Para la libertad, mis ojos y mis manos
como un árbol carnal, generoso y cautivo.
Miguel Hernández
El neoliberalismo por ser un dispositivo de poder que tiende a la concentración y la imposición se adueñó de casi todo, también de los valores de la cultura y sus significados, como si fueran certezas establecidas por los garantes de la propiedad intelectual.
El sistema depredador hizo creer que la libertad, uno de los pilares básicos de la democracia, cuando refiere a los individuos o más precisamente al yo, significa que cada uno es dueño de hacer lo que quiere. La libertad individual consiste para el neoliberalismo en que el yo de cada uno hace lo que quiere, sea portar armas o tirar un cordero desde un helicóptero a una pileta. Este modo de concebir la libertad genera problemas en los sujetos y en lo social.
En oposición a esa concepción, Freud afirmó que el yo es una instancia caracterizada por la falta de libertad, pues está determinado por el inconsciente y se encuentra sometido a las pulsiones, la realidad y el superyó.
El capitalismo, modo social caracterizado por la forclusión de la castración, puede transformar al sujeto dividido establecido por Lacan en un individuo que asume la frase superyoica “Tú puedes”. Este imperativo, además de uniformar las condiciones de goce hacia la autoexplotación de un rendimiento ilimitado, produce individuos impunes, que no se hacen cargo de la culpa, la moral ni la vergüenza porque no registran los límites civilizatorios.
En relación a lo social, el neoliberalismo asoció libertad con un levantamiento de restricciones que condujo al fortalecimiento del mercado, el debilitamiento de los Estados protectores, la precarización generalizada y a que a cada cual según su rendimiento meritocrático. Un modo de concebir lo social que está muy alejado del principio alentado por Evita: “Donde existe una necesidad nace un derecho” o el que propuso Marx para la sociedad comunista: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”.
La concepción de la libertad neoliberal expulsó a la nuda vida a gran parte de la subjetividad que, en Giorgio Agamben, implica las vidas matables, despojadas de derechos por decisión del soberano.
Sobran evidencias para constatar que la libertad proclamada por el neoliberalismo no trajo los felices resultados prometidos, sino que aumentaron los índices de pobreza, desocupación y endeudamiento. Para la subjetividad en lugar de libertad se desarrolló un superyó feroz y exigente, que empujó a mayores ataduras, imperativos sacrificiales de rendimiento y goces masificados impuestos por el mercado y controlados por el poder, como el consumo o la satisfacción en el odio.
Tampoco se produjo un aumento en la libertad de expresión y de información; por el contrario, se concentró corporativamente la comunicación. Se demonizó y persiguió a la oposición estimulando la obediencia de la masa y premiando a los “periodistas” serviles, ventrílocuos de la palabra oficial. La falta de regulación mediática fue una condición de posibilidad para el gran desarrollo de las fake news y la posverdad.
Los medios de comunicación corporativos, confundiendo libertad de expresión con libertad de agresión verbal, operaron una verdadera pedagogía de la crueldad. Promovieron “la grieta”: alimentaron la intolerancia y la ruptura del tejido social, estimulando la creencia en un enemigo al que se lo puede humillar y maltratar. Patologizaron la cultura, fomentando un ideario que operó contra la solidaridad y los lazos que fue naturalizándose.
Según Althusser, la ideología es impuesta por los medios de comunicación que, junto con otras instituciones, son aparatos ideológicos del Estado que reproducen la lógica del poder a efectos de perpetuarse. Esta ideología del exceso desrregulado funcionó como una gran fake news: hizo creer que la libertad consistía en ausencia de límites, en concordancia con el discurso capitalista establecido por Lacan, que rechaza la imposibilidad y promueve lo ilimitado.
La ausencia de regulación o límite conduce al odio y a la violencia sin medida, a la disolución de los lazos entre los seres hablantes y a la desintegración del sistema social. La entrada a la civilización implica la pérdida del goce absoluto, imposibilidad estructural que permite la libertad del deseo. Desde el individualismo o la libertad solitaria nadie se humaniza ni puede entrar a la cultura.
La libertad habita en el deseo, que es político --res publica-- porque es desde el Otro y con el Otro que se constituye como un efecto del encuentro. En consecuencia, los cuerpos son la política, el inconsciente es la política y la política es de los cuerpos hablantes. El cuerpo al que nos referimos no es individual, ni confundido con el yo: es un cuerpo (im)propio, ajeno y éxtimo.
En conclusión, la libertad es un valor colectivo, no individual: ningún individuo puede ser libre en un país que no es libre. La libertad es un valor que se realiza con los otros y no contra los otros, que requiere de un Estado que funcione como su garante y no como amenaza. Los sujetos de esa libertad no son solo los ciudadanos considerados individualmente, sino el pueblo entendido como un sujeto colectivo.
Se trata de la invención colectiva de un límite contingente pues desde los límites del dispositivo de dominación neoliberal, el sujeto popular puede advenir.
Nora Merlin es psicoanalista y Magister en Ciencias Políticas. Autora de Mentir y colonizar. Obediencia inconsciente y subjetividad neoliberal.