una mujer trotando, entonces le digo que estoy a una cuadra de mi casa, si me da una mano con el triciclo. Ella frenó pero para darme todo un sermón de cómo había criado a sus tres hijos sin pedir ayuda a nadie y no sé qué, y al final me llevó el triciclo, pero yo quería decirle que no me lleve nada porque no quería escuchar su sermón.” Cuando estaba embarazada de Joaquín, Silvina se inscribió en un centro para madres donde le enseñaron el sentido de compartir su experiencia con otras. Allí aprendió el concepto de crianza en tribu, la importancia de contar con una red de ayuda de familiares y amigos y el valor de apoyarse mutuamente entre mamás. Pero cuando Joaco vino al mundo se sintió decepcionada: “Sobre muchas cosas de crianza en la sociedad no hay tanta información, como que se ocultan no sé para qué. Capaz como una cuestión de no quejarse, o porque hay cosas que son difíciles de transitar, como dormir cortado o dormir poco.”
Susi tiene a Juani de cinco y a Vera de un año y diez meses y hace poco se separó. Se queja de no poder quejarse en paz: “Al primer signo de agobio, a la primera que me abro un poquito en pos de descargarme, en seguida hay un ejército de personas con ganas de opinar y que me dicen: bueno pero ¿vos entendés que eso que te pasa es por lo que vos hacés, no? Yo ahora no estoy pudiendo trabajar, porque no tengo relevo, porque no tengo niñera, porque no tengo guita para niñera porque tendría que cobrar un huevo para poder pagar una, porque el papá sí puede trabajar, porque las cuido yo. Y entonces me dicen: si trabajaras estarías más oxigenada y no te molestaría tanto todo. ¡Sí, ya lo sé! Yo cuando alguien me dice que tuvo un mal día en la oficina no le digo ´agradecé que laburás´.Todo es fácil, vos sos la pelotuda que no lo ve. La gente te dice cómo vivir y hay poca capacidad para habilitar espacio para el desahogo de una mamá que está un poco cansada.”
Para Catalina, psicóloga, mamá de Baltazar y doula en formación, hay una mirada bastante extrema sobre la maternidad y eso la carga de culpa: “Me enloquece la nueva versión de romper los mandatos imponiendo otros. Es la misma exigencia pero con otro nombre. Yo intento tener en claro que cada persona es única y por eso cada relación lo es. Es una locura bajar recetas, es imposible que lo mismo funcione de la misma manera para todos. Lo que debería ser igual para todos es vivir en el amor y el respeto. El desafío es encontrar la manera que funcione para esa mamá, con ese bebé, en esa familia y contexto. Libertad y el deseo deberían ser palabras mucho más usadas en relación a la maternidad y no se escuchan tanto.”
Lucía, mamá de León, coincide: “No hay mucho lugar para la diversidad de formas y de familias. A mí me complicó bastante el tema de las expectativas y lo que está bien. Recién ahora me estoy relajando, pero me generó mucha tensión lo que supuestamente hay que hacer. Antes me apuraba a llegar a casa y jugarle. Ahora lo de los juegos lo dejé para cuando tengo ganas, porque jugar sin onda es lo menos. Me relajé y empecé a prender la tele.”
La pediatra Sabrina Critzmann, autora de la guía para madres Hoy no es siempre, dice que falta “entender la responsabilidad social en la crianza: todos somos responsables de la crianza de nuestra infancia; de la infancia que nos acompaña, la de todxs los niñes- aun cuando se decida no tener hijx s “propios”- porque las miradas feas por la calle cuando un nene hace un berrinche, las vemos todos. ¿Alguien le pregunto a esa ma-padre si necesita algo, si lo podemos ayudar? Después decimos cosas como “no le diste la teta”. ¿Alguien colaboró? ¿Alguien ayudó a esa mamá que tal vez ahora no está dando la teta porque estaba sola y no tenía a nadie que la ayudara para poder comer ella también? Es muy fácil juzgar y muy poca gente se pone a colaborar en la crianza.”
Mandato sobre mandato
La soledad que experimentan muchas mujeres que son madres parece resistir a todos los intentos por lograr una mayor comunión. ¿De qué se trata entonces esa barrera invisible que nos mantiene aisladas a pesar de las tribus y los grupos de contención? ¿Por qué si hay tantas pasando por lo mismo y compartiendo experiencias similares parece que siempre, al final del día, seguimos librando batallas individuales?
“Con toda la información que circula, información confusa, información culpógena, una a veces cree que si no hace una de las cosas que plantean como crianza respetuosa no está criando respetuosamente. Y pareciera que hay como una lista de cosas que tildar. Es importante aclarar que no es así. Criar respetuosamente no es portear, ni hacer BLW o que el niño vaya con los pies descalzos. Tiene que ver con un modo de mirar al niñe y mirar la relación que tenemos con él. Y nada va a estar bien si no hay goce y deseo, tiene que haber disfrute. Si algo se hace por obligación o imposición no sirve”, explica Critzmann. “Nadie puede decir qué es criar bien. Podemos decir qué es malcriar: es criar con violencia, con humillación, es criar creyendo que el niñe es una cosa y no una persona. Malcriar no es responder al llanto, a sus necesidades, abrazarlo, darle besos, amarlo.”
Para la consultora en crianza, doula y eutonista Melina Bronfman, “el error más importante de la crianza tradicional es que está enfocada en cómo el adulto puede sobrevivir al desarrollo de un/a niñe, sin tener en cuenta las necesidades que éstos tienen para desarrollarse saludablemente. Entonces se aplican conceptos basados en la obediencia y el sometimiento, que ocasionan muchísimo sufrimiento.” Critzmann agrega que “durante décadas se planteó la imagen del adulto/a todopoderosa que todo lo sabe, con una relación de poder sobre el niñe. Por supuesto que entre adulto y niño hay una relación asimétrica: el niñe no puede ser la persona que cuide al adulto; el adulto tiene que ser un lugar de sostén, protección y seguridad. Sin embargo, durante muchos años, la figura del adulto todo poderoso y del niño que tiene que estar callado aprendiendo fue la que primaba. Hoy estamos empezando a rever esos conceptos y a no pensar a les niñes como a vasijas vacías a las que hay que meterle contenidos sino como a una persona a la que hay que acompañar en su desarrollo. Esta postura también nos habilita a los adultos a ser personas: podemos repensarnos, disculparnos, desbordar y pedir ayuda.”
Podría decirse que a un modo de criar centrado en el/la adulto/a hoy se le opone otro más niñecéntrico, más interesado en comprender esa opacidad de la niñez en vez de reglamentarla. Sin embargo, ambas visiones se pueden volver dos caras de una misma moneda, cuando lo que se pasa por alto es la desigualdad de género y las mujeres volvemos a quedar borroneadas debajo de una maternidad otrora presa de la pretensión normalizadora (los chicos calladitos, los pisos limpios, la casa ordenada) y que hoy se abraza a los valores de la crianza con apego, sin el más mínimo reparo en las necesidades de quienes llevan adelante esa tarea. Critzmann sostiene que “hay una tendencia a exigirle más a las madres y eso es una cuestión de la sociedad, que todavía no contempla como responsables a los padres o al resto de la familia.” Es un esquema que tiene como principal herramienta disciplinaria a la culpa: como si la madre, por el solo hecho de haber engendrado, fuera la única depositaria de la responsabilidad del destino de sus hijos.
“La verdad cuesta pensar en criaza. Vivo al día tratando de sobrevivir: que haya comida, ir a trabajar y no mucho más”, confiesa Lucía. La feminista francesa Simone de Beauvoir ya en 1949 escribía que “por el bien del niño, sería deseable que su madre fuese una persona completa y no mutilada, una mujer que hallase en su trabajo, en sus relaciones con la colectividad, una realización de sí misma que no buscase obtener tiránicamente a través de él”. El problema, como siempre, es el contexto restrictivo – cuanto más abajo en la escala social mucho más dramática es esta diferencia- en el que una madre “decide” cómo encarar la crianza de sus hijes. Además de la liviandad en el comentario- venga de un allegado o de un desconocido que nos cruza por la calle-, permiso tácito que todos se atribuyen para opinar categóricamente acerca de una mamá y sus elecciones, existen todavía numerosas “mutilaciones”; mujeres que tienen que optar entre el trabajo o el cuidado de les hijes, y que deben su suerte al recurso privado de disponer o de dinero suficiente para pagarse una cuidadora o de un familiar con tiempo para ejercer el relevo. Si la decisión de que las mujeres puedan elegir libremente cómo ser madres fuera una política de estado, las guarderías públicas tendrían cupo para todes y estarían en todas partes. Las mujeres estamos obligadas a cumplir con ciertos estándares de crianza modelo pero nadie responde por los esfuerzos y recursos que se requieren a tales fines.
Cuando se le pregunta si la felicidad de la madre cumple un rol importante en la crianza Bronfman retruca: “¿por qué las necesidades de una mujer no pueden ser criar adecuadamente a su propio hijo? ¿Por qué tenemos que oponer las necesidades de la mujer a la crianza niñocéntrica? Hay muchas madres que son felices criando, porque sienten que pueden desarrollar su potencial, sienten que hacen un buen trabajo. Es muy importante ver el foco, desde qué visión una madre está criando. Si cría desde la visión de que un hijo es una carga, como los hijos duran mucho tiempo, entonces se vuelve insoportable. Pero si una mujer tiene la visión de que criar a un hijo es un privilegio, entonces disfruta mucho de esa experiencia. A veces se nos mezclan las dos cosas porque es muy difícil criar en soledad. Una mujer sola con sus hijos es algo inviable.”
Cecilia, mamá de Tomás, dice que ella cría “con apego seguro, lactancia exclusiva, sin niñera y sin abuela presente. Salvo los días que trabajo estoy con él todo el día. No está ni bien ni mal, no podría criarlo de otra forma. Pero muchas veces me siento juzgada por madres que no lo pueden o quieren hacer. No es una competencia, no hay una que haga bien y otra que haga mal. Es la realidad de cada mamá, cada bebé, cada familia. Y la forma que elijas es igual de difícil y cansadora hagas lo que hagas.”
Si bien existen casos en los que la voluntad de la mamá es estar 24x7 con los hijos, lo cierto es que se trata de una mera coincidencia: justo alguien se siente cómodo con algo que es la norma, el camino señalado, lo que socialmente se espera que quiera o desee. Pero justamente por eso es esperable que el resto- lxs que quieren elegir otra cosa y ven frustrados sus deseos porque habitan un contexto que no se los permite- sientan resentimiento contra aquellas que pueden vivir una maternidad “plena”, a la medida de su voluntad. Es cierto, no debería ser una competencia; pero para que el resentimiento no aflore entre “pares” es preciso que cada une pueda elegir libremente cómo quiere vivir. Esa paridad debe ser de derecho y no estar apoyada en un pilar biológico: les madres no se igualan en su capacidad procreativa.
Y MIENTRAS TANTO ¿A QUÉ JUGAMOS?
La psicoanalista especializada en niños Viviana Garaventa afirma que “el tiempo de la crianza es el tiempo de jugar. Giorgio Agamben advierte que los juegos son la autopista de la experiencia infantil y es por esa vía que el niño adquiere ciertas costumbres y hábitos. Pero el juego es una experiencia que introduce una pérdida, que marca un límite, un fuera de juego. Lo más importante del juego no es sólo la apuesta a la novedad que puede traer, en tanto no sabemos qué va a salir de él, sino que marca de entrada lo que no es juego. Ahí está su función más importante: establece el límite con lo que no se juega, con lo que queda afuera: el riesgo.”
¿Cómo se le pone límites a la exigencia desmedida, a esa absurda necesidad de justificación que se nos impone con cada intromisión que intenta socavar un autoestima que apenas hace pie? ¿Cómo se hace para sobrevivir a las bajadas de línea mientras se lidia con la angustia que provoca querer dar lo mejor sabiendo que “lo mejor” no tiene receta, que es un camino propio que solo se puede ir andando?
“El jugar – explica Garaventa- hace soportable y hasta placentera la admisión de la imposible satisfacción a pleno de lo que pedimos. Si se nos pide la luna, y si creemos que de eso se trata, no hay salida: es entrar en el circuito infernal de la demanda donde cada vez se pide más cuando cada vez se toma literalmente el pedido, ya sea para cumplirlo o rechazarlo, produciendo una exasperante insatisfacción. Si en cambio le damos una luna de palabras o una luna de papel, o la luna desaparece, la sorpresa agradecida del niño ratifica que ante todo lo que pide a los adultos, aunque no lo sepa, es el límite que la ficción que se apoya en lo lúdico proporciona.” A lo mejor el recurso personal para mitigar la angustia por lo injusto, esa soledad que todavía se sufre en privado, mientras colectivamente vamos empujando las estructuras sociales para que muten, sea de vez en cuando inventarnos una luna de ficción que nos recuerde que la parcialidad y la falta no son sino motores del deseo.