La sensación generalizada de espera pone a prueba la paciencia de las mayorías a las que se promete todo para después de resolver la negociación con los acreedores de la deuda. En este tiempo que se hace cada vez más largo suena fuerte una consigna que se cocinó en las calles y hoy retumba en las oficinas del FMI y de los fondos que esperan cobrar: la deuda es con el pueblo. La deuda es con nosotras, con nosotres.
Las partidas asignadas para los programas en los ministerios, la fórmula previsional definitiva, los anuncios de obra pública, hasta el tono de las paritarias: todo está hoy suspendido hasta nuevo aviso. La relación entre la deuda pública y lo que se vive en las casas, en los comercios, o en cualquier oficina del Estado se hace día a día más palpable. Entonces surge, de la inventiva popular, una consigna clara que nos coloca como interlocutorxs obligados de un asunto que ya no debe ser cosa de expertos. A nosotras, a nosotres también se nos debe.
La alegría de haber derrotado al macrismo y a la avanzada conservadora sin precedentes que hubiesen implicado cuatro años más de un gobierno alineado con las derechas locales e internacionales da paso, ahora sí, a la conciencia generalizada de transitar una crisis económica y social profunda. La sienten quienes tomaron créditos para pagar los servicios dolarizados, lxs millones que perdieron su trabajo o lxs que trabajan a diario sin protección laboral alguna. La sentimos sobre todo las mujeres, entre quienes el desempleo es siempre más alto y las deudas más urgentes.
Se viene un otoño incierto, un invierno duro y la próxima primavera está todavía muy lejos. Enseguida tendremos los árboles sin hojas verdes, al desnudo, como metáfora viva de las cuentas públicas que el gobierno anterior nos dejó. Pero la estación de las flores llegará con hojas frescas y en un año tendremos otro carnaval. Lo dice la historia, lo corrobora el calendario. Lo que no está escrito en ningún lado ni responde a ciclos inequívocos es cómo se va a salir de esta encrucijada: cómo y cuándo vamos a cobrar todo lo que se nos debe. La historia se repite, pero también se construye.
Que el default no sea nuestro
En las últimas semanas hubo novedades: el FMI admitió, tal como quería el ministro Guzmán, que la deuda argentina es insostenible ¿Qué quiere decir? Que no es posible alcanzar un superávit (diferencia entre ingresos y egresos) tal que permita pagar los próximos vencimientos de deuda con los acreedores privados. “No es económica ni políticamente viable”, dijo el Fondo. A diferencia de lo que la ortodoxia más ortodoxa quisiera, hasta el FMI asume que las condiciones políticas hay que tenerlas en cuenta. El horno no está para bollos cuando los planes de ajuste que propone el organismo son abucheados en marchas y protestas a escala mundial. En otras palabras, no hay margen para hacer caer sobre los mismos hombros de siempre el “ajuste fiscal” que liberaría dólares para que los acreedores cobren lo que el gobierno anterior les prometió.
Si nuestras vidas estarán atadas a este proceso y si además nos plantamos, como dice la consigna, como acreedorxs porque a nosotras también se nos debe, hay algunas cuestiones básicas que necesitamos poner en común. Hay distintos tipos de deuda que requieren tratamientos diferentes. Hay deuda en dólares y en pesos, hay deuda que rige bajo ley extranjera y otra con ley nacional, hay deuda con fondos de inversión privados y deuda con organismos internacionales (principalmente, FMI).
La deuda en moneda local y/o bajo ley nacional es más sencilla porque el gobierno puede “reperfilarla”, es decir, obligar a estirar los plazos. La deuda con el FMI tiene su propia lógica. Mientras el organismo espera que los privados hagan una quita, sostiene que, por sus reglas, no puede dar el ejemplo con la deuda propia. Aún cuando incumplieron su estatuto al prestar a la Argentina y permitir que ocho de cada diez dólares que entraron, se fugaran.
En algún momento del mes de marzo, se espera que sea en la primera semana, se conocerá la primera oferta del gobierno a los privados bajo ley extranjera. Cuando se negocia, lo que se ofrece es canjear los bonos por otros que mejoren las condiciones actuales: aplazar los pagos, recortar el capital, rebajar los intereses o una combinación de todo eso. Según se escucha hace algunos meses, no se baraja ninguna oferta que implique un lapso de gracia menor a tres años. Es decir, el gobierno tiene en mente no pagar deuda durante los primeros años de mandato.
Si los acreedores no aceptaran, podríamos ir a un escenario de default ¿Es el peor de los mundos? No lo sabemos. Una mala negociación podría ser igual que defaultear. El país es otro por muchos motivos. No es comparable el escenario actual con el default declarado en 2001. Por empezar, y a pesar de las declaraciones de algunos líderes populares, la situación económica y social no es la de ese entonces. No sólo por el hambre sino también porque el desempleo afectaba a más del doble de quienes afecta ahora, con lo que es eso implica en términos de ingresos, por dar sólo un indicador.
En un contexto de recesión económica como el actual, ¿quién pierde ante un default? Podemos comparar la situación con la de otros países y vamos a encontrar ejemplos de todo tipo. A algunos les sirvió para mejorar la negociación, otros todavía naufragan crisis interminables, con salarios que no recuperan los niveles previos a la declaración de la cesación de pagos. Los riesgos son altos ¿Y si se precipitara una devaluación? ¿Qué pasaría con los precios? ¿y si se agravara la recesión? ¿Qué pasaría con el empleo? El que no arriesga no gana, dirá algún “valiente”, quizás alguien que tenga espalda para soportar más crisis. Pero las consecuencias más graves recaen siempre sobre los mismos cuerpos: las que cargamos con los peores empleos, las que más sufrimos el desempleo y las que hacemos malabares para reemplazar los ingresos perdidos. Quienes decimos que todas las vidas valen, que la revolución es ahora y que nos queremos vivas, libres y desendeudadas hacemos carne nuestras consignas. La mejor de las opciones será la que garantice que lo que no se defaultee, sean las deudas históricas con nosotras y nosotres. La que garantice que nuestros salarios se recuperen, que pobreza y jubilación no sean nunca más palabras que puedan ir juntas, que por fin existan políticas para mejorar las condiciones de vida de quienes cuidaron y aún cuidan, y así hacia adelante, hasta que valga la pena vivir.
Ni olvido ni perdón
Marzo es el mes del Nunca Más. En la Habana, la vicepresidenta Cristina Fernández planteó un “Nunca Más” a la deuda. Argentina fue vanguardia internacional en materia de Derechos Humanos. Habría que tener muy poca confianza en nuestras luchas históricas para no pensar que podríamos dejar un nuevo precedente mundial en materia de arquitectura financiera internacional. No sólo hay que investigar para qué se utilizó la deuda que contrajo, sin nuestro consentimiento, el gobierno anterior, sino que es necesario conocer la responsabilidad de los funcionarios de turno que la avalaron, locales y extranjeros.
Para que haya un Nunca Más, hay que ejercitar la memoria y la justicia. El rol histórico del Fondo Monetario Internacional deberá ser juzgado y no queremos ningún tribunal divino. No es en el Vaticano donde debería diseñarse la salida a esta crisis, aunque el piso bajísimo que dejó el gobierno anterior haga que cotice alto la foto con el Papa, quien habla de soberanía económica mientras niega la soberanía más básica: la del derecho a decidir sobre nuestros cuerpos.
El debate democrático, masivo y horizontal que dimos para reclamar nuestro derecho al aborto legal seguro y gratuito tendrá que ser un faro verde que guíe las discusiones sobre la deuda. Es con nosotras, es con nosotres.